VALÈNCIA. En la era digital la inmediatez es clave. Cuando un mensaje se envía y se recibe en un solo segundo, las discusiones suben de tono como la espuma y los bulos se difunden a una velocidad terrorífica. Parece que a través de las redes la difusión de un mensaje se vuelve irrefrenable, algo que no sucedía sin los móviles. Viajando a una época de la comunicación por carta, la bailarina Lucía Lacarra -premio Max a la mejor intérprete y artista de carrera internacional- danza al son de Lost Letters, un espectáculo que hace con su compañía Lucía Lacarra Ballet en el que se inspira en las cartas perdidas escritas por los soldados desde la guerra.
Un espectáculo que tiene el germen en el año 2019, cuando decide que quiere emplear las melodías de Serguéi Tajmáninov y Max Richter para contar, en algún momento, un relato de amor truncado que se cuenta con puño y letra y que traducen a través del “cuerpo y del movimiento”. Estas historias ocupan el próximo 12 de enero las tablas de Les Arts, en un espectáculo en el que las imágenes, las cartas y la música sirven para que Lacarra cuente su historia.
-¿Cómo te inspiras para generar esta historia?
-Surge un poco a través de una exposición que vi en el Museo Smithsoniano de Arte Americano de Washington llamada Lost Letters en la que se recopilaron cartas de diferentes épocas y diferentes guerras que se habían perdido o no habían llegado nunca a su destinatario. Se exponían con la idea de buscar a las generaciones que podrían recuperarlas y se comprenden como una joya generacional.
-¿Qué valor tienen para ti estas joyas?
-Hay que tener en cuenta que en esa época no era como ahora que envías un mensaje y recibes la respuesta en el momento. En aquel momento uno no sabía si su mensaje iba a llegar a su destino y si esas palabras serían las últimas que diría un ser querido. Esto se nota porque las cartas son muy sentidas y sus palabras tienen muchísima fuerza. Esta historia me parece muy emocionante, por lo que queríamos que tomara forma, nombre y transformarlo en algo personal.
-¿Cómo es trabajarlo desde la compañía?
-Me parece increíble poder contar nuestro trabajo propio desde nuestra primera línea y transformar algunas partes de la historias. Matthew Golding [su pareja y también coreógrafo del proyecto] veía un mensajero y varios soldados, pero no queríamos que se tratara de una guerra sino de algo que fuera más allá. Al final queríamos contar algo más íntimo para poder transportarlo a través del arte.
-¿Y cómo llegáis a ese punto de intimidad?
-Un poco a través de las casualidades. Después de ver la exposición y de adentrarnos un poco en la historia, vi por casualidad un libro en el aeropuerto que llevaba una imagen de una amapola. En ese momento llevábamos hablando un tiempo de que el abuelo de Matthew había estado en la guerra en Canadá y que el día de conmemoración -el 11 de noviembre- todos los soldados llevaban una amapola en la solapa de la chaqueta por cada soldado caído. Nada más abrir el libro vi una carta maravillosa de un artillero de la Primera Guerra Mundial, Frank Barcey dirigida a su mujer, Win. En la carta le pedía que no le esperara y que buscará la fuerza para seguir adelante ella sola. En el momento en el que vi esa carta pensé qué hubiera pasado si hubiera llegado a su destino y cuál hubiera sido el futuro de esta mujer. En cuestión de minutos surgió el concepto completo de Lost Letters.
-Suena a que la historia te buscó a ti.
-Existe una fuerte conexión con esta historia y este concepto. En mi cabeza, parte de la historia que creamos se apoya en los relatos en los que nos inspiramos, y conforme avanzamos en la obra, nos sentimos cada vez más relacionados a los personajes y las historias que interpretamos. Cuando surge esa conexión y llegas a escena, ni te tienes que plantear el hecho de interpretar algo porque ya forma parte de ti.
-¿Cómo canalizas estre relato?
