MURCIA. Ana Merino desayuna libros, almuerza poesía y saborea cómics. La literatura, en mayúsculas, es su principal alimento, trabajo y también vocación. La poeta y experta en cómic cogió las maletas hace ya 24 años y puso rumbo a Estados Unidos. Allí se formó en estudios culturales (hoy es catedrática universitaria) y fundó el MFA (Master of Fine Arts) de Escritura Creativa en español en Iowa, uno de los programas más prestigiosos de su género. Una de sus alumnas, Elisa Ferrer, se alzó con el premio Tusquets de Novela el año pasado.
Ahora es ella quien recibe un reconocimiento: el prestigioso premio Nadal por El mapa de los afectos, su primera novela para adultos, y prueba indiscutible de su consolidación como autora de prosa. Una prosa, por cierto, influida por reminiscencias procedentes de la poesía y el cómic (como no podía ser de otra manera). Viajamos con Ana Merino al medio oeste americano, escenario de su obra, sin brújula ni mapa. La geografía que ha tejido con maestría y sensibilidad nos marca el rumbo.
-El mapa de los afectos es una obra coral que, curiosamente, se estructura de forma individual (cada capítulo bajo la mirada de uno de los muchos personajes que aparecen y se van entrecruzando). ¿Cómo se ha tejido la novela?
-Sobre todo, con curiosidad. Y también gracias a que he ido interiorizando mi experiencia “americana”: llevo cerca de 24 años viviendo en Estados Unidos. Cuando llegué allí, lo hice desde la gestualidad el poeta. Antes incluso de aterrizar, tenía muy presente la Antología de Spoon River¸un poemario fabuloso de Edgar Lee Masters en el que los personajes poéticos hablan desde las lápidas de sus tumbas.
Los cómics alternativos de los hermanos Hernández, Love and Rockets, también me han inspirado muchísimo. La calidad coral de dichos cómics me encanta y los he estudiado mucho. Con las referencias poéticas, primero; y las propuestas de Jaime y Gilbert [Hernández], después, me di cuenta de que la textura coral es sumamente interesante para construir un relato.
A partir de ahí, poco a poco fueron surgiendo los personajes. Me interesaba que estos vivieran en diferentes edades y también marcar las transiciones emocionales. Vemos, por ejemplo, cómo crece Sam, que se hace un adolescente en el árbol del primer capítulo en un homenaje a las novelas de Tom Sawyer. Otros personajes, como Valeria, evolucionan a lo largo de la novela, buscando, en su caso, el amor. O el niño Adam, que tiene un trauma por la ausencia de su madre y lo vemos en distintos momentos de la vida.
Quería evocar los capítulos desde el espacio de la novelística del siglo XIX, donde imperaba el concepto de lo seriado (como también sucedió en el cómic alternativo de los 80 y los 90). Lo seriado construía el conjunto. Cada capítulo desprendía tanta fuerza que era una auténtica delicia: leías uno de esos capítulos y era pura emoción en todo momento.
-El libro aborda las vidas de una serie de personajes que no se pueden desligar de los espacios colectivos: de la comunidad. ¿Crees que vivimos en una sociedad más individualista y hace falta reivindicar esa unión?
-Creo que vivimos en una sociedad que tiene que recuperar la literatura y el gusto por la lectura. Eso nos va a proporcionar sosiego y pautas de comportamiento, además de capacidad de empatía y capacidad de reflexión. A veces nos autoimponemos demasiada presión instantánea, una respuesta inmediata, una serie de comportamientos que no nos permiten disfrutar de los instantes. Por eso es tan importante la literatura.
Ahora mismo, el mundo de las conexiones, Internet, están generando respuestas emocionales instantáneas, pero no nos escuchamos. Uno que lee un tuit realmente no está escuchando al otro: está leyendo breves líneas de impacto, pero no necesariamente reflexionando sobre lo que le dice. Para entender a los demás, hay que reflexionar y saber escuchar.
-En tu obra aparecen muchísimos personajes que vamos conociendo a lo largo de los quince años en los que se desarrolla la trama. ¿Cómo se construye un buen personaje?
-Hay varios ingredientes importantes: ser, en primer lugar, muy lector. Cuando se quiere ser escritor, hay que leer muchísimo. Y tienes que entender la mirada de otros escritores que se han enfrentado al reto de escribir y de construir personajes. También debes entregarte a una lectura muy variada, y no quedarte solo en el contexto de una serie de autores.
También creo que es muy importante mirar, observar, ser curioso. Yo he tenido la fortuna de dar muchas vueltas por el mundo y creo que se percibe en la novela. Me interesa tanto el niño pequeño que está al lado de mí en un tren y que le cuenta algo a su madre, como una pareja de señores mayores de delante que pueden estar esperando a que les lleven una silla de ruedas porque el hombre es mayor. Ese microcosmos que nos rodea de gente diferente, variada, con experiencias de vida distintas es una materia prima fundamental. Hay que tener curiosidad por el mundo y paciencia para saber y ser consciente de lo que pasa a nuestro alrededor.
Además de leer muchísimo y ser muy pacientes, también suelo decirle a la gente que quiere escribir que no se conforme con un borrador, sino que siga ahondando en el texto hasta exprimir al máximo el estilo: hasta encontrar la palabra más precisa posible. Habrá muchos borradores antes de una versión definitiva.
