Vamos avanzando. Venga. Por favor, no se amontonen, no se paren, mantengan la distancia de seguridad. ¡Muy bien! Pienso, sonriendo, que merecíamos un premio, eso de ¡lo están haciendo muy bien!… y vas avanzando, lentamente, sin detención, con la sensación de jugar a la oca, de oca o oca y tiro porque me toca. Círculos rojos con huella de zapato impresa en el que hay que ubicarse cada vez que te desplazas entre la cola ordenada de decenas de personas. En algún instante pensé que podría convertirse en un juego Twister, cruzándonos, superponiéndonos, atropellándonos, intentando ganar con el cuerpo los colores de cada cual. Un brazo por aquí, una pierna por allá, y un saludo. Porque esta cola -de un par de quintas de nacimiento- parecía también una reunión de final de curso de varios institutos comarcales o promociones universitarias. Miras de reojo a tus compañeras de viaje, suspiras, y sientes que nos hicimos mayores, pero que algunas y algunos están peor que tú, o no, porque están mejor, repasas las canas enredadas, esas ojeras que son hermosas, las arrugas, las curvas que han ido dimensionándose en los cuerpos de seis décadas de vida. Y, otro paso hacia delante, serpenteando las cintas retráctiles que conforman este peculiar circuito. Mientras corre el tiempo piensas que la última vez que realizaste un recorrido similar fue en un aeropuerto, en Manises, en un maravilloso viaje a Fez. Qué tiempos aquellos.
Mientras corre el tiempo piensas que la última vez que realizaste un recorrido similar fue en un aeropuerto, en Manises, en un maravilloso viaje a Fez. Qué tiempos aquellos
Paso a paso te encaminas a la entrada del Palau de Congressos de Castelló. Y llegas a la meta. Sin retorno. Venga, no se paren, no se junten, venga, sigan. La voz del personal de organización no deja de sonar mientras te adentras en la enorme sala preparada para la vacunación masiva. La fila india empieza a desdoblarse para entrar en las cabinas preparadas, para la amable información y para el amable pinchazo de la primera dosis de AstraZeneca. En el espacio denominado 15’ cobras conciencia de la realidad. Allí, sentadas y sentados, seguimos mirando de reojo. La imagen parece la secuencia de una distopía de serie televisiva. El silencio incomoda. Te vas sentado, te levantas y abandonas estos extraños lugares. Era un lunes lluvioso, caminas hacia casa y piensas que ya está. Primera dosis de vacuna recibida. Enciendes el teléfono y lees numerosos mensajes, una espiral de alegría de amigas, amigos y familia que ha pasado la prueba o ha sido convocada.
Citas y colas para la esperanza. Una vacunación masiva excelentemente organizada por la Conselleria de Sanitat, con la colaboración del Ayuntamiento de Castelló, de Protección Civil y Policía Local. La respuesta ciudadana está siendo muy positiva, con unanimidad en la buena valoración de la puesta en marcha del dispositivo de vacunación y su organización. Todo perfecto. Después, esperas posibles reacciones, escuchas las historias de quienes se vacunaron antes. O no sucede nada, o un día de fiebre y fuerte dolor muscular. A las 48 horas regresas a la normalidad, a incorporarte a esas otras colas múltiples que configuran nuestra rutina.
La semana pasada, la gran semana de la gran vacuna, fue un tiempo raro, convulso, días del delirio electoral en Madrid, de las excentricidades de una presidenta autonómica, de un estridente alcalde de la Villa y Corte que remarcaba aquello de “somos fascistas, y qué, gobernamos bien”, o esa otra frase de la presidenta de Nuevas Generaciones del PP calificando a Ayuso como “más vale malo conocido, que bueno por conocer”, el mismo lema que hace muchos años utilizara el PP de Morella en unas elecciones municipales que perdió. Los errores a la madrileña que vamos a comernos el resto del mapa ibérico.
Citas y colas para la esperanza. Una vacunación masiva excelentemente organizada por la Conselleria de Sanitat, con la colaboración del Ayuntamiento de Castelló, de Protección Civil y Policía Local
En un excelente artículo de Olga Rodríguez, publicado en eldiario.es, recuperé dos citas imprescindibles para los duros momentos que estamos viviendo. La periodista y escritora nos recuerda en su texto a Albert Camus cuando escribió que toda forma de desprecio, si interviene en la política, prepara o instaura el fascismo. El desprecio es la antesala de la deshumanización, ese proceso por el cual una persona es despojada de su nombre, de su identidad, de sus derechos, reducida a solo su cuerpo, como explicó Hannah Arendt. El desprecio, la violencia verbal, la intimidación, amenazas y las noticias falsas están cocinando un peligroso caldo de cultivo para la intransigencia, alimentando a una extrema derecha que se siente impune en el contexto de un sistema que lo ha permitido. Y unos cuantos medios y empresas de comunicación así lo están difundiendo, poniendo en duda la veracidad de amenazas y promoviendo un perverso desprestigio de la política y de las instituciones.
Si hay delitos de odio es porque hay discursos de odio. Si hay polarización es porque hay demasiados altavoces y políticos dispuestos a romper el sistema, el objetivo de quienes no creen en la democracia, de quienes se creen que los gobiernos les pertenecen como una propiedad privada, por derecho natural al sentirse herederos de cuarenta años de dictadura. Y no solo sucede en Madrid. En este pequeño país mediterráneo también sufrimos la arrogancia, manipulación y fascismo de una derecha caduca.
Les escribo en la mañana del día de la madre, del día de la fiesta grande de Lledó, de un domingo luminoso en el que se palpa maravillosamente la vida castellonense en la calle. Día de la madre que fuera una convocatoria comercial, pero que se ha ido convirtiendo en una jornada para la reflexión y la reivindicación sobre la maternidad. Mujeres, madres, hijas, abuelas, trabajadoras, engendradoras de vida, criadoras, cuidadoras del hogar, de pequeños y mayores, protectoras, sufridoras, educadoras, especializadas a la fuerza en habilidades domésticas, sanitarias, económicas, laborales, de asesoramiento, acompañamiento, de fontanería, pintura de brocha gorda y otras manualidades, además de ser casi expertas en artes marciales, psicológicas y sociológicas. Por los siglos de los siglos.
Si el fascismo sigue avanzando, gobernando con el PP y con Cs, las imposiciones de la extrema derecha hacia todas las mujeres, madres o no madres, nos lanzan al abismo, a los tiempos oscuros. La opinión pública más rancia y ultra ya están mercadeando con la igualdad, la violencia machista y el destino de las mujeres, diluyendo su papel en la sociedad, reafirmando los roles que nos corresponderían por ser, siempre, el sexo débil. Aquí no va a pasar como en Francia donde la derecha francesa estableció, con toda la responsabilidad y lógica, una línea roja y cordón sanitario frente a los partidos fascistas.
Si hay delitos de odio es porque hay discursos de odio. Si hay polarización es porque hay demasiados altavoces y políticos dispuestos a romper el sistema
(Si regresamos a la Edad Media, que todo puede pasar, seré bruja, seguro.)
Ante tanto delirio y distopías, que asusta y abruma, ante este tiempo sin razón y de ignominia, revivo dos libros. El maravilloso Delirio de Laura Restrepo, sufriendo la misma locura de su protagonista Agustina, transitando entre varias realidades. Y, asimismo, regreso al placer de las palabras y emociones de Fernando Pessoa. En el Libro del desasosiego podemos leer, y guardar celosamente, esta frase: Pasar de los fantasmas de la fe a los espectros de la razón no es más que ser cambiado de celda.