-Es un trabajo que hay que saber dividir y organizar. Yo misma me ocupo de la producción, la dirección y la logística de lo que hay en la obra, pero es un riesgo que abracé por completo y quise dedicarme a ello. Para esto nos apoyamos mucho en la música y los visuales, para que el espectador se pueda trasladar a esta atmósfera de emoción y a este espacio. Creamos un ambiente un tanto melancólico en el que van a suceder muchísimas cosas y que tiene que hacer que cada uno se traslade de alguna forma a lo emocional.
-¿Y cómo ideáis ese ambiente?
-Lo hicimos con tanta emoción que, cuando hicimos el rodaje, éramos capaces de imaginarnos loque iba a suceder en cada momento aunque aún no tuviéramos la coreografía… Los del equipo de grabación no entendían esta alteración del orden [ríe] pero todo salió bien al final. Fue un proceso muy largo pero maravilloso. Cada vez que nos subimos al escenario a contar esta historia tenemos el sentimiento de que no cambiaríamos absolutamente nada y eso es maravilloso.
-¿A quienes representáis sobre el escenario?
-A una pareja (un hombre y una mujer) que viven una intensa historia de amor. Lo hacemos con mucha pasión porque, en la vida real, cuando uno vive algo así se tiene que contener, pero en escena nosotros nos permitimos hacer todo lo contrario. Queremos mostrar la imagen de estas personas que son la viva imagen de las emociones y que lo viven todo sobre el escenario. Para nosotros, representar esto es clave y es una suerte poder hacerlo con un equipo que sea capaz de seguirte en tus ideas.
-El bailarín y coreógrafo valenciano Nacho Duato, explicaba este verano en Culturplaza que la emocionalidad del bailarín está en la interpretación, no solo en “saltar y dar volteretas”
-Creo que la expresión del bailarín tiene que ser algo real y que le evoque a algo que estuviera sintiendo. Yo intento recordar situaciones en la que me viera en un momento extremo y realmente consigo llegar a ese sentimiento sobre el escenario sin necesidad de exagerar ningún movimiento ni expresión facial. La danza es arte y el arte es emoción, pero esa emoción tiene que ser real; y como bailarín, tienes que saber meterte en la piel de otra persona y sentir las cosas de verdad. Si el espectador no siente lo que yo estoy sintiendo, es que no lo estoy haciendo bien o tengo que cambiar de profesión.
-Diríamos que, en este caso, la experiencia vital de cada uno ayuda mucho sobre el escenario. Aunque cuanto más tiempo pasa, más se desgasta el cuerpo. Es una especie de contradicción.
-Yo vivo las experiencias, no las interpreto. Ahí es donde descubro que lo que me apasiona de la danza es ese trabajo interpretativo, el lado emocional. Hay una parte del movimiento del cuerpo y de la disciplina que va más ligada con la edad, pero yo siempre me he visto capaz de interpretar, evolucionar y cambiar a lo que me interesa. Intento no catalogarme nunca o encerrarme en mi zona de confort.
-¿Hay una edad para la danza?
-Creo que hay que ser realistas. Tú no puedes intentar hacer con 40 años lo que hacías con 20 porque es una lucha que vas a perder. No es sano forzar al cuerpo a hacer algo a lo que no puede llegar. Creo que lo importante es mantenerse con ganas de seguir aprendiendo. seguir trabajando y saber mantener el ritmo que te pide tu cuerpo. Nadie sabe mejor que un bailarín cuándo tiene que parar, pero el mayor secreto es saber cuándo hay que descansar, potenciar lo que se tiene y lo que no se tiene y saber cómo trabajar.
-¿Qué es para ti el baile?
-No es un trabajo, es una forma de vida. Algo que tengo que hacer con pasión y disfrutándolo. Pongo todo de mi parte para hacerlo con pasión y con placer. El bailarín comprende el cuerpo como un músico su instrumento, y estamos constantemente afinando, escuchándolo y cuidándolo.
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