VALÈNCIA. Lleva mes y medio sin ver a sus seis nietos como muchas abuelas valencianas, pero no es una abuela más. Es Anna Lluch (Bonrepós, Valencia, 1949), la oncóloga más querida que tenemos en Valencia. Defensora acérrima de la medicina pública y científica infatigable, goza de la Alta Distinción de la Generalitat al Mérito Científico 2010; recientemente el Monitor de Reputación Sanitaria la incluía entre los médicos más influyentes del país. Todo ello sin desatender a los suyos.
“Nos gusta vernos, pero con hablar con mi familia tengo bastante”. Deja de lado la nostalgia y no sabe que le está dando esquinazo. En ella la resistencia es un instinto. Hija de jornalero de L´Horta Nord, se construyó desde lo mínimo, desde la esencia de las cosas. Estudió mientras trabajaba y sabe prescindir, priorizar, juntar los retales, exprimir las oportunidades. Tutea a diario a la muerte y su agenda en la consulta se alarga hasta las siete de la tarde.
Estos días no pisa el hospital Clínico de València pero trabaja sin tregua; hincar el diente en su agenda sólo está reservado para espíritus tan tenaces como el de ella. Culturplaza, que ya programó esta entrevista antes de la pandemia, conversa con esta mujer de pedernal y se intenta contagiar de su espíritu contra la adversidad. Su entusiasmo por una profesión de la que sigue enamorada después de 48 años sigue en pie, como el día que subió la escalinata de la facultad con dieciocho y no se lo creía.
-Los sanitarios españoles han salido a trabajar sin protección y han sido calificados de kamikazes, ¿por qué van a trabajar? En esta lista improvisada figuran varias opciones explicativas, ¿cuál destacarías?: porque no saben hacer otra cosa; por "el ideal de servicio"; por lo adictivo que se hace ser un cuidador y observar en directo el efecto de los cuidados; o por la curiosidad científica y "afán de aventura".
-Lo de los kamikazes me hace mucha gracia pero no es el sacrificio que se dice ahora, no somos héroes. Hay un poco de verdad en todas las opciones, pero lo fundamental es que el colectivo de sanitarios tiene un alto sentido de servicio a la sociedad. No nos gusta arriesgarnos, sino que nos sentimos solidarios. Lo hemos sido siempre y más en este momento. Por otra parte, no es tan horroroso como se ve ahora lo de la Primera Línea: tratar, ver el avance en un proceso curativo, o acompañar cuando no puedes curar, ir con el paciente de la mano en su cronificación: es muy gratificante. 48 años después yo volvería a estudiar lo mismo.
-¿Hay algo distintivo en nuestro país respecto al colectivo sanitario?
-En EEUU es diferente. Ellos se creen que tienen lo mejor. Me formé en el Anderson Cancer Center de Houston y allí vi que los pacientes elegían médicos latinos porque tienen la misma ciencia que los americanos pero el acompañamiento y el entender de nuestra cultura. No es que con el humanismo salvemos todo, la evidencia no se puede acortar, una parte sin la otra es imposible.
-¿Qué necesita más la Humanidad en estos días? ¿Ciencia o solidaridad?
-Ahora se está viendo una concienciación de la importancia en I+D, saldremos de aquí con la idea de que se debe invertir más. Fruto de la investigación se avanza: ¿qué significa este virus? ¿Qué comporta? ¿Cómo reaccionamos ante él? Falta mucho aún, vacunas, tratamientos preventivos, pero vamos a progresar. Y a los clínicos eso les da armas. Eso de los médicos clínicos y los médicos investigadores nos lo tenemos que quitar de la cabeza, porque si no te preguntas cosas, la medicina no progresa: investigamos las preguntas que nos hacen los pacientes y no podemos contestar. Así logramos que avance la Primera Línea.
-¿Cómo desarrollaste tu vocación? ¿Qué historias te inspiraron?
