Escucho a Ximo Puig decir que da un paso atrás para que el PSPV gane dos pasos hacia delante. Leo los comentarios destinados a reseñar su labor y observo que se eluden, a menudo, los resultados electorales que el mismo PSPV cosechó en las últimas elecciones autonómicas. Parece que cueste reconocer que, en éstas, el proyecto encabezado por Puig consiguió un avance significativo; que la pérdida del Botànic se debió al retroceso de sus otros dos pilares. Y, más allá de la formación socialdemócrata, llama la atención que a una persona de compromiso, dedicación y convicciones bien probadas, no se la contemple como un activo que, aún formando parte de una opción política concreta, reúne valores que interesa aprovechar en beneficio del conjunto de la Comunitat Valenciana.
No son tantos ni tan capaces los políticos valencianos existentes como para considerar prescindible a uno de los más experimentados, relegándole a una especie de segunda actividad en su desempeño como senador. NI el PSPV ni la sociedad valenciana han llevado demasiado bien sus relaciones con quienes, dejando la primera línea de fuego, siguen siendo dueños de una mirada analítica y estratégica. Propietarios intelectuales de una experiencia que es mucho más que la suma de los años dedicados a una misión, como parecen creer algunos jóvenes. La experiencia no se mide en trienios sino en la capacidad de anticipación, de reconocer como algo conocido y vivido lo que, para los menos veteranos, se presenta como un hecho nuevo de contornos y consecuencias ignotas. Experiencia es disponer de respuestas allá donde los demás sólo expresan perplejidad.
Creo, pues, quizás añadiendo demasiada responsabilidad a Ximo Puig, que no le corresponde dar un paso atrás, sino un paso al lado. Un desplazamiento que permita renovar la dirección del PSPV y el conocimiento y contraste de quienes se sienten llamados a más elevados destinos. Un paso lateral que, simultáneamente, posibilite el uso del capital político que Puig ha acumulado desde su juventud. Desde aquellos tiempos en los que se unía al nucli que el primer PSPV tenía organizado en Madrid, integrado en su mayor parte, además de Puig, por varios economistas valencianos que trabajaban en el Banco de España. Un capital político que une la pasión por el país de los valencianos con la apertura de ventanas a otras realidades territoriales y políticas. Un capital forjado a partir de su alma de alcalde, con ese aliento enamorado de la proximidad, sensible a las ideas y emociones de los ciudadanos; reconocedor de verdades diversas que, en lugar de confrontaciones estériles, reclaman síntesis creativas y constructivas.
La Comunitat Valenciana precisa de ese tipo de referentes personales y, en lo que atañe al PSPV, debería ser el primero en entenderlo a poco que medite sobre su propia y agitada historia. No es momento de amortizaciones anticipadas. De puertas adentro de la propia formación política se necesita de gente interesada en actualizar y desarrollar el ideario socialdemócrata. No basta con la apelación reiterada al Estado del Bienestar tradicional. En nuestro tiempo éste ya no puede entenderse únicamente como el colector de derechos que previene las contingencias habituales derivadas de la edad, salud, acceso a la educación o situación laboral de las personas.
Nos situamos ante la eclosión de nuevas situaciones de riesgo causadas por el cambio climático, la inteligencia artificial y la transformación del mercado de trabajo. Ante la necesidad de que el nuevo Estado del Bienestar fortalezca los vínculos intergeneracionales que requieren los jóvenes para fundamentar su proyecto de vida: vivienda, empleo de calidad y funcionamiento del ascensor social. Nuestra realidad acoge la prolongación de la esperanza de vida y su deseable acompañamiento de una longevidad de calidad vital y actividad reconfortante frente a la enfermedad y la soledad; de la contemplación de la dependencia y, en la orilla opuesta, de la crisis demográfica y la recurrencia organizada a la inmigración. Hablamos de la salud como gran barrera frente a la incertidumbre, pero también de la responsabilidad individual en el cuidado del propio cuerpo y en la importancia de la medicina preventiva. De compromiso con la innovación y la productividad para que sea posible la competitividad empresarial; para que lo sea, de igual modo, la generación de nuevas rentas imponibles que posibiliten un sector público sano, con personal capacitado para actuar sobre los nuevos interrogantes del siglo XXI y establecer una equilibrada colaboración público-privada compatible con el interés general.
Personas como Ximo Puig reúnen las cualidades para forjar grupos de reflexión en torno a grandes interrogantes como los anteriores y de hacerlo combinando la inteligencia interna del PSPV con la existente en la sociedad valenciana. De hacerlo, acopiando aportaciones que germinen en un valencianismo productivo sembrado de positividad y vínculos colaborativos. Un valencianismo con grandes ventanales hacia el exterior para intentar la confluencia de la vía valenciana con un futuro federalismo del actual Estado Autonómico. Un terreno que requiere de voces potentes y reconocidas en un tiempo de intenso debate territorial, con la financiación autonómica como clave de bóveda. Un tiempo de ideas y de reivindicación del diálogo para la evitación de nuevas desigualdades ciudadanas y la extensión del síndrome de ganadores versus perdedores. Un valencianismo democrático que recuerde lo mucho que está en juego en esa Europa que, contra lo que cabía esperar, ha mostrado una excesiva condescendencia hacia quienes quieren destruir su modelo social, la autonomía de su presencia internacional y la validez pacificadora de sus valores.
Es el tiempo de quienes pueden catalizar los esfuerzos de quienes, desde el desprendimiento personal, destinan lo mejor de sí mismos a la aportación de respuestas útiles que combatan las incertidumbres y las reacciones, -odio, frustración, nihilismo-, que aquéllas alientan. Puig es uno de ellos.
La magistrada apunta a irregularidades administrativas y al desequilibrio en la distribución del dinero, pero no aprecia ilícito penal