VALÈNCIA (EFE/Loli Benlloch). Viven las 24 horas del día dedicados a atender a familiares que dependen de ellos; aseguran que no se plantean cómo sería su vida si no tuvieran esa responsabilidad, porque "no merece la pena", y cuando se les pregunta quién cuida a los cuidadores sonríen y coinciden en responder: nadie.
Son Anastasio, Almudena, María Amparo y María, cuatro de las miles de personas cuya labor se reivindica en este Día internacional de las personas cuidadoras, quienes explican a EFE que nunca se han planteado internar a sus familiares en residencias, aunque les gustaría disponer de un poco más de tiempo libre para sí mismos.
Sus vidas cambiaron radicalmente a raíz del daño cerebral adquirido de sus hijos y su hermano, a quienes se dedican "al 100 %" con el apoyo de la asociación Nueva Opción, una organización sin ánimo de lucro con 25 años de historia que acaba de recibir la Distinción de la Generalitat al mérito por acciones en favor de la igualdad.
A sus 96 años, Anastasio Jiménez se dedica a cuidar -con la ayuda de su hija Almudena- a su hijo Luis, de 62, quien sufrió un ictus hace doce años. "Podría escribir una novela con todos los detalles", asegura mientras recuerda que al principio había noches que no se acostaba para atenderle.
Admite que es complicado ser cuidador -"no puedo disponer de mi vida como yo querría, tengo la responsabilidad de cuidar de él", explica-, aunque ya se ha acostumbrado y destaca que "gracias a dios" está bien de salud y se ve todavía fuerte, si bien ya va "cuesta abajo".
Su hija Almudena, quien se quedó en paro al año y medio de que su hermano sufriera el ictus y desde entonces se dedica en exclusiva a atenderle, señala que su vida no es estar "pendiente" las 24 horas, sino "vivir para él", y le condiciona desde para quedar con sus amistades hasta para irse unos pocos días de vacaciones.
Afirma que no se plantea cómo sería su vida si no tuviera este lastre, pues "es lo que hay" y "no merece la pena", aunque a veces cuando tiene "un mal día" pueda llegar a pensarlo, y confiesa que aguantar el confinamiento fue "muy duro", pues su hermano estaba "muy inquieto" y no había "ningún escape".
María Amparo Torres tiene 69 años y junto a su marido tomó hace nueve años una "decisión de vida muy difícil": dejar el país en el que vivían, Venezuela, y venirse a España, de donde eran sus progenitores, por el bienestar de su hija Karen, quien desde 2004 vive con las secuelas de un quiste en el cerebro que no fue detectado a tiempo.
"A veces dices cónchole, tu vida se acabó, porque los planes que teníamos mi marido y yo para nosotros a esta edad eran otros", como visitar a Karen en Grenoble (Francia), donde residía con su marido, o viajar con lo que habían ahorrado toda la vida, explica María Amparo, quien afirma que "nadie" cuida a los cuidadores, pero "hay que seguir adelante".
Karen, que ahora tiene 45 años, puede comer o vestirse sola, pero tiene problemas de memoria, de ubicación y no es capaz de tomar decisiones, por lo que hay que acompañarla siempre. Y eso es lo que hacen sus padres: "Tienes que responder por ella, porque si no respondes tú, quién responde", destaca María Amparo.
María tiene 66 años, es viuda y desde hace dos décadas cuida en casa a su único hijo, Dani, quien está en coma vigil tras sufrir un accidente de moto con 17 años. Ella lo alimenta, lo medica y lo asea, esto último con la ayuda de dos personas a las que paga para moverlo, pues desde que la operaron de cáncer de mama hace cinco años tiene menos fuerza.
"Mi día a día es estar aquí confinada; si quiero salir a comprar o a dar un vuelta cerquita me toca pagar", indica María, quien asegura que su vida ha sido "un campo de rosas, pero con espinas" y que ya no le quedan lágrimas para llorar, aunque rechaza que la llamen madre coraje: "Soy madre, el coraje lo pongo después".
Le gustaría que se ayudara un poco más a los cuidadores que no se pueden mover de casa para trámites -explica había una gestora en el Hospital General de València pero se ha jubilado y no la han sustituido-, y cuando se le pregunta quién la cuida a ella, echa mano del humor que todavía le queda y responde entre risas: "a mí nadie, yo me cuido, yo soy mi mejor amiga, ¿te parece poco?".