-Mi vocación de médico entendida como misión asistencial me viene de pequeñita. Siempre quise. Todos me decían “qué ilusa, si tú no tienes antecedentes en la familia, ni a nadie…” Pero yo veía que cuando estaba con fiebre y venía a visitarme el doctor don Ángel había que dejar la casa arreglada, era el Todo para hombres, mujeres y niños, como Dios en esa época. La voluntad de servir a los necesitados era mi objetivo, hice el bachillerato que llamábamos nocturno, en el San Vicente Ferrer, trabajaba de día de administrativa e iba luego a clase. Entré en medicina con una ilusión tremenda, subía las escaleras y pensaba que era imposible lo que me estaba ocurriendo. De todas mis amigas, ninguna hizo medicina, pero yo hice tres cursos en un año para no perder ninguno, entré en la facultad a la misma edad que mis compañeros. Durante la carrera también trabajaba cuando podía. ¿Talento? Qué va, son ganas e ilusión por hacer las cosas. Ahora veo a la gente joven y les digo “si esto no te gusta, si no le vas a dedicar la vida entera: qué mal lo tienes”
-En sexto de carrera ya tuviste tu primer hijo, ¿cómo se compagina esto con la crianza?
-Yo tenía que quitarme el reloj para verlo delante de mí y saber que eran las 6 o las 7 y debía volver a casa. Sobre todo tienes que tener una pareja que te entienda, que viva el mismo tema, cuando uno trabaja el otro está en casa, no compartir sino alternar. Por supuesto, siempre te oirás “otra vez eres tú quien más hace…” Pero en casa: de bocatera y portera. Atender a los niños y estar con ellos. Cuando no podía recogerles en el cole les explicaba el porqué, que no era por dinero, que era por un compromiso con cosas. Eso es educación en valores. Mi hijo periodista ahora hace documentales sociales y se lo tiene que currar, porque no lo hace por dinero.
-Háblame de los libros, ¿cuáles son los títulos que te nutren?
-Novela he leído poca, porque he tenido poco tiempo, pero los textos de pensamiento y psicología me gustan muchísimo. El emperador de todos los males es una crónica de la ciencia del cáncer maravillosamente escrita (por Siddharta Mukherjee, en Ed.Debate). José Manuel Sánchez Ron es un magnífico divulgador de la ciencia (Diccionario de ciencia, Booket ciencia; El mundo después de la Revolución, Pasado&Presente). Textos de inteligencia emocional, como el de Goleman (Inteligencia emocional, Kairós), que enseñan la empatía, el entusiasmo, la compasión o el altruismo. La parte emocional de los pacientes es importantísima y hay que atenderla. También disfruto con Rojas Marcos (La fuerza del optimismo, Círculo de lectores; Somos lo que hablamos, Grijalbo) y con un programa que no te puedes perder: L´ofici de viure, en Catalunya Ràdio, con Gaspar Hernàndez. Introduce a la meditación y a la paciencia. Es una pena que no lo hagan en castellano. Ahora lo pasarán los domingos por la noche en la tele. Todas estas técnicas me ayudan a ayudar a los pacientes. Y me encargué hace veinte años del servicio y ya son tres psicólogas las que tenemos en la Unidad, Vicenta Almonacid es buenísima. Las psicólogas con cáncer son más difíciles de tratar, por cierto, ¿por qué será?
- Quizá el autoconocimiento les impida activar mecanismos de negación, dejarse llevar. Los sanitarios tienen vivencias de enfermedad más crudas.
-Así es, se conocen más y mejor. Yo cuando viene un paciente quiero saber cuál es su vivencia, su entorno, su ambiente. Pero no puede faltar una explicación muy científica del proceso, es lo que más les ayuda, lo saben captar. Yo les hago una explicación de nivel de sexto de medicina: cómo van a actuar los fármacos, sin decir “cositas que vuelan…” o “palomitas que van…”. A muchos médicos les falta desarrollar este lenguaje, ponerse al nivel de quien tienen delante. Y esto al paciente le favorece en lo humano. Está todo conectado. Los médicos jóvenes no pueden ver un centímetro arriba o abajo en el TAC, ni una analítica que sube o baja y ya está. “Usted tiene esto y Usted puede tener una supervivencia de dos años”. Eso en nuestra sociedad no puede ser, en Europa todavía tenemos este valor humano. En EEUU todo es más frío.
-¿Cómo es la experiencia de formar a las nuevas generaciones?
