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memorias de anticuario

El aura que rodea al arte: entre lo icónico y lo importante

20/06/2021 - 

VALÈNCIA. No conozco Bruselas, pero dicen de ella que, salvo la Grand Place, es una ciudad bastante gris. Sin embargo, muchos turistas se codean literalmente alrededor de una insignificante fuente que pasaría inadvertida en cualquier ciudad medianamente monumental de nuestro país. La mayoría cae en la socorrida tentación del selfie junto a una escultura en bronce, ni siquiera original, sino una replica tras un robo a mediados del siglo XX, y que representa a un impúber que hace aguas menores con indisimulable regocijo. El llamado Manneken Pis, es el símbolo de una ciudad importante, toda una capital, y eso es suficiente para ser célebre. Más al norte, en Copenhague, el mismo alboroto acontece  junto a una estatua en bronce de principios del siglo XX, sin una especial calidad que permita apreciarla por sí misma como una gran obra de arte. Representa a la Sirenita del cuento de Christian Andersen apostada sobre una roca y nunca aparecerá en los libros de historia del arte, aunque una y otra sigan siendo dos de las obras más fotografiadas de Europa, más, mucho más, que un capitel románico del claustro del monasterio de Silos. No es este un texto crítico que cuestione el arte que es claramente superado por su aura o por la anécdota que le rodea. El arte y el patrimonio está hecho de historias e intrahistorias y aquel es un vehículo idóneo para explicarlas y tenerlas siempre presentes. El visitante al pequeño museo de Bellas Artes de Xátiva tiene ocasión de disfrutar con obras artísticas considerablemente superiores al retrato de Felipe V de un pintor de tercera y de una mediocre calidad, que ofrece la visión irresistible de que que está colgado al revés, lo que le convierten en la obra más fotografiada del museo y la que aparece en primer lugar en el repertorio de imágenes de Google.

Manneken Pis de Bruselas.

Una novela y más si cabe una película puede convertir una obra de arte, que hasta la fecha era un tanto desconocida para el gran público, en célebre. La atracción que genera, desde hace un par de décadas, el cuadro de Veermer La muchacha de la perla no se debe exactamente a que los historiadores y estudiosos del artista hayan llegado al consenso de que se trata de la gran obra maestra del eximio pintor holandés, sino por la publicación en 1999 del best seller homónimo y, cuatro años más tarde, haberse estrenado la película correspondiente. El rodaje de una célebre escena, incluso anuncio de televisión, que la obra venga envuelta en una historia más interesante si cabe que la pintura allí presente, o porque es el símbolo de una ciudad ordenada, limpia, discreta, aunque de cierto perfil bajo. Cualquier excusa vale. 

Hay cuadros importantes cuyos avatares a lo largo del tiempo generan una expectación por sí mismos. El ya familiar Ecce Homo de Caravaggio hallado en Madrid va a ir generando un aura cada vez más cegadora conforme aparezcan noticias e historias en torno a él. A estas alturas ya no es noticia que el único Botticelli en manos privadas que existe en nuestro país, declarado inexportable por el Estado, pasará una buena temporada en nuestro Museo de Bellas Artes. Las redes locales echaron humo en cuanto se supo, e incluso algún medio nacional se ha hecho eco de ello. No me resisto a añadir que es la última de una sucesión de buenas noticias desde que Pablo González se pusiera al mando de la institución. Las cosas como son. Sin dejar de ser, por supuesto, una obra pictóricamente relevante e indiscutible en cuanto a su atribución, el severo retrato de Michele Marullo destila un aura configurada tras capas de historias que lo rodean (el personaje, su descubrimiento, la enorme suma que pagó el político y coleccionista Cambó…). Hay obras con aura que se expande mucho más allá de la obra. Botticelli es un artista todavía rodeado de misterio y con poca obra. El Museo del Prado tan sólo cuenta con tres obras del florentino, y hace menos de un año se vendió en subasta por 92 millones de dólares uno de los últimos cuadros que queda en manos privadas, considerándose la segunda obra más cara del Renacimiento. Como vemos, en algunos casos se trata de obras maestras que todavía las engrandece más aquello que las rodea y en otros se trata de piezas irrelevantes desde el punto de vista artístico, que jamás le dedicarán ni una línea un libro de historia del arte medianamente riguroso, pero que, su historias paralelas, las hace foco de atención de todas las guías turísticas.

Foto: EFE.

Muchos estarán pensando, quizás, en el ejemplo más relevante de la historia del arte que no es otro que la Gioconda. No seré yo quien cuestione la calidad del excelente retrato renacentista salido de la mano de uno de los más grandes artistas de todas la épocas, pero la historia que lleva detrás, la autoría, el misterio sobre la identidad de la retratada, el robo del que fue objeto, la ingente literatura que ha generado o incluso cuestiones como el hecho de que exista auténtico pavor entre los restauradores a tocarla mínimamente por miedo a quitarle el aura de misterio que la envuelven sus barnices oxidados, generan un intenso estado de sugestión a su alrededor que la convierten en quizás el gran icono de la historia del arte moderno. A eso añadamos el museo más mediático y una sala que parece un vagón del metro en hora punta. No se trata de una obra que cambia el sentido del arte, no es un antes y un después no es la obra cumbre de su creador… pero es la Gioconda. 

Icónicos por derecho propio

Existen obras desprenden un aura que se percibe traspasando los muros del edificio que las alberga. En este caso un aura por derecho propio generada casi en exclusividad por los propios valores artísticos convirtiéndose no sólo en icónicas, sino también en relevantes sin necesidad de recurrir a literatura e historias más o menos legendarias. Se trata de piedras miliares, obras que nos explican la historia del arte, más allá de que las incluyamos, o no, en una lista personal basada esencialmente en nuestro gusto. Creo que hay poca discusión sobre la importancia de las Meninas de Velázquez, los Fusilamientos de Goya, las señoritas de Avignon de Picasso, la Ronda de Noche de Rembrandt, el Nacimiento de Venus de Botticelli, el David de Miguel Angel o la Victoria de Samotracia. Finalmente, y de ellas hablaremos en otra ocasión, existen aquellas otras que siendo de capital importancia en la historia del arte, en la carrera de un artista o en un movimiento, sin embargo no han logrado cruzar la barrera de lo académico y, gracias a ello, cuando las tenemos enfrente las podemos disfrutar con la relajación de la soledad. Quizás no tengan aura, pero sí tienen verdad, mucha verdad. 

'Las señoritas de Avignon'

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