“Nosotros somos los únicos preparados para sobrevivir a esto”, me dijo el otro día un chaval en mi consulta. ¿Quiénes?, le pregunté. No sabía si se refería a sí mismo como esquizofrénico, histérico o adolescente con gorra y gafas. Todavía no tengo un diagnóstico para él, no suelo darme prisa con esto. De momento viene a verme, que ya es mucho, y me instruye en todo tipo de juegos. Un día se impacientó porque no le decía su tipo de trastorno y le pregunté si le daba miedo saberlo. “Ser esquizofrénico ─dijo─ sería interesante”, y descarté de inmediato que lo fuera sólo por eso. Gamer sí, y de los buenos. Entrena muy duro, muchas horas al día, muchos años. Un Rafa Nadal de los juegos online. “Nosotros los gamers ─añadió con jactancia─ somos los mejor preparados para guerras y catástrofes. Nos hemos enfrentado muchas veces a graves peligros”.
¿Qué pasa con la humanidad que ya no discrimina los territorios? Lo real y lo virtual se navega como una misma sustancia, la ficción y la verdad compiten entre ellas. Un día un actor mimado por Hollywood televisa su violencia ante millones de personas porque igual se siente en un videojuego. O desea que los espectadores lo creamos así. El célebre derechazo de Will Smith lo hemos sentido muchos en plena cara, pero la cosa no termina ahí: varios memes buscan aplaudir el gesto y hacen virales las supuestas reacciones del público: Ryan Gosling con una risilla cómplice (sacada del 2017), o Mel Gibson visiblemente complacido. Imágenes fake que construyen una realidad a la carta, como la de Zelenski pidiendo a sus tropas que acepten la rendición en la que se le ve como un busto parlante porque la ha creado un ordenador. Show must go on. El anonimato de los creadores de estos bulos facilita que corran como la pólvora pero, ¿es sólo eso?
“Posverdad” fue la palabra del año en 2016 y parece que el siglo va a transcurrir así, como un día de niebla en el que debes conducir igualmente hasta el trabajo. Achinando los ojos. A cincuenta. Pegándote bien al parabrisas para no perder de vista el límite de la cuneta. Al final se hace muy fácil elegir el relato más complaciente, el que ofrezca menos resistencia. Estamos demasiado exhaustos para resistir. El coeficiente de rozamiento o fricción, leo en una definición de física, depende de los materiales y de la fuerza que ejerce el uno sobre el otro. Depende de la naturaleza de los cuerpos en contacto y, a más pulimiento de su superficie, menor fricción. O sea: a más igualmente pulidos, más satinado el movimiento. En el “infierno de lo igual”, que describe Byung Chul-han, elegimos una existencia lisa y brillante, libre de sobresaltos. Un plácido confort. En la burbuja que nos crean las redes nuestra verdad se va cocinando sin esfuerzo y sin pedir que participemos. El algoritmo sabe lo que digerimos bien y nos lo sirve una y otra vez, ¿a quién le queda energía para gastarla en cambiar de opinión?
Hay otro elemento del siglo y es la puesta en escena permanente. Lo que una amiga mía ha bautizado como “escandacular”, que conjuga lo espectacular con lo escandaloso. Y gana por goleada. Vivimos la hegemonía de lo visible sobre lo invisible, de lo espectacular sobre lo sutil. A la provocación de Chris Rock con su broma desatinada no se le dedican tantas reacciones porque su violencia es del género velado pero igualmente sádico. Al perpetrador de un bofetón siempre le señalarán los dedos acusatorios. “No supiste aguantarte”, reclama la jauría, la que no acepta los memes de aplauso por el guantazo. Apelan al clásico de “nosotros sí sabemos aguantar una provocación” pero, ¿hasta qué punto hay que dejar impunes a los provocadores?
Se cumplen 27años desde que el francés Eric Cantona propinó una patada a un hooligan en una de las agresiones más célebres del fútbol. “No juego contra un equipo ─cuenta entre sus frases emblemáticas─, juego contra la idea de perder”. Hablamos de máxima tensión y rendimiento exigido. Hablamos de espectáculo con humanos que parecen dioses. Del gesto y de la sanción acompañante se derivó la creación (junto a Maradona) del Sindicato Mundial de Futbolistas y el inicio de un debate sobre los límites para los hinchas en las gradas. Del cuidado de sus derechos sociales y morales, ¿consiguió su cometido? ¿Acaso tiene siempre el cliente (espectador) la razón? Quizá haya que pensar también un poco en la impunidad de los agitadores, evitar que queden siempre como víctimas y que la última estampa, la más sonada, sea la que monopolice los focos y los lamentos.
Nada nuevo bajo el sol, en el fondo, pero servido de una forma tan loca que nuestra capacidad de sorpresa va menguando y hará falta una seta nuclear en el barrio de al lado para que exclamemos ¡oh! ¡Qué fuerte! ¿Tú también lo viste? Quizá más de uno lo pueda tomar como una pantalla más de su videojuego.
Mientras tanto, nuestras prioridades siguen su danza como el marcador de Eurovisión cuando las votaciones hacen moverse a cada país en el medallero. ¿Qué va primero? ¿Las vacaciones de pascua o la luz de este mes? ¿Acabará mi hijo la carrera o gastamos los ahorros en ese destino del que quizá ni volvamos?