En un período del siglo XX felizmente superado se acuñó la expresión "adhesión inquebrantable" para referirse al comportamiento esperable en cualquier español de bien hacia el dictador Francisco Franco, cuyas decisiones de gobierno –el día a día, no sus crímenes– tenían aciertos y errores como cualquier otro. La adhesión no solo debía ser inquebrantable en el propio gobierno, el Ejército, la Iglesia y el resto de fuerzas vivas, sino también en la prensa. Cualquier crítica era una desafección y las desafecciones de los enemigos de la patria se pagaban con el ostracismo, una multa o la cárcel.
Vivimos desde hace mes y medio en estado de alarma, el mayor recorte de libertad sufrido por los españoles desde la Dictadura –salvando el 23-F, que fueron menos de 24 horas– y algunos pretenden que la oposición y la prensa renuncien a su misión de control y crítica al poder con una muestra de adhesión inquebrantable a Pedro Sánchez que el presidente del Gobierno no se ha ganado. Porque las adhesiones en democracia se ganan, no se imponen.
El estado de alarma es para que nos quedemos en casa, no para que nos callemos ante los errores del presidente con más poder en su mano desde que murió Franco. Sin embargo, más de uno piensa que la crítica también contagia el coronavirus. En los medios y en la redes, un ejercito de personajes reales o ficticios se dedican a la contracrítica con argumentos tan pueriles como que la oposición utiliza a los muertos –más de 25.000– para hacer política. Y se enfadan cuando El Mundo saca los ataúdes en portada.
Piden adhesión inquebrantable a Sánchez, porque "ahora toca arrimar el hombro y ya habrá tiempo para las críticas", muchos de los que en su día ejercieron el saludable derecho a la crítica en tragedias como el Prestige, el ébola, las 'vacas locas', el 11M, el accidente del metro de València… Ven incompatible la crítica con "arrimar el hombro", cuando precisamente la crítica es una de las formas de arrimar el hombro y más en el caso de Sánchez, que no se deja acompañar ni aconsejar.
"Este es un gobierno que escucha", dijo el ministro Illa tras rectificar la enésima metida de pata por no escuchar. Este es un gobierno que escucha a posteriori. Son innumerables las decisiones que ha tenido que rectificar o completar –las últimas este mismo sábado– porque no había escuchado a nadie más que a unos técnicos y científicos que parecen haber pisado poco la calle. Los reproches más comunes al Gobierno son "no nos ha escuchado" o "ni siquiera nos ha llamado". Quejas que llegan al Gobierno vía medios de comunicación y que le llevan a dar marcha atrás, como reconocía Sánchez en el Aló presidente de este sábado, donde destacó algunas de estas rectificaciones como un mérito. Rectificar es de sabios pero rectificar todo el tiempo es para hacérselo mirar.
Hace ya semanas que Comunidades Autónomas, empresarios y particulares decidieron hacer la guerra por su cuenta porque no se fían del Gobierno. Las CCAA se ven ninguneadas cuando al día siguiente de las conferencias de presidentes se toman decisiones en contra de sus peticiones, igual que les ocurre a los agentes sociales. Muchos particulares acertaron poniéndose la mascarilla cuando el Gobierno decía que no era necesaria y cada vez más empresas, incluida Iberia, participada por el Estado, desoyen la petición del Gobierno de que no hagan test a todos sus trabajadores antes de volver al trabajo. Pamesa fue una de ellas. Hizo test en una clínica privada a 2.220 empleados y salieron 43 positivos sin síntomas que están en sus casas aislados. Si Fernando Roig hubiese hecho caso a Illa y a la consellera Barceló estarían trabajando y posiblemente contagiando a sus compañeros.
Todo ello, sin dejar de cumplir el confinamiento, porque si de algo no se puede quejar Sánchez es de que la gran mayoría de los españoles no haya cumplido sus órdenes, algunas de ellas absurdas. Entre los que se las han saltado, algunos políticos que deberían dar ejemplo pero anteponen sus intereses promocionales. ¿Alguna multa?
La actitud de Sánchez con los líderes de la oposición oscila entre el ninguneo y la condescendencia. Llama diálogo al monólogo, les oculta información las pocas veces que hablan y se tienen que enterar por Aló presidente de las medidas que requieren su voto parlamentario. Dice que no va a entrar en críticas a otros partidos o administraciones autonómicas pero tiene a Adriana Lastra y a parte del Gobierno en la tarea de censurar a la oposición por ejercer su deber de control al Gobierno. Es decir, por hacer oposición.
Quienes piden a Casado la adhesión inquebrantable olvidan que ha sido el PP con sus votos el que ha garantizado el apoyo parlamentario a todas las peticiones de estado de alarma y a todos los reales decretos de medidas económicas decididos por el Gobierno sin diálogo y comunicados vía televisión. Consideran que el apoyo de Casado hasta ahora incondicional –esperemos que no se quiebre el miércoles– es "repugnante", "vil", "infame" porque va acompañado de críticas. No le llaman rufián para que no se molesten al otro lado, pero poco falta para que le culpen de que haya tantos muertos.
En este escenario, uno siente cierto orgullo de ser valenciano porque aquí el clima político es mucho más templado. Hay críticas de la oposición y de la prensa, sana y necesaria, pero hay diálogo fluido entre el Gobierno de Puig, los líderes de los otros partidos, los agentes sociales y los sectores económicos afectados, cuyas propuestas se toman en cuenta. Puig reunió por videoconferencia a los portavoces de la oposición para comunicarles su postura sobre el desconfinamiento y escucharles y luego compareció ante la prensa, al revés que Sánchez.
La crispación a todos los niveles que vemos en Madrid no alcanza a la Comunitat Valenciana, donde hasta la actitud de Vox es muy diferente a la de Santiago Abascal. Habrá diferentes causas que lo explican –Puig no tiene la misma carga de responsabilidad que Sánchez con el mando único–, pero a juicio de quien esto escribe hay una fundamental, y es que aquí hay un gobierno que escucha.