VALÈNCIA. Hace algo más de un año que Borja López Collado se subió al ring. La batalla, con no pocos asaltos, acabó dándole por vencedor, dejando por el camino a un buen puñado de contrincantes. Pero, no se lleven a engaño, en esta lucha solo hay un arma posible: la palabra. El autor se llevó el cinturón de la cuarta edición del Torneo de Dramaturgia Valenciana con el texto HIPOCONDRIArt o per què tot em passa a mi?, una pieza sobre el paso del tiempo -y la pérdida del mismo- a través de la relación entre un padre y su hija artista y un tercer protagonista que lleva la situación al límite. Pocos días antes de su estreno, el día 15 de abril en el Teatre el Micalet, nos reunimos con 'El benjamí Button de Patraix', sobrenombre con el que participó en el torneo, para hablar del paso tiempo, el estado de las artes escénicas y los públicos futuros.
-Tu nombre en el torneo era el Benjamí Button de Patraix, eso me lo tienes que explicar.
- [Ríe] Lo de Patraix es sencillo, viví allí toda mi infancia. Lo de Benjamí Button viene porque siempre me he comportado entre mis amigos como el más mayor, el más quejicoso. Tengo esa reputación. Pero en el torneo daba la casualidad de que era el autor más joven, así que ese juego de palabras venía al pelo.
-Has estado bien acompañado, con firmas como Pasqual Alapont, María Cardenas o Begoña Tena.
-Como el autor más joven también piensas: algo bueno está pasando después de varios años de trabajo, para poder ser incluido en esta lista. Mi formación es puramente actoral, así que en cierta medida me he sentido un intruso. Hace cinco años que empecé a dirigir, de una manera autodidacta.
-Un intruso que acaba venciendo.
-Es una cosa un poco mágica, además siendo decisión del público.
-La obra habla de empatizar, de ponerse en el lugar del otro, de escuchar... Algo que parece difícil en los tiempos que corren.
-El personaje que interpreta Gloria Román, una artista que tiene una exposición muy importante, es el que focaliza estas ideas. Ella lleva ese discurso, esa necesidad de empatizar y convivir. Creo que el confinamiento, igual que ha sacado lo más social también ha sacado lo más individualista. Estamos demasiado metidos en redes sociales, asumimos que la comunicación será siempre digital, con 'likes'. Esto es un poco peligroso. De algún modo en la obra hay un alegato a esa conexión real, a estar en el momento presente.
El texto habla de la ausencia del padre de la artista, con lo que entramos en el terreno de las relaciones paternofiliales y de los convencionalismos, que intentamos detonar. Es una pieza que, tratado desde un punto de vista muy tragicómico, supone una gran reflexión en torno al tiempo. Vivimos creyendo que siempre tendremos tiempo para estar en los sitios en los que no hemos estado, pero no siempre es así.
-Quizá esos sentimientos, la distancia y la pérdida, están ahora más presentes que nunca.
-De hecho, el texto acaba de construirse ya entrados en el confinamiento. Evidentemente algo de esto queda. En ese primer confinamiento no había nada más que el presente, el futuro era completamente incierto. De esto habla la obra, de estar en el presente y de esas relaciones de familia rotas, que es algo bastante habitual. Cuando en un confinamiento te retienen se da una reflexión: qué me importa de verdad. Se da la reflexión, aunque luego no sé si luego la hemos convertido en algo proactivo. Me interesaba llevar este tema tan trascendental a un terreno de género artístico-teatral, que no creo que haya sido muy tratado, pues suele tender a la ciencia ficción. Me parecía muy estimulante tratarlo desde ese punto más humano.
-Hay un tercer pilar en la obra, el personaje de un kamikaze.
-Es el que hace detonar el sentido de la obra. A Bruno Tamarit, que interpreta al personaje, le he propuesto siempre dos vías de trabajo: el conceptual y simbólico y el naturalista. ¿Qué ocurre si un chaval decide pegarse una bomba al cuerpo y acabar con todo lo que le rodea? El conceptual me interesa mucho, porque el kamikaze representa al tiempo que se le presenta al padre, un aviso de que es finito. Frente a eso hay una reacción. Es muy interesante ver cómo reaccionan los personajes conocen su destino final, algo que también exploré en Licantropía.
-Decía Romeo Castelluci que “si el teatro no es radical no es teatro”, ¿qué significa radical para ti?
-Muchas veces en el teatro trabajamos en historias que se basan en el puro entretenimiento del espectador, sin apelar a la agitación. Cuando te pone en ese lugar de puro entretenimiento y comercialización estás trabajando de la manera contraria a lo que supone la propia existencia del arte. Hay que huir de la comodidad y ser críticos con los contenidos. Debemos recuperar la catarsis en el teatro. La hemos perdido. Vamos al teatro a que nos cuenten una historieta y volvemos a casa igual. Debemos promover un impacto, una modificación en el espectador. Puede ser desde un montaje precario, por supuesto, pero debe surgir esa revelación.
-¿Cuáles son las claves para recuperar esa visión que, dices, se ha perdido?
-Hemos estado demasiado tiempo cultivando al espectador burgués, aquel que va al teatro a entretenerse. Vemos mucha comedia blanca, por ejemplo. Deberíamos tener una política de gestión enfocada a reeducar al espectador, para que empatice con otras sensibilidades. Hay una lucha siempre con la institución pública, con los programadores, porque les cuesta mucho salir de cierta programación convencional. Da mucho miedo abrir ese abanico y perder el público que tienen. Es una labor, eso sí, de tiempo. No puedes programar una obra, que tenga diez espectadores y decir: hemos fracasado, esto no funciona. Quizá dentro de unos años llene. Es una cuestión de tiempo aunque los programadores no lo perciben así. Además entiendo que también hay una presión política de que eso no se puede permitir.
-No hay tarea más compleja que la de crear espectadores...
-Al final forma parte de su cometido, no solo mantenerlo, sino generarlo. Un caso muy evidente es la pérdida del público adolescente. Faltan contenidos en la programación que traten temáticas que apelen a conflictos en los que se vean reflejados. No es que no haya creadores que trabajen en esa línea, es que no se programa.
-Hace algo más de cinco años que operas tras Triangle Teatre, imagino que habrá afectado en tu visión del sector.
-La parte bonita de generar una compañía es dar forma a las historias que realmente quieres contar. Trabajo conmigo y no discuto con nadie [ríe] Da una libertad muy agradecida. Hay un trabajo de hormiguita hasta estar situado en el mapa de la dramaturgia valenciana, pero detrás de eso hay mucho esfuerzo. Te dejas mucha energía es cuestiones más allá de lo artístico. Creo que la institución pública debería concebir de esta manera los proyectos. Se esta trabajando desde una línea en la que a los directores de escena o dramaturgos se les impone un proyecto. Qué bonito sería -y qué lógico- que se llamara al profesional y se le dijera: confío en tu talento, ¿qué quieres contar? Al final, para contar lo que quieres contar solo te cabe la vía privada, una vía muy difícil. Ojalá la vía publica diera alguna posibilidad a despertar la creatividad y no a imponer su visión o su proyecto artístico sobre el director que tiene que hacer la propuesta.
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