EN LA FRONTERA / OPINIÓN

Vinicius

28/05/2023 - 

Desde hace años, demasiados, los jugadores negros de fútbol tienen que soportar en España todo tipo de bromas de mal gusto como que te lancen plátanos del mismo modo que se hace en los zoos a los monos y orangutanes. Un jugador, he visto en la  tele, se llegó a comerla fruta en respuesta a la gamberrada. No sé concretar quién porque mi memoria futbolística es de 0,1: no sigo el deporte rey.  El sumatorio de estos acontecimientos tiene un denominador común: racismo sin paliativos ni paños calientes ¿Racismo estructural? No lo sé, aunque algún que otro racista estructural habrá en las  llamadas gradas de animación, un eufemismo bobo para denominar a las gradas de la humillación: cientos de exaltados que no sé exactamente qué animan. A lo mejor es un ejercicio de catarsis, a la manera del teatro griego, y liberan sus penas y frustraciones con el fútbol. No lo sé.

Es como cuando hace muchos años, uno tiene ya cierta edad, en parvulitos y en primaria, y EGB entonces, algunos niños hacían mofas, crueles, persiguiendo a un cojo o un tuerto: a careta quitada y sin el menor pudor. Hoy sería impensable semejante grado de acoso, en vivo y en directo.  Aunque ahora estas prácticas se han trasladado a las pantallas de los teléfonos móviles; no sé que es peor. Pero bueno, ya casi nadie llama cojo a una persona con un grado de discapacidad o de diversidad funcional. Cojo, gordo, bizco...

Lo de Vinicius en el Mestalla hace justo una semana fue bochornoso. Decenas y decenas de  hooligans esperando el autobús del Real Madrid para cebarse con Vinicius con un juego de un par de frases rudimentarias  al ritmo de Guantanamera. Luego ya en el partido, un sector del graderío siguió en las mismas. Un sector: el tamaño del mismo, cien o mil energúmenos, es ya casi lo de menos. El problema es que quedan energúmenos, muchos para mi gusto. Demasiados. En València, y en toda España. Si se mofan del color de la piel para desactivar al contrario, ¿de cuántas cosas más no se mofarán? No quiero  ni pensarlo; podría venirme abajo.

Joan Ribó. Foto: KIKE TABERNER.

Lo que sí que me deprime, bastante, son los discursos de la justificación que han aflorados como setas estos días en la opinión pública, y publicada, de València. Campaña manejada por Florentino Pérez, leo por ahí. Joan Ribó acusa al centralismo de Madrid y mezcla lo del jugador brasileño con la desidia del Estado, grosso modo, en la inversión en infraestructuras para la Comunidad Valenciana, y para la capital. Un ilustre opinador le sigue el argumento, somos noticia cuando hay sensacionalismo, no somos noticia cuando hablamos de infrafinanciación, el centralismo mediático le ha gastado una mala jugada al índice reputacional de Valéncia: contubernio de todas las televisiones y periódicos de mayor difusión. Vuelvo a Ribó: “No se puede pretender una sanción ejemplar cuando pasa en València y mirar para otro lado, como hace nada, cuando ocurre en Madrid”. La socialista Sandra Gómez cabalgando en el pantanal del contubernio: “Es un relato iniciado desde Madrid”. València, sigo con doña Gómez, es abierta y tolerante: “Por eso acogemos los Gay Games”. La popular María José Catalá: “Se ha producido  una lectura desproporcionada e injusta”. Agravio. Hasta se ha apuntado a que Vinicius es un chulito: como que se lo tiene merecido. Por gallito y encima negro (racialización en estado puro).

Más argumentos justificativos: Brasil es infinitamente más racista que España; mejor que Lula da  Silva se grape  la boca. O Estados Unidos donde ha opinado hasta el Gobierno de Joe Biden a través del portavoz del Departamento de Estado, Matthew Miller. En Brasil y en Estados Unidos hay racismo estructural desde el minuto cero, comienzos del siglo XVI, cuando comenzó el tráfico de esclavos. Lo de Brasil es particularmente escandaloso: hasta hace nada, y sigue ocurriendo, las elites criollas blancas han ejercido de tapón en lo que se refiere al ascenso social de la multitud de gamas existentes de los grupo sociales afro-descendientes.  Lo de EEUU es también sangrante con la violencia policial y con el KKK (ver El Club del Odio, de Beth de Araujo; Filmin).  ¿Como nos van a dar lecciones? Hasta ahí podíamos llegar. España no es racista: por eso Antonio Machín fue la banda sonora del franquismo en expresión de Andrés Zamora. El cantante preferido del Generalísimo. O generalito; escojan.

¿Por dónde íbamos? Que España no es racista y menos aún València. ¿Alguien ha dicho lo contrario? Nadie. Escribo en una red social el topicazo de “tolerancia cero contra el racismo”; me salió del alma. Y me responde Carmina Verdú, ilustre ilicitana, activista por los derechos de los refugiados sirios junto con el amigo Shoubi Hamaui, y archivera municipal: “A ver si va a ser el fútbol el que ponga conciencia... Bienvenido sea porque hay muchos Vinicius trabajando de temporeros”. Marchando un valium.

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