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LAS SERIES Y LA VIDA 

‘Antidisturbios’: todo bien

24/10/2020 - 

VALÈNCIA. Las cosas como son: Antidisturbios, la serie creada por Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña para Movistar+, lo tiene todo. Está muy bien escrita, muy bien rodada y magníficamente interpretada; no elude la complejidad del mundo que construye ni de los personajes, muy de carne y hueso; es trepidante, absorbente y ofrece un gran espectáculo, sin renunciar a una dimensión política bastante difícil de encontrar en nuestras ficciones. Lo digo ya desde el principio y nos entendemos rápidamente: es buenísima.

Y no era fácil, que el material elegido es altamente explosivo: nada menos que la investigación acerca de una actuación de un grupo de policías antidisturbios. Esos que cada vez que salen en las noticias están arreando porrazos a algún grupo de ciudadanos que se manifiesta o defiende sus derechos. Las reacciones que ha suscitado la serie reflejan bien esa condición de objeto inflamable. Por una parte, los sindicatos policiales reniegan de ella, alegando que da una visión completamente negativa y falsa de los servidores de la ley. En el otro extremo, se le acusa de blanquear al cuerpo de policía que mejor encarna los conceptos de represión y violencia asociados a las fuerzas de seguridad del estado

Está claro que, en ambos casos, no han visto la serie o han visto en ella exclusivamente aquello que buscaban, desde el “¿Cómo? ¿Un policía drogándose? ¿El otro un acosador? ¡Ultraje! Nosotros no nos drogamos ni acosamos, somos servidores de la ley”, hasta el “¿Cómo? ¿Un tipo frágil con remordimientos? ¿Un buen padre de familia? ¿Cómo que a ese le conmueve la muerte de un negro? ¡Falsedad y blanqueo!”. Lo cierto es que todo eso, y otras cosas más, están en la serie y es inevitable que así sea si se pretende construir un relato con enjundia y calidad.

Es lo que tiene hacer retratos complejos de una realidad que no es binaria ni maniquea, en los que la gente tiene sus emociones, su equipaje y sus contradicciones. Los policías protagonistas son, efectivamente, brutos y brutales, agresivos, alguno de ellos con pocas luces y genio muy corto (ese personaje de matón que borda Patrick Criado), machistas, chulos y prepotentes. Hay mucha testosterona, sí, inevitable si tu relato se centra en un grupo de policías antidisturbios. Y mucha visión crítica de esa masculinidad dominante, tan nociva, tanto para quienes la sufren como para los que la ejercen.

La serie plantea cómo los antidisturbios también son el escalón más bajo de un sistema de poder profundamente corrupto que comienza en lo más alto de la escala social, en los políticos y empresarios que se lucran ilegalmente, y que precisa de tropa obediente que ejecute desahucios y no tenga problemas en golpear y reprimir a la ciudadanía. Una cadena trófica que, según la serie (y la realidad, vaya), no es un conjunto de manzanas podridas o una desviación del sistema, sino su propia esencia.

‘Antidisturbios’

Como ven, la serie cuenta unas cuantas cosas muy feas que pasan en nuestra sociedad, de ahí la dimensión política que comentábamos. Y esas cosas feas (corrupción, violencia, desigualdad, precariedad, etc.) no van a desaparecer, por mucho que haya quien, desde dentro, luche contra las injusticias y las ilegalidades, como esa policía de asuntos internos, tozuda e inquebrantable, incluso inflexible y con su punto de soberbia, que interpreta maravillosamente Vicky Luengo. Algunas cosas se solucionan y la verdad, más o menos, se acaba conociendo, pero la mirada de la serie no es precisamente optimista, porque a veces hay que hacer pactos con el diablo, aunque no se quiera.

