Los votantes en España se han disgregado en muchos partidos en los últimos cinco años. Pero esos votantes, no hace tanto tiempo, estaban congregados en torno a PP y PSOE con enorme fidelidad: en 2008, ambos partidos sumaban el 83,8% de los votos. En noviembre de 2019, sumaron sólo el 48,8%. Es decir, en poco más de diez años PP y PSOE han perdido un 35%. Casi la mitad de los votos.
Esos votos no han desaparecido como por ensalmo, sino que se han ido a otras opciones. Y últimamente ha sido el PP el partido más erosionado por las alternativas que han surgido en su entorno: Ciudadanos y sobre todo Vox, que experimentó un ascenso considerable en las elecciones de noviembre, de 28 a 52 escaños (y del 10,3% al 15,1% de los votos). Obviamente, y a pesar del espejismo de la foto de Colón y los tripartitos de derechas en varios ayuntamientos y comunidades autónomas (bipartitos de PP y Ciudadanos apoyados externamente por Vox), el partido que sigue llevando la delantera, el PP, busca a toda costa recomponer su espacio electoral.
La cuestión es cómo hacerlo. Desde que apareció Vox, la estrategia del PP ha consistido en intentar atraerse de nuevo a sus votantes y en establecer pactos con los dirigentes de Vox; no en vano, piensan en el PP (y no se equivocan), los votantes de Vos son "los nuestros", es decir: exvotantes del PP. Vox es un partido de extrema derecha, inequívocamente, pero no sale de la nada. Sale del PP, un gran partido de centroderecha que, por diversas razones, siempre ha integrado en su seno a un colectivo de votantes que se ubicaban en ese espacio político, pero votaban al PP por una mezcla de pragmatismo (porque la derecha solo puede ganar unida) y porque, para qué negarlo, tampoco es que el discurso del PP fuese muy combativo contra la extrema derecha, precisamente porque la extrema derecha les votaba a ellos.
Pero esto se acabó el año pasado, cuando surgió Vox como alternativa viable al PP. A partir de ese momento, quedó claro para ese votante ubicado a la derecha del PP, sobre todo a la derecha del PP más pragmático, rajoyista, que quiere gestionar España como una mercería, más que salir en la prensa vestido como el Cid Campeador, que ya no tenían por qué "transigir", en la medida en que considerasen que lo estaban haciendo, con una "derechita cobarde" como el PP.
Pero el PP de Pablo Casado nunca supo qué hacer con Vox. Los estrategas electorales tampoco. Porque no está nada claro. Sin los votantes de Vox, parece inviable que el PP pueda gobernar en España, porque no salen las cuentas. Pero, con los votantes de Vox, también, porque ese PP agresivo y tosco, que intenta congraciarse con el espacio político que representa Vox, genera un gran rechazo en casi toda la sociedad española que no vota al PP ni a Vox, y eso tiene como efecto una mayor movilización electoral de la izquierda y los diversos nacionalismos periféricos, así como un interés común por impedir a toda costa que Vox pueda llegar al poder o participar de él. Así ganó Pedro Sánchez las elecciones de abril de 2019, y así logró ganar otra vez en noviembre, pese a varios meses de despropósitos.
Así que el PP no sabía si tratar de seducir a Vox o separarse nítidamente de este partido, pero en la duda, dados los orígenes y apoyos de Pablo Casado, fundamentalmente se había centrado en las estrategias de seducción. En intentar recuperar para la causa a los votantes de Vox. Con altibajos, pero durante casi dos años. Cegados por el espejismo de la plaza de Colón y condicionados por la ominosa presencia de Vox como apoyo indispensable en casi todos los sitios en los que gobierna el PP, salvo Galicia y Castilla y León (que, no por casualidad, han ido mucho más a su aire desde el principio).
Pero todo eso se acabó el jueves, cuando Pablo Casado dio un giro estratégico de calado. Lo dio porque la moción de censura de Vox no estaba dirigida contra Pedro Sánchez, sino contra el PP. Para intentar que el PP siguiera sumido en sus contradicciones, ni contigo ni sin ti (es decir, la abstención), y los votantes "duros" del PP que aún no se hubieran ido a Vox se sintieran tentados de marcharse ahora.
La apuesta de Casado es arriesgada, evidentemente. Pero a mí me parece un acierto en el medio plazo. Un PP tan escorado a la derecha, vinculado indisociablemente con Vox, lo tiene muy difícil para gobernar España, por las mencionadas razones. Un PP más moderado y centrado puede, por un lado, recuperar votantes que estén ahora mismo en Ciudadanos y en la abstención. Y estos votantes, aunque no griten ni vociferen tanto como los de Vox, son tantos como los de Vox. Por otra parte, un PP que marca las distancias con Vox envía un poderoso mensaje a los votantes de este partido y a los que puedan estar tentados de irse a Vox, unos y otros potenciales (habituales, de hecho) votantes del PP: Vox es un camino a ninguna parte, la única alternativa real de la derecha española sigue siendo el PP.
Además, como en el PP también saben perfectamente, a la hora de la verdad Vox siempre les apoyará (en gobiernos y en investiduras), porque los votantes de Vox son sus votantes, y este partido no tiene alternativa. Ahora, han decidido que ese apoyo les salga mucho más barato que hasta ahora, con la esperanza de que, poco a poco, las ovejas descarriadas de la extrema derecha española vuelvan al redil del PP, pero no seducidas por el PP, sino resignadas a votar a un partido que no es tan montaraz como a ellos les gustaría, pero es lo que hay. Como Rajoy, que no entusiasmaba a casi nadie, pero ahí estaba, imperturbable.
El discurso de Pablo Casado no constituye una frontera tan clara como la de la derecha francesa con el Frente Nacional, pero sí simboliza un antes y un después. Con tres años por delante, que es lo que en la práctica va a durar la legislatura, Casado puede sentar las bases para ganar las próximas elecciones. Porque Vox presentó una moción de censura para elegir entre su candidato a presidente del Gobierno y el actual presidente, pero quien salió del Congreso como presidenciable fue el líder del PP.