Fue en un tren italiano rumbo a La Liguria, hace casi 20 años, donde conocí face to face a un votante de la Liga Norte. La leyenda negra del fascismo latente en este partido xenófobo y nacionalista tenía ahora nombre y cara. El rostro sonriente y la imagen pulcra -diseño italiano en traje gris perla y corbata rojo carmesí- pertenecían a un joven que venía de presentar un proyecto de ingeniería en una conferencia internacional. Las dos horas del trayecto dieron para hablar de mi libro de suspense -acompaño mis viajes con una lectura en papel, aún-, Los cadáveres exquisitos, de Patricia Highsmith. Algo ligero, para empezar. Inquisidora como dicen que soy -aunque no me reconozco-, el joven del asiento de enfrente, con el que compartía vagón azul en primera clase, acabó confesando hasta el partido al que votaba. ¡Y eso que el voto es secreto!
Y menudo secreto. Confesar simpatías con la Liga Norte en aquellos años “social-demócrata-liberales” demostraba una valentía inusual… o una extraña impunidad. Entre chiste y chiste caricaturizando al entonces presidente italiano Silvio Berlusconi, el joven capitán acabó confesando también que era militar y viajaba en misión. De ahí la enorme maleta que portaba y en la que guardaba discretamente su uniforme, gorra incluida, y los planos del nuevo portaaviones de la Armada italiana. “Nevertheless”, como diría en inglés, idioma en el que ridículamente nos presentamos, cuando nos podríamos haber entendido perfectamente en italiano-valenciano-español. Y a pesar de ello, el actual presidente italiano, con o sin chiste, pertenece a la Liga Norte.
Matteo Salvini acaba de auto-proclamarse César, perdón, líder de la ultraderecha-fascista europea, en su intento de volver a cruzar el Rubicón. Y su objetivo es la conquista del Parlamento Europeo y, por ende, del Gobierno de la Unión en Bruselas. No me canso de repetirlo, de alertar, porque las elecciones serán el 26 de mayo y porque de su resultado dependerán el color de la Unión Europea y las políticas de nuestros Gobiernos nacionales, autonómicos y locales. Que no cuesta tanto votar, que la urna está junto a la del alcalde… Porque la abstención en las europeas es el peor demonio, el del desconocimiento de que lo que se aprueba en Bruselas es la guardería para nuestros niños, la beca Erasmus -el Parlamento Europeo acaba de doblar el presupuesto en 30.000 millones- o el tren por la costa.
Y ahí están, rearmándose, pertrechándose, los nuevos adalides del pueblo, los defensores de los valores europeos que cabalgan en una cruzada contra la “Europa socialista y popular”. Porque quien “está hundiendo el sueño europeo son los burócratas, los ‘buenistas’ y los banqueros que desde hace demasiado tiempo están en el gobierno de Europa", ha dicho Salvini. Y no está solo. Le acompañan en su viaje rumbo al Norte, una nutrida representación de “lo mejor de cada casa”.
El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, lidera el Fidesz-Unión Cívica Húngara. Su homólogo austriaco Sebastian Kurz, representa al Partido Popular Austríaco (ÖVP) y la líder de la extrema derecha francesa Marine Le Pen se ha reinventado con su Asamblea Nacional. Les siguen Jörg Meuthen, de Alternativa para Alemania; Anders Vistisen, del Partido Popular Danés, y Olli Kotro, de Verdaderos Finlandeses, por si hay algunos de mentirijillas… Porque esto de dar carnets de verdaderos ciudadanos o de “españoles de bien” lo tienen todos en común, como nuestro líder de VOX, Santiago Abascal Santi, que seguro que también se apunta a este club en cuanto entre por la puerta grande. Y hay unos cuantos más.
Son los nuevos euroescépticos al asalto de Europa, que un día liderara el eurodiputado británico Nigel Farage, con su desaparecida UKIP, y que logró su mayor victoria de desunir el Reino Unido con el Brexit. Lo explica, no sin temor, Paul Mason en newstatesman.com. Cien sillas, 100. Sólo con esto, la soberanía europea estaría muerta. “El Consejo Europeo se parecería al Consejo de Seguridad de la Naciones Unidas, paralizado de facto por los vetos. En lugar de dirimir las pequeñas disputas entre las naciones, la propia Comisión Europea se convertiría en un campo de batalla. Mientras tanto, el Parlamento se convertiría en una cámara con eco para los neonazis”. Rumbo al Norte, en vagón azul de primera. Con invitación de copa de champagne. Como decía el padre de mi amiga Ana, “un buen champagne nunca se sube a la cabeza…”.