Contable de día, actor de noche. Cuando el teatro amateur te inyecta su veneno

Siete valencianos que se dedican a la interpretación de manera no profesional entonan su oda de amor por los escenarios

22/07/2019 - 

VALÈNCIA. Mientras las manecillas del reloj recorren su jornada laboral, ejercen de profesores, administrativos, estudiantes, gestores culturales o periodistasPero no falla: día tras día, llega el momento de salir la oficina. Es entonces cuando los amantes del teatro amateur dan rienda suelta a su otra identidad. Igual que Spiderman, igual que Batman, igual que Clark Kent cuando abandona una cabina telefónica con los calzoncillos por fuera. Algunos se asoman a la interpretación durante las noches; otros, concentran esas horas en los fines de semana. Pero todos tienen algo en común: están enganchados a los escenarios. Siete valencianos lanzan en Culturplaza su oda de amor a las tablas como entorno en el que gozar, aprender, experimentar y atravesar mil peripecias a base de libretos.

Si le preguntas a Roma González por su profesión, contestará decidida que es docente de inglés en la Escuela Oficial de Idiomas. Sin embargo, cuando las obligaciones lectivas van atardeciendo, comienza su vida farandulera: desde hace cuatro años ejerce como actriz amateur gracias los talleres de teatro clásico impartidos en la Sala Russafa. “Siempre había disfrutado mucho de las artes escénicas como espectadora y una amiga me propuso apuntarme a un curso, simplemente por probar. La verdad es que cruzar el espejo y pasar al otro lado resulta una experiencia increíble. Además, es un honor y un placer estar trabajando con autores como Lope de Vega, Tirso de Molina, Lorca, Pirandello, Molière…”, apunta la profesora.

González probó la interpretación sin demasiadas expectativas y quedó enganchada para siempre Entre los encantos de este hobbie, destaca dos cuestiones primordiales: “por una parte, por lo bien que me lo paso durante todo el proceso de preparación de la pieza, de los ensayos, de compartir momentos con mis compañeros”, apunta. El segundo motivo por el que está abonada a las bambalinas muestra tintes casi existenciales: “me encanta el proceso de ir descubriendo cosas sobre ti que no sabías ni que tenías. Es un camino de ida y vuelta: te adentras en personajes muy diferentes a tu propia personalidad, pero al mismo te ayuda a conocerte mejor”. El proceso, además, también le ha hecho transformarse como espectadora, “ahora valoro y respeto muchísimo más el milagro que supone sacar adelante un espectáculo. A veces el público puede ser muy cruel y desechar todo un trabajo por algún detalle que nos les ha gustado. Desde que también soy actriz siento mucha más gratitud hacia los profesionales que se dedican a estas tareas porque sé todo el esfuerzo que conllevo, me he liberado de prejuicios”.

El Festival Cabanyal Íntim es el ecosistema en el que Pedro Ferrandis lleva años desarrollando su vena de intérprete aficionado a través de piezas de creación colectiva. “Me apasiona el trabajo en equipo y también poder compartir con el público el resultado de un proyecto al que le hemos dedicado meses, ver cómo se emociona”, explica este monitor que trabaja en una residencia especializada en salud mental. Con solamente 17 primaveras en su haber, Berta Esparza ya se había dejado conquistar por la dramaturgia. Con la carrera de Periodismo, llegó también el teatro universitario a través de El Desván, compañía de la Facultad de Derecho. Su trabajo en el Palau de la Música, primero, y la maternidad, después, hicieron que se alejara temporalmente de las bambalinas. “Hasta que hace tres años, ya con mis hijos mayores, volví a la interpretación, la pasión de mi vida”, apunta la periodista, quien participara también en los talleres de Sala Russafa coordinados por Iria Márquez. En su caso, las tablas son sinónimo de “recuperar a nuestra niña interior. Volver al origen de lo que tenemos más dentro, de aquello que más feliz nos hace. Y creo que cuando alcanzas esa felicidad, también puedes dar mucho más a tu alrededor y compartir la alegría”.

Jorge Salanova acaba de terminar su máster en Filosofía política, pero desde hace seis años uno de los hilos conductores de su existencia ha sido el escenario, donde ha interpretado versiones de piezas como Doce hombres sin piedad o Tres sombreros de copa. “Diempre me había picado el gusanillo y me lancé a hacer cursos”. Entre los espacios por los que ha pasado, destacan el Aula de Teatro de la UV y la compañía multicultural Escena Erasmus. Él lo tiene claro: el gran placer que le producen las bambalinas reside en “poder canalizar y expresar la parte más creativa de uno mismo. Puedes jugar con los gestos con las voces...”. También le vibra la epidermis con “el ritual que se estable con el público” en cada función. La gestora cultural Anna Andrés ha seguido una trayectoria parecida, pues ha también creció como actriz en el Aula de Teatro de la UV, “un proyecto que cuenta con más de 25 años de tradición”.  Basta con poner sobre la mesa algunos nombres totémicos como La Barraca (surgida en Madrid en 1932 y capitaneada por Lorca); la valenciana El Búho, de 1934; o el proyecto Teatro del Pueblo, de Alejandro Casona, para comprender el alcance histórico de los grupos escénicos universitarios.