-En 2009, fundaste el MFA de Escritura Creativa en español en Iowa, uno de los más reconocidos al respecto. ¿Qué crees que le puede aportar este tipo de formaciones a una persona que quiera escribir? ¿Sirve para todo el mundo?
-Hay una cosa fundamental: la educación desde preescolar. La pulsión literaria y el interés por la literatura procede de la educación. El aprender a leer, la comprensión lectora y el desarrollo de la imaginación viene de un esfuerzo educativo y también de una responsabilidad de los padres.
Mi padre, por suerte, tenía una biblioteca espectacular tanto de libros como de cómics. En mi casa se hablaba de libros, se contaban historias: eso es clave. Ese gusto por la literatura que estaba en los planes de estudio de antes (yo me aprendí Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique a los 8 años) tiene que seguir estando; la poesía, los textos literarios en todo momento como formación educativa, tienen que perdurar.
Si tienes un poso de respeto y valor por la literatura, va a ser mucho más fácil formarte como escritor. El gusto por la ficción reside en el ser humano, igual que el gusto por la representación, como nos demuestran las cuevas de Altamira, o toda la oralidad humana de la ficción y del relato, incluso remontándonos a la historia de Roma y Grecia. Lo que hay que hacer es potenciar que no se pierda.
Un espacio como el que proporciona un máster ayuda muchísimo a eclosionar el talento. En el caso de Elisa [Ferrer] se ve. Obviamente tenía talento, pero desarrolló un proyecto en dos años que podría haberle costado hacer siete u ocho en otras circunstancias.
Respecto al estilo, trabajarlo supone mucho trabajo, mucha práctica, y mucha lectura. Tienes que ver cómo han trabajado otros autores, cómo han resuelto problemas de personajes, de puntuación, de ritmo de palabra… Para mí, eso es clave.
-Has sido pionera en el desarrollo de la formación académica del cómic. Ahora parece que comienza a aceptarse más que antes, incluso en esferas más generalistas, ¿crees que es una moda pasajera o ha llegado para quedarse?
-Va a quedar muy de abuela cebolleta [ríe]. He hecho toda mi carrera académica sobre eso. En los 90, cuando empecé a dedicarme a los estudios culturales en Estados Unidos, descubrí que allí era un mundo importantísimo y que sí protegían sus cómics clásicos, underground, de superhéroes... Pero nosotros, en la cultura hispánica, no apreciábamos la riqueza que teníamos; es más, se estaba destruyendo porque no había un esfuerzo por recuperar nuestra tradición.
A partir del siglo XXI y los 2000, el mundo editorial literario se dio cuenta de que el cuadernillo, el cómic, los álbumes tenían un potencial. Y abrieron esos espacios. En España también arrancaron editoriales muy importantes, como la fabulosa Sinsentido; desgraciadamente, la crisis se la llevó por delante. Sinsentido, de alguna manera, fue antecedente de Astiberri, que sí logró consolidarse. O Ediciones La Cúpula, que sacaron El víbora y sus cómics propios.
En España existían editoriales de cómic que sacaban cuadernillos, proyectos… Y, de pronto, adquirieron el formato libro, con su ISBN; es decir, que empezaron a pasar por el mercado de la librería y a asentarse en las bibliotecas. Sucedió a partir de los 2000. Han pasado ya veinte años de eso, que se dice pronto [ríe].
Paralelamente, las editoriales de libros literarias también vieron que había un espacio para el cómic de la misma forma que existía para los libros de autoficción, ensayo o poesía (ahora más popular también). El cómic podía acomodarse, por tanto, en ese espacio generalista y no quedarse solo con un único perfil de lector.
El cómic ha ido evolucionando como espacio expresivo que se construye y consolida en el siglo XX. En el siglo XXI va a continuar con mucha fluidez. Por supuesto que ha llegado para quedarse [ríe].
-¿Por qué te fuiste a Estados Unidos y qué te ha llevado a permanecer allí 24 años?
-Lo cierto es que una cosa fue llevando a otra. Me fui a estudiar a Holanda, y fue un año revelador, de descubrir Europa. Allí terminé mi primer libro de poemas, Preparativos para un viaje, con el que gané el Adonais de Poesía al año siguiente. Después iba a hacer el doctorado con una profesora, Tere González Calvet, pero desgraciadamente murió muy joven de un derrame cerebral. Eso me dejó un poco huérfana.
Un hispanista, a raíz del premio, me contactó y me dijo que en Columbus tenían un sistema de becas para estudios hispánicos. Y me dije: “Pues voy”. Me dolía mucho la ausencia de esta profesora y no sabía muy bien qué hacer, así que tiré por ahí. “Voy a ver qué pasa, voy a ver qué pasa…” y pasaron 24 años [ríe]. La vida es así.
Hay algo que me llama la atención de Estados Unidos, y es cómo entienden, como imperio, que la cultura es poder. El conocimiento es poder, al menos, en el ámbito institucional (otra cosa sería hablar del político). En los espacios intelectuales de las universidades lo tienen muy claro.
El semestre pasado estuve en Harvard dando una charla. Allí tienen el original de Fortunata y Jacinta en la biblioteca, escrito a mano. Yo soy una forofa de Galdós e, inevitablemente, me pregunté qué habría pasado para que una de las novelas más importantes de nuestra literatura hubiera ido a parar allí. Nos da pistas: allí saben qué es realmente valioso.