LA NAVE DE LOS LOCOS / OPINIÓN

¿Y mi Satisfyer, Pedro?

¿Qué hay de lo mío, Pedro? Pasan los días de campaña y sigo sin mojar en tu tómbola. Estoy deseando ser comprado por ti. Salgo muy barato, la verdad. Espero un regalo sorpresa para votarte.

22/05/2023 - 

De nuevo, a nuestro pesar, hay que hablar de él. Ya no es Pedro el Cruel; ahora es Pedro el Dadivoso, el gran cacique que, a falta de argumentos convincentes, pretende comprarse un lote de españoles cada semana. Tiene el parné europeo y no le faltan la desvergüenza, el desparpajo y la osadía para intentarlo.

Sánchez es el dueño de la tómbola en que, con un poco de suerte, te puede tocar la muñeca chochona. “¡Y no se vayan todavía! ¡Aún hay más!”, nos dice el muy cachondo. Mientras sonríe te está birlando la cartera. Es un trilero de feria, conocido por sus mentiras y trapacerías, que sobrevive en el fango como ningún político. Es su manual de resistencia.

Esta campaña electoral se ha transformado en una subasta diaria para la compra de votos, con una obscenidad gubernamental que, después de lo visto y sufrido en este quinquenio ominoso, no nos puede sorprender. De semejante personaje abyecto, sin duda uno de los villanos de la historia de España, puede esperarse cualquier cosa.

Desde el encierro ilegal de la primavera de 2020 todos hemos aceptado la condición de súbditos. Nuestros derechos y libertades, si alguna vez los hubo, han quedado en muy poquita cosa. Todavía nos dejan votar cada cuatro años. A esa vana ilusión nos agarramos, a ese clavo ardiendo para no hundirnos en la desesperación.

Migajas de un pastel podrido

“Yo también quiero ponerle un precio a mi voto, presidente. No voy a ser menos que la muchachada que viajará medio gratis con Interrail”

Yo también quiero ponerle un precio a mi voto, presidente. No voy a ser menos que la muchachada que viajará medio gratis con Interrail, ni los abuelos que verán cine de barrio por dos euros. Soy un súbdito español como ellos. Reclamo mis migajas en el pastel podrido que cada fin de semana nos ofreces en un mitin a puerta cerrada, identificados y cacheados los asistentes para que ninguno te incomode recordándote que eres el secretario privado del Mojamé.

Tus apariciones en las televisiones del Régimen me son dolorosas porque me ignoras. No hay nada para mí: una regalía, una dádiva, un regalo, un detallito para justificar el voto a tu partido. Avanza la campaña y voy perdiendo la paciencia y la esperanza. A veces pienso que pasas de mí y que no te interesa mi voto de español viejo que nunca necesitó serlo gracias a una fraudulenta nacionalización masiva.

Pero, como soy creyente, conservo la fe. Confío en que me tendrás reservada alguna sorpresa para el final de campaña. Una señal es lo que espero de ti. Yo también quiero mojar en los fondos Next Generation en cuya aplicación, lamentablemente, estamos a la cola en Europa, como en todo lo malo.

Si me permites hacer de uno de tus once mil asesores vírgenes, estaría bien, presidente, que regalaras un bono para la compra de juguetes eróticos, algo no demasiado oneroso para las arcas públicas, de entre 50 y 100 euros, pensando en personas como yo, que ya no despiertan el interés de mujeres ni hombres, ni siquiera de seres no binarios, y que se ven obligados a consolarse en un dormitorio a oscuras, a veces con un fuerte olor a casa cerrada.

Tiranía posmoderna, inclusiva y transversal

Desde Aldous Huxley (¿sabes de quién te hablo, presidente?) sabemos que toda tiranía debe satisfacer los instintos de sus súbditos. Así, entretenidos, no le darán problemas al poder. La tuya es una tiranía posmoderna, inclusiva, multicultural y transversal, bendecida por la ursulina de Bruselas, que se hace agua cuando la miras con tus ojitos de truhán madrileño. En esta tiranía feliz el sexo debe ser un derecho básico para aquellos súbditos con escasas posibilidades de tener encuentros íntimos con sus semejantes. Un bono de sólo 100 euros resolvería este problema.

Por si acaso, he recopilado información. No olvides que soy periodista y me gusta estar al pie de la calle. Hace una semana visité un conocido sex shop de la calle Bailén en València. En el mostrador la encargada —una mujer morena, madura y muy profesional— explicaba a un matrimonio suramericano de sesentones el uso de un arnés. Al final lo compraron. Durante unos minutos curioseé y eché un vistazo a vibradores, masturbadores, anillos, dildos, plugs, collares, pezoneras, antifaces, azotadores, esposas, lubricantes, todo un largo catálogo de artículos concebidos para dar y darnos gustirrinín.

Lo que más me llamó la atención fue el Satisfyer Men Vibration. Después de muchas dudas rechacé comprarlo. Cuesta 60 euros por internet. Es un dinero, sobre todo después de la subida de la hipoteca. Hay que economizar. Por eso te pido, Pedro, tiarrón, que tengas el detalle de concedernos ese bono juguetón para sobrellevar nuestra triste vida de maduros solteros. De paso contribuirías a dinamizar la industria auxiliar del sexo, sector clave en la economía española.

Si al final el Consejo de Ministros aprueba el bono juguetón, acudiré a mi colegio electoral con la caja del Satisfyer en una mano y la papeleta del PSOE en la otra. Buscaré a un apoderado socialista para que no surjan dudas sobre mi compromiso. El hermano de Francis Puig contará con mi sufragio, seguro.

Y así, con mi voto, el del señor Txapote, el del excomisario Villarejo y el de algún violador agradecido, tendrás, tacita a tacita, el camino expedito para tu reelección en diciembre.

¿Y mi Satisfyer, Pedro?

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