-En mi etapa actual, si me he quedado en el hospital ha sido para ver a pacientes complejos, pacientes que quieren que los vea, y, sobre todo, para formar a los residentes. Les echo la bronca si miran el ordenador delante del paciente. “Tú ─les digo─, cuando entra el paciente, la pantalla te la tienes que saber de pe a pa, porque el paciente capta todas las expresiones que tú hagas, le digas lo que le digas: el gesto es lo que queda”. Los resis, cuando están conmigo, se leen las historias el día antes. “Hoy ─les pregunto─, ¿cuántas malas noticias vamos a dar?” Uno tiene que saberlo para graduarse la consulta del día. No es lo mismo decir “ha progresado” que decir “todo va bien”.
-Ya hemos visto cómo la parte humana está imbricada con la parte científica en el abordaje de cada paciente, ¿y la Humanidad? ¿Qué necesita más: la solidaridad o la ciencia?
-Todos tenemos la esperanza de que después de esta crisis los valores de la sociedad cambien. Dudo que no haya cambio: lo habrá, pero no todo lo profundo que necesitamos. Hay un análisis que hace el presidente de la Asociación Española por el Avance de la Ciencia, Francisco Mayor Zaragoza, ex director de la Unesco, que habla en La nit del ignorants de Catalunya Radio y es una perla. Recalca que no estamos solos, no somos guettos, hay problemas que atañen a todo el mundo, hemos avanzado en nuestra sociedad rica y hemos dejado atrás a tanta gente. La gente sin recursos vive a nuestra costa y eso no puede ser. Destaca que mueren a diario de hambre veinte mil personas, la mayoría menores de 5 años, ¡y cuatro mil millones de dólares se gastan al día en defensa! Pide una gobernanza multilateral y un nuevo concepto de seguridad, que no tiene que ver con los gastos militares. Europa, denuncia, sólo piensa en eurobonos. No queremos PIB, dice, queremos desarrollo sostenible, mujeres en los puestos de gestión y una reversión de la deslocalización productiva.
Creo que la sociedad ha aprendido que no vamos a poder convivir como antes, con besos, con abrazos. Aprenderemos una forma nueva de comunicación.
-Una nueva comunicación, una nueva cultura, ¿cómo nos “curará” la cultura?
-El haber estado estos días solos o acompañados en casa nos ha hecho reflexionar a todos, con instrucción o sin ella, porque las cosas físicas que se pueden hacer en casa ya están hechas. Y no todo es ver la televisión, repetitiva y monótona. La tele sólo habla del número de casos. Yo hubiera hecho más formación médica en los medios. Cultura de la inmunidad, los test, las vacunas. Y al final la gente ha cogido un libro, apreciar la cultura nos ayuda, la Cultura con mayúscula nos humaniza. Para ello la lectura es fundamental. Gente que intente o que vuelva al hábito de los libros. Es garantía de avance y de un futuro mejor. Aún queda tiempo para divulgar conceptos médicos.
-¿Qué consejos médicos darías tú a la gente para enfrentar el Covid?
-Lo mismo que digo siempre, dieta mediterránea y ejercicio físico, como se pueda; bici estática, escaleras, vueltas por casa... Que no hagan caso de dietas alternativas ni probióticos, nada de eso tiene evidencia. Yo estoy en casa y lo practico como puedo.
-Es difícil imaginarte quieta, incluso en casa.
-Yo he cumplido, sólo he ido al Clínico de forma puntual. Y en el servicio apenas ha habido contagiados, sólo tres o cuatro de los treinta que son, y ninguno grave. Lo que quisiera es que hubiera más población inmunizada. Creo que hay que desescalar poco a poco, sin ansia. Tendremos que mantener la distancia hasta que tengamos la vacuna, que eso va a ser lo importante. El número de inmunizados no se sabe con certeza.
-¿Cómo te explicas la ola de rechazo que han sufrido los últimos días algunos sanitarios?
-Creo que ha sido algo puntual y aislado. Los aplausos de las ocho ayudan a muchos. Siempre puede haber gente que se cansa o se irrita, es una situación difícil que no se acaba de entender. Pero lo que hay es un reconocimiento como lo ha habido siempre. Yo siempre he sentido que me agradecían más de lo que he hecho. He sido demasiado afortunada.
Inasequible al desaliento, siempre encuentra una veta por donde asentarle un zasca al pesimismo y la queja. Se despide con una invitación e insiste en completar la charla en su despacho cuando acabe el confinamiento. Es fácil imaginar cómo le sienta la mascarilla: no le restará encanto, porque el alma, que es lo más hermoso que tiene, se le escapa por los ojos.