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SILLÓN OREJERO

35 años de uno de los cómics clásicos de los 80: Secret Wars

El capitalismo puede ser más capitalista que el propio capitalismo. Lo prueba la mítica serie de Marvel en los 80, Secret Wars. Unos tebeos que fueron concebidos para lanzar una gama de muñequitos de juguete, pero no al revés. El fabricante dictaba hasta qué vehículos quería que hubiese en la ficción para venderlos en la realidad. Pese a todo, fue un tebeo histórico que planteó la historia definitiva: enfrentar a todos los superhéroes con todos los supervillanos a la vez en un mismo planeta lejano

2/09/2019 - 

VALÈNCIA. No sé en qué momento dejé de leer superhéroes, pero tuvo que suceder cuando me empecé a aficionar a El Jueves, la búsqueda de Los Pendones del humor me llevó a tiendas especializadas. Allí, enganchado ya a las páginas de El Víbora y el TMEO nunca se me volvió a pasar por la cabeza abrir algo que contuviera superhéroes, ni siquiera los de prestigio, ni Watchmen, ni nada semejante. Como mucho, Musgoman, de Jokin.

Eso no quita que de crío formasen parte habitual de mi dieta. La Masa me encantaba, no por nada, sino porque cayó en mis manos un tomo de los que tenía cuatro números dentro y lo leí hasta la saciedad. Lobezno, como para tantos, también era de mis favoritos. De hecho, le pillé una serie en el kiosco protagonizada por el solo durante varios números. Tuve pasión por Los Nuevos Vengadores, los que eran de la Costa Oeste, también por la sencilla razón de que aparecieron en mi kiosco y pude adquirir números seguidos de la serie durante un tiempo; números que luego leías quinientas veces. Sin embargo, si hubo un cómic que recuerdo como la quintaesencia absoluta ese era Secret Wars, cuya portada del primer número era sencillamente espectacular.  

Primero, porque no lo tuve. Lo tenía mi vecino y solo lo podía leer en su casa o si me lo dejaba. Es decir, no lo releí un millón de veces. Algo que molaba, que lo habías disfrutado, pero que no estaba en tus manos, adquiría brillos que hacían que a la larga, cuando el paso del tiempo nubla la memoria, aquello se mitificase.

Segundo, porque Secret Wars vino acompañado de un lanzamiento de juguetes cojonudos. Muñequitos de Marvel, más pequeños que los Masters del Universo, de los que guardo un gran recuerdo pese a su absurdez. Todos traían un escudo en el cual se podía colocar dentro una cartulina "en 3-D", que según desde donde la miraras tenía un dibujo u otro, una imagen lenticular. Un accesorio superfluo como pocos, ya que los niños lo que queríamos era que trajeran eran armas, cuanto más grandes mejor. Con todo, Hobgoblin con su cacharro para volar y Lobezno con sus garras eran muñecos muy logrados.

Hay que recordar el detalle de que el CEO de Mattel, Ray Wagner, rechazó la propuesta de George Lucas, cuando este no era nadie, de fabricar muñequitos de Star Wars, la trilogía que había empezado a rodar. De la película no hace falta decir nada y los muñequitos se vendieron como churros. Así vinieron después los Masters del Universo, que tenían un poco de todo, medievo y espacio exterior, algo de Conan -por cuyos derechos pleitearon- y monstruos y robots. Poco después, vino la estrategia de los muñecos de Secret Wars con el empuje de la que tenía que ser la historia de todas las historias de superhéroes: el tebeo del que vamos a hablar.

Los cómics, una serie limitada inicialmente a 12 números, que luego tuvo una continuación que casi llegó al medio centenar (esto solo en los 80, luego ha habido más) eran el tebeo definitivo de todos los tiempos. Estaban prácticamente todos los superhéroes y todos los supervillanos en una batalla final en la que se jugaba, en palabras del señor Magneto, "el destino de todo lo existente". En las portadas de la segunda edición se anunciaban con un pelín de instrusismo como "La más espectacular guerra de las galaxias".

Volver a leerlo treinta y pico años después no ha sido tan emocionante como se presentaba. Conocía a todos los protagonistas, se ve que se me quedaron grabados en el córtex, excepto a El hombre absorbente, cuyo nombre me ha parecido más propio de un sketch de Faemino y Cansado, del que no recordaba nada.

