VALÈNCIA. Atractivo, carismático, con dotes sociales… Nadie sospechó jamás de los buenos modales de Ted Bundy, el joven blanco, estudiante de derecho, que entre 1974 y 1978 asesinó, violó y descuartizó a más de 30 mujeres jóvenes a lo largo de siete estados en los Estados Unidos. El pasado 24 de enero se cumplían 30 años desde que fuera ejecutado en la silla eléctrica. Netflix aprovechó la efeméride para estrenar la miniserie documental de cuatro episodios sobre el popular asesino en serie.
Conversaciones con asesinos: las cintas de Ted Bundy, usa como excusa las cintas grabadas por los periodistas de The Newsweek, Stephen G. Michaud y Hugh Aynesworth, durante las más de 100 horas de conversaciones con él. El material, inédito hasta ahora, se entrelaza con multitud de entrevistas a personas cercanas, abogados, fiscales, policías, y hasta una víctima, que conocieron al personaje y la implicación mediática de su caso. Aquellos que dominen la biografía del reconocido psicópata encontrarán únicamente como novedoso el hecho de que el propio Bundy realice algunas reflexiones interesantes sobre su vida. Eso sí, siempre hablando en tercera persona. Los periodistas, hartos de que Bundy no contase nada por precaución, le propusieron que charlase sobre los casos como si él fuera un analista o un psicólogo. Es así como el serial killer mostró su manera de pensar sobre sus propios actos.
El relato autobiográfico, claramente idealizado por él mismo, arranca con la historia de un chico feliz de Vermont perfectamente integrado y exitoso. Ya saben, que si fui un gran atleta, que si delegado de clase… Sin embargo, algunos coetáneo hablan de aquel niño como alguien tímido e irascible. Enseguida llegamos a la que probablemente fuera la etapa clave: la universidad, el periodo en el que el atractivo Ted Bundy vivió una vida apacible, entre novia y estudios, hasta que ella finalmente, le dejó. A partir de esa ruptura, Ted Bundy se desmadró. Con una media de crimen por mes, y en algunos casos con dos asesinatos en el mismo día, fue sofisticándose como homicida.
La primera víctima que se conoce oficialmente ocurrió a primeros de enero de 1974. Mary Adams tuvo más suerte que la mayoría, por decirlo de alguna forma. Fue violada con un instrumento ginecológico mientras dormía, algo que le dejó secuelas de por vida, pero no murió. Menos de un mes después, Ted Bundy volvía a las andadas, esta vez sin perdón. A partir entonces, chicas jóvenes y responsables, de pelo largo, desaparecían sin explicación de sus vidas ordenadas. Los restos de muchas de ellas no se han encontrado todavía. El asesino en serie sin remordimientos disfrutaba de la posesión de estas mujeres, incluso volvía al lugar donde las tenía enterradas para recrearse.
“Sientes que el último aliento abandona su cuerpo, mientras la miras a los ojos. Un humano en esa situación es casi Dios”
Algunos le definen como un camaleón, un tipo normal y corriente con una enorme capacidad de cambiar de apariencia, algo que le ayudó mucho a pasar desapercibido en los diferentes Estados donde fue “de caza”. De hecho, su primera detención fue fortuita. Bundy se negó a identificarse, una situación que desconcertó a la policía. En aquella época no existía internet, ni siquiera el fax, la policía no tenía grandes bases de datos digitalizadas y no había coordinación entre los diferentes estados. De manera que el criminal de Washington era totalmente desconocido para los habitantes de Utah y los de Colorado.
Cuando fue detenido en Aspen y juzgado finalmente por una muerte, Bundy sorprendió a todos al huir del edificio donde estaba siendo procesado, saltando por la ventana. Seis días después era detenido de nuevo, esta vez ante la atención mediática, aunque únicamente local. La rock star comenzaba su nueva andadura.
No cabe duda de que se trataba de una persona astuta, tal y como demostró en la cárcel donde fue encerrado a espera de juicio. Allí adelgazó más de diez kilos y acumuló grandes cantidades de libros en su celda, pero no para leerlos y preparar su caso, como él mismo aseguró, sino para fugarse poco después por segunda vez. Los funcionarios de prisiones no detectaron que había desaparecido de su calabozo hasta pasadas 17 horas. Subido a una montaña de libros, extremadamente delgado, logró colarse por un pequeño agujero realizado por él mismo en el techo de su celda. Cuando se dieron cuenta de su huida, él estaba subido a un autobús rumbo a Michigan. Digno de película de fugas carcelarias.
El nuevo hombre libre, ahora en Florida, repitió rutinas. Pero esta vez se comportó de forma más descuidada. Robó más de 20 tarjetas de crédito y las utilizó sin preocuparse del rastro que dejaban. Los crímenes tenían su impronta: chicas jóvenes, violadas brutalmente y asesinadas, mientras dormían en sus residencias de estudiantes. La última fue una niña de 12 años, raptada a la salida de su casa.
Al poco tiempo fue detenido de nuevo, pero no porque tuvieran alguna pista concluyente sobre él, sino por conducción temeraria. Sería la última vez. Cuando la policía siguió el rastro de los coches robados y las tarjetas de crédito, lo relacionaron fácilmente con los crímenes ocurridos en Florida. Y por fin hilaron el perfil con los casos del resto de estados. Para entonces, cuando fue juzgado ante las cámaras de televisión, se había convertido en una estrella mediática. Bundy, arrogante, jugó a ser su propio abogado defensor, pese a que no tenía el título universitario. Decenas de mujeres acudían a la sala como verdaderas groupies para ver en persona al hombre de moda, mientras que por televisión se podía ver diariamente un resumen de media hora del proceso judicial.
El delincuente demostró una enorme telegenia. En cuanto tenía una cámara delante, se la ganaba con su sonrisa de buen chico. El narcisista, con un ego sobredimensionado, se mostraba encantado siendo el foco mediático. Y poco a poco fue perfeccionando su actuación ante los focos.
Toda aquella pantomima emitida por televisión le sirvió para acumular un innumerable número de fans pero no le libró de ser condenado a muerte. Eso sí, salió de aquel proceso judicial con novia, con la que se casó desde la cárcel y tuvo una niña. Después sería condenado dos veces más y a partir de ahí pasó diez años luchando por retrasar la silla eléctrica. Dos días antes de pasar a mejor vida, en un intento a la desesperada por conseguir otro retraso o el perdón, confesó todos los crímenes.
El 24 de enero de 1989, Ted Bundy, de 42 años de edad, fue ejecutado en la silla eléctrica, mientras que en el exterior de aquel centro penitenciario, centenares de personas esperaban su final, entre gritos de “Burn, Bundy, Burn”. Un público macabro celebró la muerte de un asesino macabro.