En la cartelera de 1981 se pudo ver El Príncipe de la ciudad, El camino de Cutter, Fuego en el cuerpo y Ladrón. Cuatro películas en un solo año que tenían los mismos temas en común: una sociedad con el trabajo degradado tras las crisis del petróleo, policía corrupta campando por sus respetos y gente que intenta salir adelante delinquiendo que justifica sus actos con razonamientos éticos: se puede ser injusto con el injusto
VALÈNCIA. Tengo la sensación de que vivimos una época muy parecida al principio de los años 80. Salvando las distancias, la gente no se metía smartphones, solo heroína por la vena, pero hay una atmósfera similar en muchos aspectos clave. El primero, la derrota demócrata en Estados Unidos por muchos factores, pero sin duda uno de ellos decisivo: la inflación.
En 1980, en Estados Unidos este problema –y alguno más que no había ahora, como un paro galopante- se llevó por delante a Carter y la obra posterior de Ronald Reagan es bien conocida. Ajuste del presupuesto, sociedad dual y enriquecimiento obsceno por arriba.
Aunque ahora haya víctimas del anumerismo diciendo que un piso entonces costaba 6.000 euros, el inicio de la década del eterno revival fue bastante pesimista y sombrío en todo el mundo, especialmente en España. La segunda crisis del petróleo, la de 1979, dejó tieso a medio planeta y aquí las consecuencias fueron dramáticas. Lejos de ser una anécdota, el 23F fue una de ellas y tanto si le sale bien a Tejero, como si le sale bien a Armada, reconductor del rey, nos hubiera salido muy mal a todos, especialmente, a la Constitución, que era el objetivo de los sectores socioeconómicos que estaban detrás.
Por mera curiosidad, inspirada en los paralelismos de mis hipótesis, el fin de semana pasado me dio por meterme un atracón de cine de esta época. Concretamente, de 1981, año en el que se reflejaba lo más duro de la crisis, que cuando se notó fue en 1980. Desgraciadamente, la mejor película –para mi gusto- que se estrenó ese año, El Príncipe de la ciudad de Sidney Lumet, no se puede ver en ninguna plataforma.
El tema que trataba es interesante y cada vez nos es menos ajeno en España, si es que alguna vez lo ha sido: la corrupción policial. Lumet seguía obsesionado con esa idea, el héroe que se enfrenta a todo el sistema, ya lo había ensayado en 12 hombres sin piedad y clavado en Serpico. Otra vez tomaba una historia real, si antes era Frank Serpico, esta vez fue Robert Leuci, un detective que acabó tarifando con todo su departamento, que al igual que casi toda la policía de Nueva York, estaba metida hasta el cuello en el tráfico de heroína.
Los 167 minutazos que dura son un verdadero descenso a los infiernos, pero también un lienzo de una Nueva York muy distinta a la que conocemos ahora. Lumet se nutrió de actores de teatro locales para dar más autenticidad a la película y, posiblemente, lo consiguió en la suya y también en las posteriores de Scorsese, donde se veían los mismos dilemas morales sobre la culpa y la lealtad criminal y, no deja de ser una hipótesis, puede que sentase las bases para su Godfellas. Sea como fuere, el protagonista atormentado de El Príncipe de la ciudad era mucho más interesante por sus grises que Serpico, que iba bastante sobrado con sus principios éticos.
Se echa de menos que no esté disponible con buena calidad de imagen, pero lo que sí que podemos encontrar en plataformas tampoco está mal. Body heat, en Movistar +, fue el debut de Lawrence Kasdan adaptando a los ochenta todos los patrones y clichés del cine negro. Esta película es llamativa porque en ella aparece el único policía que cumple con la ley de todas las que he visto de ese año. Es un detective negro y ya avisan de que su rigor y rectitud deben ser porque se le va la olla. Ted Danson, el siguiente personaje en la escala moral en esa historia, ya le dice al protagonista que cometer un homicidio, mal, pero que si la víctima es un criminal poderoso, pues tampoco vamos a exagerar.
Lo que más sorprende de esta película tal vez sea la escena en la que la femme fatale le está realizando una felación al protagonista, son sorprendidos por la sobrina de la mujer, y el caballero, William Hurt, se da la vuelta y se le ve de frente. Esto luego sería clave de cara a un juicio, pero resulta que no hay testigo. Como explica el personaje que interpreta Danson partiéndose de risa, “solo ha visto a un calvo”, en referencia, como si fuese Herminio Bolaextra, al pene del protagonista, cuyo esplendor impidió que la niña se fijase en la cara y, por lo tanto, no había caso. Como giro del guión, en 1981, me ha parecido espectacular.