El primer capítulo cuenta, con pelos y señales, de hecho le dedica más de la mitad del metraje, el desahucio que luego será objeto de la investigación al morir de forma poco clara un chico inmigrante. Y toda esa acción está contada desde el punto de vista de los antidisturbios, con la cámara metida hasta el fondo entre ellos. La secuencia es tremendamente física y realista, y la sensación de estar allí resulta abrumadora, gracias a la cámara en mano, los encuadres cerradísimos en los rostros y cuerpos de los policías y la ausencia de música, que deja solo voces y sonidos. Conviene destacar que, aunque visualmente compartimos el punto de vista de los policías, ya que estamos con ellos, no dejamos de percibir la injusticia de la acción que están realizando y la enorme fragilidad de aquellos a quienes reprimen. Nos duele lo que están haciendo. Y así, toda esa larga secuencia es una demostración perfecta de cómo son cosas bien distintas el punto de vista de los personajes y el del relato, algo que, lamentablemente, tiende a confundirse muchas veces cuando se habla acerca de una serie o una película.

Previo a lo del desahucio hemos visto, en las primeras imágenes de la serie, la aparición de Laia, una inolvidable secuencia de presentación de personaje. Es un ambiente doméstico, en casa de sus padres jugando al Trivial, lo que contrasta de forma radical con la del desahucio posterior. Sin embargo, va a coincidir con esta en la gran tensión que se desata cuando Laia acusa a su padre de hacer trampas y mantiene implacable la acusación, incapaz de dejar el tema, aunque eso provoque la incomodidad del resto de la familia y rompa la armonía de lo que no es más que un momento de diversión distendida. Rodada con un gran angular que distorsiona los rostros y la escala, deja en el plano a la cabezota Laia separada y enfrentada a su familia, en una clara anticipación de lo que el personaje va a ofrecer en la serie.

‘Antidisturbios’

Así pues, resulta imposible ver este primer capítulo tan poderoso y no seguir con el resto. Aviso: no decae, ni en las secuencias de acción ni en las demás. Ya hemos dicho que está bien rodada y bien escrita y ese realismo que se imprime desde el primer capítulo continúa en las escenas de interior, sea el furgón de los antidisturbios y sus conversaciones, los interrogatorios policiales, las secuencias de oficina donde se desarrolla la investigación o los momentos familiares.

En general, se evitan muy eficazmente los clichés, aunque no puedo dejar de citar uno, tal vez el más obvio: ese polvo en el bar. ¿Por qué, Sorogoyen y Peña, por qué? ¿A santo de qué? Y no es que aquí le hagamos ascos a escenas de sexo, dios nos libre, nos encantan y más cuando están bien rodadas como esta, pero es que parece una concesión a la galería que no encaja lo más mínimo (ojo, pequeño spoiler) en la composición de la protagonista, por más que pueda sentir atracción por el policía narcisista y empotrador que compone, también de forma excelente, Álex García.

Como tengo que acabar, que llego a la extensión permitida, aprovecho para nombrar al resto del grupo porque es de justicia, dado el nivel altísimo de los intérpretes: Raúl Arévalo (el padre de familia ausente, siempre en tensión, siempre controlándose para no estallar), Hovik Keuchkerian (imponente), Roberto Álamo (revelando una fragilidad inesperada que va en contra de su físico) y Raúl Prieto (el policía sereno y pulcro pero lleno de violencia). Los secundarios también están a gran nivel porque lo que hay, sin duda, es una gran dirección de actores (ya lo hemos dicho otras veces, dirigir no es solo decidir dónde va la cámara).

Y no se puede dejar de destacar el modélico plano secuencia de veinte minutos del último capítulo, una cena de los seis policías antidisturbios, donde brillan todas las fortalezas de la serie: los diálogos, la realización, la composición de personajes, las interpretaciones, el trasfondo, el subtexto, la importancia de los temas tratados, la dimensión política y ética del relato, el retrato de la masculinidad. Se ha dicho de la serie que es un acontecimiento en el mundo de producción audiovisual española, y probablemente sea cierto. Por su calidad, por las cuestiones que aborda, por su espectacularidad, por su trascendencia política y por su ambición estética y narrativa. Lo dicho: buenísima.

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