Presentación en el Festival de San Sebastián del documental dedicado al que fuera la voz cavernosa de Barricada
VALÈNCIA. Hay que ser un fan muy acérrimo, elevado por encima de la radiofórmula, para saber que detrás del apodo El Drogas, se camufla un tipo tranquilo, conciliador y pausado llamado Enrique Villarreal (Pamplona, 1959). La que fuera su banda hasta 2011, Barricada, facturó ocho álbumes que se granjearon la atención de las emisoras más generalistas, versiones de verbena y karaoke y discos de platino. Pero tocar el cielo de la comercialidad no erosionó nunca sus principios.
Vida e inquietudes de esta leyenda viva del rock urbano se desvelan a partir de este viernes, 25 de septiembre, en los cines, con el estreno del documental El Drogas, de Natxo Leuza. Como la lesión de un nervio en el ojo que desde que nació inclinó su caminar, su flechazo con la elegancia glam de David Bowie, Slade y T-Rex del que derivan sus estilismos, su estupor al ser expulsado de Barricada o la pérdida de su virginidad en julio de 1978, en coincidencia con el asesinato a manos de la Policía Armada de uno de los jóvenes manifestantes que reclamaban en los Sanfermines la libertad de los presos, y que fue el origen de su éxito Fuego.
- A Christina Rosenvinge le dabas miedo, porque pensaba que los del rock urbano ibais a romperle la cara, pero tú siempre has dicho que te repele la violencia. ¿Ha sido el escenario el lugar donde dar salida a tu rabia interior?
- Cada uno tiene miedo de lo que no conoce. Cuando Christina nos conoció se dio cuenta de que éramos más blanditos que ella misma, que en ese momento estaba colaborando con Sonic Youth, que son terrorismo puro. Es verdad que teníamos pintas de barriobajeros e íbamos sin afeitar, pero todo eso estaba medido. Técnicamente éramos un desastre. Compartíamos conciertos con grupos de heavy que dominaban los instrumentos la hosti, salían con los pelos ya cardados y prendas de leopardo, pero nosotros, que no teníamos ni puñetera idea, éramos los que arrasábamos, porque grupos como Leño y Barricadas teníamos una conexión en las letras.
- Eres un referente para las nuevas generaciones, pero ¿qué aprendes tú de ellas?
- Me aportan mogollón. Gorka Urbizu, de Berri Txarrak, me parece un genio, un compositor fuera de serie. Su visión se refleja en las canciones. Me encanta la gente que no repite la fórmula en cada disco, músicos que no pueden tener quieto el culo. Y si tocas con alguien así, las conversaciones con el instrumento son bonitas y se ejecutan de manera sencilla. Buscar la manera de leer la misma canción junto a otra persona me parece un método de aprendizaje muy interesante. No obstante, de la que más aprendo en el plano musical es de mi hija, que es la que, por ejemplo, me enseña que en el reguetón no todas las canciones son machistas. Quizá se le está demonizando porque es la única industria que hoy por hoy puede hacerle frente al monopolio americana de la música.
- La conciliación en el mundo de las giras musicales ¿es un imposible?
- La farándula y la familia son incompatibles. Como no te los lleves en una caravana y les enseñes a leer y escribir es muy jodido. Yo la he compatibilizado porque mi socia ha estado ahí. Hay excepciones, pero casi todos los que estamos pululando en este mundillo somos hombres. Cuando he estado en casa, he preparado desayunos y cambiaba pañales. Pero esta profesión es más jodida para las mujeres. Mira, eso no lo he hablado con Christina. Me gustaría desguazar cómo lo hizo cuando estaba con Ray Loriga, que fue cuando nos conocimos por primera vez.
- Has publicado un libro de poesía infantil titulado Las zapatillas de volar. ¿Volcarte en tus nietos ha sido tu manera de compensar la ausencia en la vida de tus hijos?
- Me he perdido los primeros pasos, pero luego los he visto correr y he tenido que ir detrás. Más que compensar, con ese libro reivindico al niño que todos llevamos. Estaría bien sacarlo, del mismo modo que nuestra parte femenina. Los hombres aprenderíamos mucho.
- En el documental se te etiqueta como feminista por tu canción de 1983 No existen príncipes azules, así que no pareces muy desconectado.
- No puedo decir que sea feminista, sino que soy consciente de que mi lugar está en segunda fila, escuchando y aprendiendo. Es la única manera en la que podemos seguir adelante. Y olvidarnos de todos los que nos están echando encima imbéciles de un calibre tormentoso.
- Ya viviste la reconversión de tu sector con la crisis del disco y ahora afrontas los daños de la pandemia. ¿Cómo crees que saldrá de esta enésima crisis la industria musical?
- En este país lo primero que aprende alguien que se dedica a la cultura es a sobrevivir. El tema está muy mal, porque no veo que la próxima temporada se vaya a solucionar. Yo no me puedo quejar, porque somos un equipo de 11 personas y veo cómo está la técnico de luces, los de sonido, escenario, el conductor, el road manager. Todo se ha paralizado. Mis músicos se buscan la vida pintando una casa o vendiendo guitarras en una pequeña tienda. Estaría bien pulir los defectos que se vean este año en los bolos. En nuestro caso, trabajo cada repertorio de manera especial, buscando que no sea para botar, sino más de sentarse. En ese aspecto me gusta porque hace que le des vueltas al tarro. Espero que la vacuna sea para el bien común, pero los tiempos que vienen son muy complicados para que alguien piense en los demás.
- ¿Compones de manera distinta pensando en la distancia social y en que no se va a poder hacer pogos?
- No compongo, sino que preparo así el repertorio, con canciones que estamos recuperando y llevábamos tiempo sin tocar. Tienen potencia, pero son más pausadas. Eso también tiene un proceso de horas de ensayo. Podríamos coger las canciones más conocidas y ya está, pero no me apetece. La gente está poniendo mucha de su parte para acudir a los bolos, van con respeto y cumplen las normas de manera estricta. así que el grupo ha de estar a la altura.