Tiene buenas críticas, pero no me parece una película espectacular. Como tampoco creo que lo sea Cutter’s Way, disponible en Filmin, catalogada como una de las mejores películas de los años 80. Aquí el único policía que aparece se niega a actuar contra un veterano de guerra, por lo que la víctima, a la que le han destrozado el coche, se pone a gritarle “¡Fascista, fascista!”, pero la mirada del director está con el agente y el ex soldado. Quiere que veamos eso como un gesto positivo y al que sufre el delito como un exaltado.
En este argumento, la juventud en la treintena viene representada por Jeff Bridges, que se gana la vida acostándose con mujeres de cincuenta años, y su mejor amigo, John Heards, es un veterano de la guerra de Vietnam que ha perdido una pierna y un brazo en la contienda. Aunque el personaje de Nacido el cuatro de julio venía de la autobiografía de Ron Kovic, este se parece bastante a sus escenas más inolvidables. Borracho permanentemente en los bares, metiendo mano a las mujeres y buscándose líos.
No obstante, suyas son unas líneas magistrales. Similar a lo dicho por Danson en la otra película, este sostiene que los poderosos siempre hacen lo que les da la gana por una sencilla razón, ellos nunca ponen el cuerpo y se llevan los palos, nunca sufren las consecuencias. Por ese motivo, no considera contrario a la moral extorsionar a un millonario que podría haber asesinado a una adolescente. Está muy bien que en ambas películas dar el paso a la ilegalidad se teoriza. Se refleja por qué el personaje que decide pasarse las leyes por el forro tiene motivos sobrados para hacerlo en una sociedad injusta.
Finalmente, me enchufé Thief, de Michael Mann. Esta película visualmente es una maravilla. La fotografía es extraordinaria, está cuidada al detalle y, vista ahora, sin el deterioro de las VHS ni el grano de las televisiones antiguas, es una sensación impresionante. El guión ya es harina de otro costal, idealiza las típicas fantasías compensatorias de un adolescente con problemas o desmembradillo, que diría Unamuno.
Es una buena película para analizarla desde un punto de vista feminista. Por ejemplo, cuando llega tarde a una cita ¡la primera! y la chica le dice al protagonista, Frank, interpretado por James Caan, que se vuelva por donde ha venido, que no quiere verle, él la coge por el brazo, la saca a la fuerza del bar y la mete en el coche exactamente igual que en un secuestro. Ha dicho que van a cenar y van a cenar. Ella lo acepta, se ve que realmente tiene ganas.
Después, cuando se entera de que no puede tener hijos, no pasa nada. Compran uno y asunto resuelto. Se lo entregan en un portal y, directamente, se lo llevan a un bar para ponerle nombre. Y antes de esto, desde el punto de vista del racismo, hay una escena también interesante. No le quieren dar un niño en adopción porque había estado en la cárcel y él replica: “Pues deme uno defectuoso, deme un negro o, mejor, un chino”.
Y lo más gracioso es que se trata de un personaje positivo, es un héroe. En su caso, había ido a la cárcel por un robo ridículo, allí quisieron hacer un gang bang con él y se revolvió con extremada violencia. Se tuvo que comer diez años más de cárcel, pero se dio cuenta de que nadie más se atrevió con él después de eso y tomó nota para los años venideros. Entendemos por qué es tan impulsivo entonces. Así que al salir de la cárcel se dedicó a robar, pero siempre a los poderosos y sin dejar víctimas. Ese es su código ético.
Sin embargo, la mafia le recluta. Y aunque la película es peliculera en su argumento y desenlace, las frases que tiene con el capo son gloriosas. Frank se queja de que el que se arriesga es él y el que se lleva la pasta es el otro, que es lo mismo que apuntaba el soldado mutilado en la película anterior, y no le parece justo. La discusión pasa a mayores, el capo, anciano ya, se impacienta y le espeta “¡pues vete a un sindicato!” a lo que Frank contesta “¿Mi sindicato? Este es mi sindicato” y saca la pistola. El arma no llevaba una pegatina de UGT precisamente.
El cine no es más que una válvula de escape, pero está claro por dónde iban los tiros tras las crisis del petróleo. En la estafa generalizada, la degradación del trabajo, el drama de la guerra y la corrupción rampante. El mensaje no podía ser más desmovilizador, que cada uno escriba sus propias reglas, pero es curiosa la paradoja. Parece que ese es el lenguaje que habla el poder hoy y con mucha claridad, no los balas perdidas ni los que están en los márgenes. Podría decirse que hay un juego de espejos entre 2024 y 1981.