La cosa es como sigue. Los superhéroes aparecen en el espacio, en otra galaxia, sin saber por qué. Con lo bien que estaban en Central Park, Brooklyn, lo que se conoce como el centro del universo. Mr Fantástico explica lo que ha pasado: "ese ingenio causó una disociación subatómica, reduciéndonos a protomateria, almacenándola y teleportándola aquí, a unas coordenadas preestablecidas en el espacio donde fuimos reconstruidos". Acto seguido saben el porqué, El Todopoderoso se les aparece y les pide que maten a sus enemigos, allí presentes también, y todos sus sueños les serán concedidos.

La narración coral supongo que la disfrutarían los que hubieran seguido uno por uno a cada personaje con anterioridad. Sin saber poco más que su nombre, verles actuar con un protagonismo tan compartido sabe a poco. Lo que más me gusta son nimiedades como los paisajes y las fortalezas en la que se alojan y las máquinas con las que se torturan. Es realmente bello cuando el Doctor Doom, alias "Muerte", mutila en rodajas, como si fuera un salchichón, a un Klaw en una mesa de diseño.

Pero lo más llamativo es el amor. Hay varias parejas y hasta se utiliza el romance como treta, al menos lo hace Avispa con Magneto para sacarle información. Luego resulta que disparan a la superheroína, mientras está alternando con un lagarto al que ha conocido en un pantano, y cuando la reviven resulta que se queja porque se ha despeinado. Por no hablar de la Antorcha humana, que se lía con una aborigen del planeta al que han sido trasladados los superhéroes.

En el número 8, se produjo un gran hito. Spiderman estrenó nuevo traje. El negro, mucho más bonito y moderno, con momentos cómicos como convertirlo en un modelo de verano con pantalones cortos. Parece que la noticia se filtró a la prensa y llegaron montones de cartas quejándose del cambio. También mola que Coloso, que era ruso, jure por la "barba de Lenin" cuando descubre que Galactus vuelve a tragar mundos.

La filosofía era de altos vuelos. Me sorprende que los más pequeros llegásemos a entender algo. Cuando Muerte consigue todo el poder del universo en una pirula que le hace a todos los demás, tiene problemas para manejarlo. Atención cómo lo explica: "Mis sentidos se expanden, claro, la omnisciencia es un corolario necesario de la omnipotencia". Y luego la gente para darse importancia anda recordando las frases de Rutger Hauer al final de Blade Runner...

Las reflexiones de Muerte son una pasada. Tiene todo el poder del universo, podría matar a todo el mundo, como les ha exigido el Todopoderoso al principio a cambio de sus obtener todos sus sueños, pero para qué iba a matarlos y lograr lo que más anhela si todo lo que quiera ya puede conseguirlo con todo el poder del universo. En una paradoja nietzscheniana cojonuda. Víctor, que así se llama realmente Muerte (un "joven gitano guapo y orgulloso" antes de meterse en estos fregaos), se deja de historias y se va a por el Todopoderoso.

Por el 35 aniversario, en syfy.com hablaron con los artífices de la obra para contar su cómo se sacó adelante Jim Shooter, editor de Marvel que se nombró a sí mismo guionista, cuenta que la idea vino cuando DC negoció con Kenner Toys lanzar muñequitos de La liga de la justicia. Fue un lanzamiento a la inversa. Primero se concibieron los muñecos y luego se hizo el cómic para que tuvieran sentido y no al revés. Mattel temía que los superhéroes se pusieran de moda desplazando a sus Masters del Universo sin tener nada con lo que competir. Mattel, además, tuvo sus exigencias, sobre todo en cuestión de vehículos para luego vender más cacharritos.

El título que les pusieron no les entusiasmó a los encargados de las viñetas. Tampoco tuvo que ser un viaje de placer dibujarlo, porque Mike Zeck, uno de los artistas, recuerda que la serie, a raíz del éxito que tuvo, se convirtió en un infierno de fechas de entregas demasiado ambiciosas y terminó reventado.

El origen vino de The Contest of Champions, una serie que se quedó en un cajón a raíz del boicot de Carter a los Juegos Olímpicos de Moscú 80, fue lanzada años después en serie limitada de tres números y, como funcionó tan bien, sentó las bases para la historia coral de Secret Wars.

Sin tener ni las más mínimas nociones sobre el género, leída ahora la serie me parece surrealista al principio, ligeramente aburrida por momentos hasta que va mejorando, pasa a bastante divertida y sorprendente gratamente su desenlace. Al menos merece la pena leerla para luego poder escuchar un podcast como el que le hicieron en Campamento Kripton en su 30 aniversario y poder reírse a mandíbula batiente. Eso hay que reconocérselo a los superhéroes, si no te dan la energía vital para disfrazarte con cuarenta y dos años y ser la persona más feliz del mundo, te dan para reírte.

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