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opinión publicada / OPINIÓN

Antes de la vacuna

5/12/2020 - 

En las últimas semanas, la presión de la pandemia del coronavirus sobre nuestra sociedad, que lleva meses atosigándonos, parece haberse relajado algo. Los casos han descendido significativamente, tanto nuevos contagiados como (en menor medida) hospitalizados. Y la evolución implacable de este virus, que dilata en el tiempo los contagios, hospitalizados y fallecidos, también dictamina que en las próximas semanas estos últimos descenderán.

Al mismo tiempo, parecen confirmarse los buenos augurios respecto de las vacunas que a ritmo vertiginoso se están ensayando en todo el mundo. Tanto en Occidente como en China y en Rusia tenemos vacunas que, según anuncian las propias empresas o los Gobiernos asociados con ellas, ya han logrado evidencias de su eficacia para prevenir la covid-19 (del orden del 90% o más). Son evidencias que, por el momento, no vienen respaldadas por los datos completos del estudio, sino por notas de prensa de las compañías. 

Este factor, junto con los evidentes réditos derivados de ponerse a la cabeza de la carrera por la vacunación en este contexto de máxima urgencia y necesidad, ha provocado que afloren dudas. Obviamente, no soy experto en la materia, pero me parece claro que en este dilema procede fiarse de las autoridades regulatorias, que no autorizarán medicamentos que no sean seguros para el consumo humano. Otra cosa serán los efectos a largo plazo, imposibles de atisbar. Me refiero no tanto a posibles efectos secundarios de las vacunas, sino a si su eficacia será prolongada en el tiempo o remitirá en unos meses. Esto, por desgracia, sólo podremos saberlo conforme pase el tiempo, aunque el antecedente del coronavirus SARS, el más vinculado con este, en principio parece alentador (los contagiados en 2003, en la mayoría de los casos, continúan protegidos).

Las vacunas parecen inminentes... pero, en la práctica, tardarán aún unos meses en llegar a la población general. Primero, como es lógico, se vacunará a los más vulnerables y más expuestos al virus, para contener así más eficazmente tanto sus efectos más graves como su propagación. Así que queda todavía mucho tiempo por delante con restricciones, distancia social y mascarillas. Sobre todo porque, además, como en Juego de Tronos, se avecina el invierno. Y esos meses invernales, con la población cansada por las restricciones y con la percepción incipiente de que esto se acaba ya gracias a las vacunas, pueden configurar un cóctel explosivo, con las Navidades como detonante perfecto.

En España hemos sufrido el virus con un grado de intensidad sin parangón en casi ningún otro país del mundo. El índice de muertes se disparó en la primera ola, y la segunda tampoco le está yendo a la zaga. Sin embargo, en esta ocasión la evolución ha sido significativamente diferenciada de la de otros países. Aquí, en la práctica, no hubo nunca "nueva normalidad". Tan solo unas semanas en el mes de junio, preparando ya el verano, ese respiro que tendríamos antes de un invierno que ya aventurábamos complicado... Y el respiro fue, más bien, un suspiro. O eso duró. En agosto el virus ya estaba desbocado en España, aunque muchos hicieran como si nada, y en septiembre las cifras estaban muy por encima del resto de Europa. Tanto, que ya en octubre comenzaron las restricciones. 

Pues bien: parece que dichas restricciones, aunque no hayan reducido la incidencia del virus a límites tolerables, sin duda sí que han funcionado. Sobre todo, han funcionado en algunas de las comunidades más golpeadas por el virus en la primera ola, singularmente la Comunidad de Madrid. ¿Se trata, tal vez, de un primer síntoma de que la famosa "inmunidad de grupo" comienza a hacer acto de presencia, o sencillamente de la evolución más temprana en Madrid de la no menos famosa curva de contagios? Pues miren: en esto, como en todo con este virus, la respuesta más honrada es decir: no tengo ni idea. No sabemos aún lo suficiente acerca de qué factores contribuyen más a mitigarlo o propagarlo, y tardaremos en saberlo.

Tal vez haya algo de lo uno y de lo otro, con ejemplos en negativo como el de la Comunidad Valenciana, donde los contagios se han elevado más tardíamente que en otras comunidades autónomas españolas (aunque parece que también comienzan a remitir). En todo caso, lo que parece claro es que el pico de la segunda ola ya se ha superado. Comenzó antes aquí y también remite antes aquí, con una evolución más dilatada en el tiempo que en otros países donde las medidas que se adoptaron fueron más drásticas, con confinamientos domiciliarios, porque los incrementos eran tales que existía la posibilidad de colapsar la atención sanitaria. Aquí la ola está durando más, pero al menos se ha podido contener sin adoptar las medidas de marzo.

El problema, ahora, es que tampoco estamos tan bien. Estamos, de hecho, muy mal, y el único consuelo es que hace unas semanas estábamos mucho peor. Ojalá las medidas restrictivas que ya se están aplicando, que no son en absoluto menores, sean suficientes para que la incidencia siga descendiendo, o al menos no se descontrole de nuevo con la llegada de las Navidades y lo que conllevan (aglomeraciones, reuniones, movilidad, ...). Si nos podemos evitar una tercera ola en lo más crudo del crudo invierno antes de que las vacunas comiencen a hacerse notar, mucho mejor. 

A veces parece, o así lo transmiten los medios y algunas autoridades, que aquí lo importante es disfrutar de lo que siempre hemos tenido, contra viento y marea, y no reducir en lo posible, con medidas razonables que nos eviten otro confinamiento, la mortalidad asociada con este virus, que evoluciona, como los contagios, exponencialmente. Si ya hemos perdido unas Fallas y medio verano, tampoco pasa nada por tener también unas Navidades a medio gas, aunque los datos ahora sean relativamente buenos. No vaya a ser que nos encontremos el día 7 de enero, con la resaca navideña, a las puertas de la tercera ola.

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