Ayer, como cada 1 de diciembre desde que en 1988 lo promulgase la ONU, se celebró “El día mundial del sida”. Esta vez la onomástica ha sido especial: 40 años del inicio de la pandemia; 25 desde que defendí mi tesis doctoral sobre este tema.
En mi trabajo, “La función de recuerdo de los medios de comunicación: el caso del sida”, que dirigió el Prof. López-Escobar, analicé el importantísimo papel de la prensa en la visibilización de la pandemia y etiqueté una nueva función, “el recuerdo mediático”, que ha resultado esencial para la contención del problema.
No pretendo contarles en una columna toda mi teoría pero, básicamente, la idea es que, en circunstancias especiales hay cuestiones problemáticas (que no son ya novedosas) que, sin embargo, por una serie de condiciones, consiguen permanecer durante décadas ocupando espacios en prensa.
El sida es una de ellas. Informativamente hablando, esta pandemia puede considerarse un problema de salud “privilegiado”: pocos temas no resueltos logran mantenerse en las agendas durante 40 años.
Lo cierto es que en este tiempo el tratamiento mediático del VIH ha sufrido una profunda evolución en el volumen y en la tematización.
La historia de lo que hoy conocemos como sida comienza hace cuatro décadas en EE.UU. A principios de 1981 varias peticiones de un fármaco para tratar unas raras neumonías ponen en alerta al CDC de Atlanta. Las únicas características comunes a todos los pacientes eran las de ser varones, blancos, homosexuales y vivir en una gran ciudad.
En mayo de ese año, el New England Journal of Medicine publicó un artículo científico sobre un "misterioso cuadro clínico". Unas semanas más tarde, coincidiendo con la serpiente informativa del verano, el diario de San Francisco sacó una pieza (antes incluso de que se hubieran establecido los criterios diagnósticos) sobre un síndrome que afectaba a hombres gays. En pocos días, el New York Times habló de un “cáncer raro” entre la comunidad homosexual. Estos textos sensacionalistas establecieron un encuadre del sIDA que, todavía hoy, crea estigmas que cuesta desmontar.
Y es que, el VIH se etiquetó inicialmente como “la enfermedad de las cuatro hs” (hemofílicos, homosexuales, haitianos y usuarios de drogas intravenosas) hasta que un artículo de Jama (Journal of the American Medical Association) alertó de que la población heterosexual también corría peligro.
Poco tiempo después, el tema eclosionó en los medios como una amenaza global a raíz de hechos como la declaración de seropositividad de Rock Hudson, en 1985. Y el VIH cobró así tintes de epidemia.
Fue el aumento de informaciones periodísticas lo que provocó un “descubrimiento alarmante del tema” por parte de la población. Poco a poco los medios empezaron a tratar dimensiones (como la humana, la laboral o la internacional) que hicieron entender que el VIH no era sólo un reto científico sino también social, porque había que combatir la discriminación y la desigualdad.
Cuando la comunidad política (en parte presionada por la comunicación pública) se movió para atajar el asunto, acabó por ser una importante y buena fuente informativa.
Recuerden el esfuerzo ejemplar que se hizo en este país en los 90 (paréntesis: del que podrían tomar nota los políticos actuales). Me vienen a la mente campañas como la del “sida-noda” o la del “Póntelo-pónselo” (orientadas a la educación sanitaria, y no a la vanagloria de los gestores). Aquellos mensajes contribuyeron a formarnos y a hacernos entender que hacía falta modificar posturas personales y evitar “comportamientos” (y no “grupos”) de riesgo.
Con el comienzo del siglo, el sida no desapareció, pero el interés sobre el tema sí fue decreciendo gradualmente. Desde hace años, el VIH existe y se propaga. Conviene recordar que este “bicho” ha matado a 40 millones de personas en el mundo, más de 60.000 en España. Pero estamos en la fase del postproblema: esa en la que sólo cíclicamente (en torno a una onomástica) se advierte que queda pendiente vencer a la enfermedad… y al estigma.
El recuerdo mediático sigue siendo esencial. Porque los medios no solo difunden información importante; también redirigen la atención social hacia un problema que no está resuelto, nos enseñan comportamientos y condicionan nuestra percepción sobre el tema. Por eso merece la pena seguir publicando columnas como esta.
El mundo y la comunicación han cambiado mucho en cuatro décadas. Pero inmersos, como estamos, en otra pandemia (más), la del covid, merece la pena echar la vista atrás y entender cómo fueron los procesos de formación de la opinión pública en otros contextos.
Solo así podremos extraer lecciones y, de una vez por todas, planificar acciones de comunicación eficientes. Créanme: se necesitan urgentemente.
El sida fue denominada la peste del siglo XX. Se cebó en homosexuales y drogadictos. Artistas como Rock Hudson, Freddie Mercury y Rudolf Nuréyev murieron por contraer el VIH. Hoy es una enfermedad crónica.