Calor asfixiante, botellas de agua a cuatro dólares, cientos de miles de personas sin instalaciones, sin baños suficientes, sin duchas dignas, un equipo de seguridad sin garantías ni formación reunido rápidamente para la ocasión, combinados con cientos de miles de fans del Nu-Metal dieron lugar a un festival que acabó con las instalaciones ardiendo en pompa, cálculos de un centenar de violaciones, cuarenta detenidos y un muerto. Un ejemplo de festival enfocado a obtener el máximo beneficio que se convierte en una experiencia infernal
VALÈNCIA. Recuerdo perfectamente Woodstock'94 porque la revista Heavy Rock le dedicó la portada. Era una pareja, los dos desnudos y envueltos en barro en la que ella le agarraba los genitales al hombre y los apretaba con fuerza, riéndose ambos. Fue uno de los ejemplares más vendidos en toda la historia de la publicación. Tenía quince años y la fiesta que se veía ahí reflejada me atraía tanto como repelía. Algunas actuaciones las conseguí años después, como la de Blind Melon. De su nueva edición en 1999 solo me enteré de que el festival acabó como el rosario de la aurora y me reí de la paradoja de que el encuentro hippie por antonomasia terminase con disturbios, cientos de policías poniendo orden, violaciones y un muerto; una paradoja que no era nueva Altamont en 1969 fue famoso precisamente por eso mismo.
Mi indiferencia se debía a que los cabezas de cartel del 99 eran Nu-Metal, un género que aborrecí en su momento y aún aborrezco ahora. Me tocó verlo extenderse por muchos bares y, aún siendo aficionado a muchas expresiones extremas del metal, esta siempre me resultó, con todo el respeto para sus seguidores, una turra fina. De hecho, la actitud agresiva, chulesca e infantil que llevaban en parte sus seguidores me parecía irritante y ridícula. En lo que nunca había reparado es en cómo todo esto se vio reflejado en ese festival. El documental Woodstock 99, peace, love and rage de HBO lo ha diseccionado y resulta escalofriante.
El documental recuerda los 90 como años de extraordinaria bonanza económica en Estados Unidos. Nunca había habido menos paro. Sin embargo, entre los jóvenes blancos de esa generación, aunque fueran de clase media o de clase media alta, había verdadera ira. El gran ejemplo paradigmático de todo aquello fue la matanza de Columbine ese mismo año. Un suceso, el de un tiroteo en un colegio, del que hemos perdido la cuenta de los que llevan ya hace muchos años. Un capítulo de South Park los mostraba como algo cotidiano que se repetía varias veces al día.
En este clima de supuesta alegría general y miseria soterrada, los organizadores de Woodstock decidieron repetir su festival, que tras el éxito de su edición de 1994, pensaron que merecía la pena realizarlo cada cinco años. La edición del 94 fue como una conexión entre generaciones. El grunge, la moda juvenil imperante en ese momento, tenía muchos detalles propios de la revolución hippie de los 60. En el retorno de Woodstock se pretendía unir dos generaciones, los padres le enseñaban a los hijos de qué iba el rollo.
Sin embargo, como explican sus organizadores, se quiso contratar un cartel actual con la inclusión de grupos como Korn, Limp Bizkit, Rage Against the Machine o Metallica. En realidad, la actuación de ningún grupo por dura que sea su música tiene por qué degenerar en disturbios y lo que queda claro en este documental es que en Woodstock si algo falló por encima de todo fue la organización.
El festival se celebró en una base militar abandonada que estaba asfaltada completamente, lo que hizo que el calor del verano resultase especialmente asfixiante. Se vendió agua a precios prohibitivos. Uno de los organizadores aún hoy dice que "si vas a un festival tienes que llevar dinero, no es un festival para pobres" y que a los asistentes seguro que no les faltaba. Aunque pusieron algunas fuentes gratuitas, la sed era tal que la gente reventó las tuberías para no tener que hacer la larga cola y quedaron inutilizadas. Un enfermero, testigo de desastres como el Katrina, confiesa que la evacuación de asistentes deshidratados a hospitales es la peor experiencia de su vida.
