CASTELLÓ. Muchas veces se ha preguntado Benicarló si es una 'ciudad puente'. Vivir aquí, comer aquí y trabajar aquí. Pero cuando llega gente de fuera, no es sin antes ver qué les deparan lugares cercanos -y con más movimiento- como puede ser Peñíscola o Vinaros. Es un sentimiento que arrastran consigo muchas otras localidades. Ven como se acaban quedando con el visitante fugaz. El que llega a sus calles como nexo de unión para viajar hasta otra parte. Un falso movimiento en la ciudad que se incentiva con más fuerza en la temporada veraniega. Terminar con esta tendencia no es fácil ni les corresponde a ningún 'misionero'. Va ligada a una acción mucho mayor que tiene que ver con la vida cultural a la que el sector público, y privado, quiera aspirar. También ayuda el patrimonio que se tenga, como esté este de cuidado y todas las actividades que se forjen su alrededor.
Ahora bien, aunque estos cambios nos quedan lejos o puede parecer que no van con nosotros, ya lo dice el refrán, toda piedra hace pared. Y para construir una nueva urbe también. En su caso, Miguel Pruñonosa Diaz ha decidido llenar con más de 50 cebras un edificio que, ahora reconvertido en aparthotel, refuerza este sentimiento de no querer pasar más tiempo desapercibido. "Si la fachada hubiera estado en blanco, habrías pasado por delante y ya está. Por lo menos ahora has llegado hasta aquí. Con el arte podemos ayudar a crear espacios más bonitos y que, en consecuencia, llamen la atención". Un claro ejemplo de lo que habla el artista sería Fanzara, otro pueblo de Castellón que parece haberse convertido -de hace cinco años hasta ahora- en un pequeño 'templo' del muralismo. Lo cierto es que sus calles ya no captan la atención de unos pocos, sino de muchas más personas que los 200 vecinos que viven allí.
En su caso, Miguel Pruñonosa lleva prácticamente toda la vida pintando. Estudió un grado superior en Artes aplicadas al muro y ha expuesto sus cuadros en diversas galerías. También fundó su propia empresa, Amor al arte, y su intervención en el hotel Las Cebras no es la primera que ha hecho de este tipo. En varias ocasiones ha llevado sus creaciones hasta diferentes cadenas hoteleras y también hasta otro tipo de empresas. "Es una realidad que hoy se invierte mucho más en la parte artística de un edificio. Llevo un tiempo haciendo habitaciones temáticas o diseñando los parques infantiles para este tipo de negocios", explica el pintor que quería esta vez hacer algo rompedor. Como mínimo, encontrar 52 cebras repartidas por diferentes habitáculos ya es algo bastante inusual.
"Lo primero que hice fue diseñar la fachada para que visualmente se viera la cebra desde todos los ángulos posibles. He respetado las líneas de la parte izquierda y derecha para que se entrelacen formando el dibujo principal. Esto consigue que todos los ángulos estén cubiertos. Pero además, cada pasillo y habitación tiene una cebra distinta. Pasé días y días mirando imágenes en Internet para que, a su vez, cada piso tenga diferentes estilos". Así mismo, los propietarios de Las Cebras quisieron darle al espacio una estética que evocara más pronto al Amazonas que a la sabana africana. Desde abajo hasta arriba, del hall hasta el ático convertido en terraza, simulan el retiro de ayahuasca. Una historia que queda impregnada en cada pared, con los cuadros hechos con palets, o los esbozos sumando cada vez más tonos conforme se cambia de planta.
"Lo bonito del arte es que no esperes lo que te va a acabar enseñando", defiende el castellonense. Y aunque en este caso el proyecto nace con un innegable interés económico, es de agradecer que se plantee como una experiencia como poco onírica. Quién sabe, así como ahora parece que está de moda posar en la escala del Joker en el Bronx, motivados los transeúntes por el baile frenético y desenfrenado que el actor Joaquin Phoexis se marca en el film, también podría provocar el mismo efecto este nuevo sitio ubicado en Benicarló. Su juego, coleccionar tantos selfies distintos como uno pueda imaginar. Aquí, el de Miguel Pruñonosa.