Teatro fallero

Viramos ahora hacia unas aguas escénicas nacidas de la idiosincrasia valenciana: el teatro fallero. A él ha dedicado gran parte de los últimos tiempos Voro Carsí, administrativo en una empresa energética. “Empecé por puro comboi de la Falla y me fue atrapando el veneno del teatro. Llega un momento en el que ya no lo puedes dejar. Eso sí, me cuesta muchísimo memorizar los textos, soy muy mal estudiante jejeje”, apunta el actual delegado en funciones de promoción cultural de Junta Central Fallera, quien lamenta que este tipo de producciones no son suficientemente conocidas más allá del entorno de los casales. “El concurso de teatro fallero, que se celebra cada año en Rambleta y es gratuito, cuenta con un nivel de representaciones que ya quisieran muchas compañías profesionales. Hay obras inéditas, pero también adaptaciones en valenciano de títulos como Bodas de sangre o La venganza de don Mendo”, reivindica.

Mil escenarios pisados, mil vidas vividas

Un forajido en busca de venganza, una espía en plan Segunda Guerra Mundial, un joven con el corazón roto, una florista nostálgica de tiempos mejores, un monarca iracundo… Sí, comentar que la interpretación ofrece la posibilidad de ponerse en la piel de decenas de personajes diferentes es una obviedad, un clásico en lo que a lugares comunes se refiere. Pero no por topicazo dejar de ser menos cierto y poderoso, especialmente si hablamos de individuos que llegan a los escenarios como una forma de evadirse de su rutina, esa en la que no gobiernan Dinamarca ni persiguen ballenas legendarias. “Es uno de los aspectos que más me enganchó del teatro: dejar de lado quién eres a lo largo de la semana, salir de la cotidianeidad y poder meterte en otro universo”, indica Ferrandis. La misma argumentación emplea Anna Andrés: “Es algo completamente distinto a lo que hago en mi día a día. Resulta muy interesante la construcción del personaje capa a capa”.

Disfruto mucho con la posibilidad de ser muchas otras personas. Me encanta, por ejemplo, construir un personaje a partir de un gesto muy pequeño y, desde ahí, descubrir que eres capaz de hacer muchas cosas que no sabías, como adoptar la personalidad de un individuo que no tiene nada que ver contigo”, señala Salanova, quien aspira en algún momento a dedicarse a este mundillo “de una manera más profesional. Es una fantasía, pero que me parece plausible”.  “Puedes jugar a ser quien quieras, es un espacio de creación donde no se te juzga. Al final exploras tantas emociones y sentimientos que acaba siendo casi terapéutico”, sentencia Andrés antes de recordar que el teatro, tanto amateur como profesional, “ha atravesado muchas crisis, pero nunca pasa de moda”. Periodista y escritora, Susanna Ligero se sumergió en las bambalinas en un momento de transición vital: “acababa de terminar la carrera y no sabía muy bien qué hacer a partir de entonces. Empecé a ver carteles para apuntarse al Aula de Teatre de mi pueblo, Alberic, y decidí que era una buena forma de probar cosas nuevas. Además, me pareció una oportunidad genial de trabajar con las palabras y la ficción desde otras perspectivas”.

"Se acaba convirtiendo en una parte muy importante de ti"

Rascar horas, fuerzas y recursos mentales para la interpretación amateur en medio de esta vida encabalgada en el ajetreo implica sacrificios constantes. Y pese a ello, todas las personas consultadas para este artículo coinciden en que vale la pena. “Te llega tan adentro y te motiva tanto que lo haces con muchísimas ganas. Se acaba convirtiendo en una parte muy importante de ti”, apunta la profesora de la EOI. En este sentido, Susanna Ligero subraya la necesidad de que durante el proceso de montaje “haya una evolución, un aprendizaje. De repente, te sorprendes a ti misma encima de un escenario y lo único que te importa es que la obra salga bien”. “Por otra parte- añade-, como escritora, me está permitiendo conocer mejor qué hace que las historias funcionen y cómo deben interactuar los personajes”.

De hecho, por mucho que se coloque en la columna de los hobbies, quienes se dedican al teatro por amor al arte recalcan que es imprescindible comprometerse a fuego con el proyecto. Como indica Roma González, “una cosa es aprender unas cuantas técnicas teatrales y otra muy distinta preparar un montaje cara al público, esto requiere seriedad”. Al tratarse de intérpretes voluntarios, sin audiciones ni procesos de castings, es cierto que las piezas elegidas y la distribución de personajes ha de adaptarse a la heterogeneidad de cada grupo, “pero los profesores nos exigen mucho. Que no sea profesional no quiere decir que puedas hacer cualquier cosa, no se trata de unos cuantos amigos que se juntan para el hacer el tonto un rato”, reivindica Ligero.  En la misma línea interviene Salanova: “En todos los equipos en los que he estado, los compañeros se implican a fondo en la preparación de cada obra. Hacen todo lo posible por encontrar horas para ensayar, para aprenderse el texto…No se lo toman como quien va un par de días a jugar al tenis”. “Lo que nos falta de oficio y profesionalidad, lo suplimos con ganas y motivación”, subraya Esparza.

Ya saben, lectoras y lectores de Culturplaza, mucha precaución, que cuando los escenarios te inyectan su veneno, ya no hay escapatoria posible. Un picotazo, y ala, toda la vida arañando horas para poder disfrutar sobre las tablas. Avisados quedan.

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