En las primeras horas hubo cierta hostilidad contra la cadena MTV. En ese momento estaban cambiando los contenidos y se empezaba a notar el auge de fenómenos como Britney Spears o Christina Aguilera. El público quería su antigua emisora, no una extensión de Disney, y le tiraban todo lo que pillaban a mano a los reporteros. Al mismo tiempo, la cadena explotó el festival con un estilo similar al de los vídeos de Girls Gone Wild, poniendo especial atención en sacar en primer plano todos los topless y chicas que se habían quitado la ropa.
"Enséñanos las tetas" es lo único que podían oír las mujeres en el festival e incluso las artistas. Como en algunas escenas que hemos visto en las fiestas de San Fermín en Navarra, cuando las chicas enseñaban sus pechos decenas de manos anónimas intentaban estrujárselos, pero la cosa no quedó ahí. Hubo violaciones grupales y a chicas que hacían mosh o se echaban encima de la multitud, algunos intentaban introducirles los dedos en la vagina, incluso botellas. Se calcula que pudo haber un centenar de violaciones, aunque solo se denunciaron ocho casos de abuso sexual. Aun hoy, desde la organización, entrevistada en este documental, se considera que la culpa era "parcialmente" de esas chicas por estar desnudas entre tanto hombre.
Es gracioso cuando se ve en entrevistas que nadie sabe quién tocó el himno estadounidense en el primer Woodstock. Incluso Creed se llevaron a Robby Krieger, guitarrista de The Doors, en lo que era un guiño generacional espectacular, pero casi nadie sabía ni quién era ese hombre ni qué canciones tocaban, pero lo que sí se recordaba era la fiesta en el barro del 94. Cuando rompieron las tuberías para beber agua, se formó otro barrizal. Momento en el cual los asistentes aprovecharon para embadurnarse, sin embargo, no era propiamente barro en lo que nadaban, sino excrementos. Los baños habían colapsado mucho antes y el contenido de sus depósitos era lo que había en el gran charco.
A mitad de festival, imperaba la violencia. La destrucción de todas las instalaciones. En este punto, los entrevistados filosofan sobre la Generación X. El grunge tenía contenido progresista, dicen, pero fue rápidamente comercializado y se desnaturalizó. La segunda generación de músicos destacaba por su rabia. ¿Pero por qué estaba enfadada esa generación si el viento soplaba a su favor? Las teorías que se dan dicen que porque pensaban que el mundo les debía algo, que ellos debían haber llegado a estrellas de rock. Otros dicen que era una generación que no tenía nada por lo que luchar, que solo sabía estar amargada.
En parte son clichés. Evidentemente, los problemas de Woodstock 99 fueron los típicos de un festival con una gestión deficiente e intentos de latrocinio. El equipo de seguridad fue reclutado en pocos días y se les ayudó a hacer el examen para que tuvieran la titulación legal. Luego, una vez en marcha el festival, escondían sus credenciales y se unían a la fiesta. Lo único que hicieron fue quitarle la comida y el agua a los que entraban por órdenes de arriba. Cuando todo falla en la organización de un festival porque tienes un concepto de los asistentes peor que del ganado, lo que puede salir mal saldrá mal. El mismo caso sucedió en el famoso Festimad de 2005 por motivos similares.
Lo que sí que es un caso aparte y que ha generado un feminismo combativo radical en Estados Unidos son los comportamientos ultra machistas. Eso no era de la Generación X ni de la anterior ni de la posterior, sino de todas las americanas. No hay más que ver las imágenes que llegan cada año de las fiestas de primavera de los estudiantes para ver lo que ha generado esa cultura y su educación sexual. El documental sobre la playa de Panama City Liberated: the new sexual revolution de Benjamin Nolot lo puso de manifiesto. Es algo que muchos llevan dentro y, en la impunidad del grupo o de la masa desfasada, no pueden evitar sacar. Porque, por lo demás, las escenas de Woodstock´99 de cuatrocientas mil personas saltando a la vez con la música son espectaculares e inenarrables. A ningún aficionado al rock no pueden parecerle algo hermoso.
Se escribió tras todo aquello en el San Francisco Examiner que fue el día en que "la música murió". Más bien, habría que corregir, fue una muestra de cómo muere la música en la festivalitis capitalista desbocada y la venta de "experiencias" en lugar del viejo y noble negocio de la música en directo. En el New York Times, Tom Morello lo expresó de forma lúcida y clara: "Sí, Woodstock estaba lleno de depredadores: los idiotas degenerados que asaltaron a esas mujeres, pero también los avaros promotores quienes robaron cada centavo de espectadores sedientos".