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y así, sin más

Un país que se desnuda para Europa

11/02/2023 - 

CASTELLÓ. Menos es más. Me horroriza el pensar en el más. Ya lo dijo Cecil Beaton y, posteriormente, lo recogió Marta D. Riezu en sus apuntes sobre la elegancia involuntaria: “La elegancia es agua y jabón”. Y lo mismo es decir que la elegancia está en lo sencillo, en lo de toda la vida. Nadie negaría que, en un primitivo Balenciaga o en aquella colección de Sybilla Noche que fotografió Juan Gatti, encontramos la sencillez, lo clásico, las líneas rectas, pero no el aburrimiento. También la encuentro en los actuales diseños del eldense Juan Vidal, que tanto me recuerdan a la esencia de Balenciaga y Franco Moschino, a pesar de no tener nada que ver con ellos. 

En definitiva, el agua y jabón del que Beaton nos hablaba. Pocos se atreverían a cuestionar por qué se siguen usando esas prendas en alfombras rojas y desfiles de moda, photocalls y noches de fiesta, porque en ellas está la quintaesencia de la elegancia. Pero en algún momento de la historia, el agua y jabón se desvaneció. Muchos empezaron a creer que esto quizá estaba en quitarse la ropa. Muchos lo siguen pensando, buscando la modernidad del cuerpo desnudo, pero quizá sea algo tan casposo y antiguo como el paso de los años.


Miro a mi alrededor y veo látex, cuerpos apretados y una luchas por ser el que gana un concurso, que se personifica en enseñar, que a su vez viene de la mano de bodies diminutos, muselinas, transparencias y monos ajustadísimos en materiales elásticos de colores o cueros. La premisa es antigua a pesar de parecer de lo más moderna, pero la pregunta es: en una sociedad en la que todo se puede comprar o vender, ¿hay un espacio de libertad o hemos perdido nuestra autonomía?

Tenemos un contexto claro. Una sociedad neoliberal como la nuestra nos invita a que todo se puede comprar o vender. Pero dejadme que os diga, señoras y señores, que la libertad va mucho más allá de subir fotos semidesnudos, cerrar el año entre transparencias y gasas mientras medio país espera que enseñemos nuestro vestido o ganar un concurso musical con las nalgas al aire –o vestidos con prendas sadomasoquistas–. Tampoco tiene nada que ver con ser el más guapo, mejor vestido o el que más followers tiene en redes. 

Mientras no podamos andar por la calle sin dejar de mirar hacia atrás –a las dos de la madrugada, con las llaves en la mano y tratando de ver si el que llevas detrás se acerca demasiado para adivinar cuáles son sus intenciones– o dejar de avisar al llegar a casa al grupo que has dejado hace diez minutos, la libertad estará de lado. Todos somos libres de vestir y enseñar lo que nos dé la gana, pero sabiendo los objetivos que tenemos, los valores que transmitimos y hasta dónde podemos llegar.

No enseñamos el cuerpo porque seamos más libres que aquellos que no lo hacen y, los que lo hacen, no son más modernos que quienes nos resistimos y seguimos buscando la elegancia en lo de siempre: en las capas, en lo de toda la vida. El objetivo de los que hacen esto no es mejorar la sociedad, sino lograr más fama, más 'me gusta', más impacto. Ganar, en definitiva, pero ¿el qué? Parece que seamos más libres por ello, pero ¿qué hay de cierto? ¿Lo somos o es lo que nos hacen creer?

Menos es más, pero rara vez el más es menos. El minimalismo conquista armarios desde que los norteamericanos Calvin Klein y Tommy Hilfiger –entre muchos otros– lo pusieron en onda. Contra el rococó europeo surgió esta corriente que conquistó el globo en poco tiempo. Opuesta a su vez a la idea de dandi inglés, el minimalismo lucha por las prendas aparentemente sencillas, pero con mucha personalidad. Y, mientras en Europa gobernaban las muselinas y tules, Estados Unidos hablaba de jeans, del azul Klein y de los total looks en colores sólidos. 

Sin darnos cuenta, la filosofía de Beaton había calado allí más que en su propia Europa. Nacieron iconos abanderados de esta corriente. Grace Coddington –directora creativa del Vogue estadounidense durante más de dos décadas– nos habló mucho de él y lo sigue haciendo en cada trabajo. Porque, como dijo la revista Time: si Anna Wintour es el Papa, Grace es Miguel Ángel pintando la Capilla Sixtina doce veces al año. 

Se complementaban con sus estilos –dispares, como la sociedad– a la perfección. “Ninguno de mis dos matrimonios ha durado más de seis meses. Con Anna y con el minimalismo llevo ya 'casada' veintiséis años. Un Halloween, algunos niños de mi barrio se disfrazaron de nosotras”, afirmó Coddington, con la espontaneidad que le caracteriza y que ha seducido, durante más de sesenta años, al mundo de la moda.

Y así, sin más, descubrí que el agua y el jabón eran más que una moda, un modo de vida.

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