VALÈNCIA. El mundo del arte actual es, en general, visto con estupefacción, y a veces con cierta indignación, por gran parte de la sociedad. Esto es así. Un mundo incomprensible y elitista, egocéntrico y encerrado en sí mismo, extravagante, probablemente inútil y completamente alejado de la realidad. Además de carísimo. Aunque los museos y las exposiciones de arte contemporáneo reciben millones de visitantes y forman parte de todos los recorridos turísticos, la mayoría de las prácticas artísticas actuales resultan claramente incomprendidas por la gente y escasamente aceptadas, por más que proliferen festivales urbanos y bienales. Como mucho, se aceptan como muestra de ingenio o como una extravagancia inofensiva, aunque, eso sí, muy cara. Algo para contar a los amigos con alborozo o estupefacción, según el humor del momento: “¿Sabes lo que vi el otro día? Había una urna llena de dentaduras postizas y un tío clavándose agujas. Pero ¿de qué van? ¿Eso es arte?”
Las series y las películas recogen este sentir. Es esa secuencia, muchas veces vista, en la que el o la protagonista acude a una exposición de arte, porque tiene alguna amiga artista o, más habitualmente, porque quiere ligar con alguien, y se encuentra completamente desubicado y desconcertado, lo que lleva a la burla y la risa. Algún ejemplo. Rory Gilmore, en Las chicas Gilmore (Gilmore Girls, 2000-2007), acude a una exposición de arte contemporáneo con sus amigas, entre ellas una de las artistas que exponen. Se suceden los chistes más o menos ingeniosos en torno a las obras que van descubriendo mientras muestran su perplejidad o su hilaridad ante algunas de ellas.
-Lucy: Está tocando tu arte.
-Olivia: ¿Qué haces? ¿Estás bebiendo esa agua?
-Rory: Vaya, no sabía que era arte, pensé que era solo un enfriador de agua. No hay letrero ni nada.
-Lucy: Es su autorretrato… ¡Estoy bromeando! Es solo un enfriador de agua.
-Olivia: Hago cosas con objetos encontrados. Quiero decir, podrías llamarlo basura, pero eso sería algo negativo.
Louie y su amiga Pamela (Louie, 2010-2015), van a una galería de arte. En su recorrido se parten de risa ante algunas piezas, tropiezan con el ego de algunos artistas y se asombran ante la reacción de otros visitantes.
La secuencia, además de inteligente e irónica, es muy ilustrativa. Louis y Pamela no son ajenos a ese mundo, son gente culta y consumidora de cultura, pero no pueden evitar la perplejidad y los comentarios burlescos. El final de la escena resulta particularmente interesante, cuando frente a una obra de un supuesto gran dramatismo, en la que la puesta en escena nos hace creer que se sienten involucrados y conmovidos, el diálogo nos saca rápidamente de dudas: “Tengo hambre, ¿vamos?”. La vida frente al arte en toda su crudeza.
Cómo no, también en Los Simpson, que tiene ejemplos para cualquier cosa de la que hablemos, hay momentos dedicados a este tema. El más llamativo es el episodio titulado Mom and Pop Art (episodio 10x19), en el que participa el propio Jasper Johns, en el que el intento de Homer de instalar una barbacoa acaba siendo considerado por un marchante de arte como una obra valiosa, lo que le lleva a convertirse en artista y exponer. En busca de inspiración, acude al Museo de Arte de Springfield con Marge. Mientras ella explica el valor y el significado de lo que van viendo, Homer, en su particular estilo, va reaccionando a las piezas, todas ellas obras relevantes del arte contemporáneo.
Pero, junto a esta visión del arte, popular y más bien facilona, encontramos otros modos de incluir obras de arte actual que implican una reflexión y una profundidad quizá inesperadas. Momentos en los que una pieza artística contemporánea adquiere un valor narrativo o metafórico o discursivo que la convierte en eje central de un capítulo. Tal vez el que mejor muestra esta visión es el capítulo 2x07 de Mad Men (2007-2015), titulado The gold violin. Cooper, uno de los dueños de la agencia de publicidad donde transcurre la acción de la serie, compra una obra de Mark Rothko.
El diálogo no tiene desperdicio:
-Tres cuadrados borrosos, ¡qué interesante!
-Hay dos opciones. O a Cooper le encanta y nos tiene que gustar, como en “El traje nuevo del emperador” o es una broma y quedaremos como tontos si fingimos entenderlo.
-Yo no puedo ni fingir que lo entiendo.
-Bueno, a lo mejor tiene algún folleto en el que está explicado.
No olvidemos que la acción de la serie tiene lugar en los años 60 y por lo tanto, es contemporánea a la propia obra de Rothko; comprar un rothko es signo de modernidad absoluta. La obra despierta la incomprensión de casi todo el mundo en la agencia, pero, de algún modo, no pueden evitar sentirse atraídos por ella. Prácticamente, todos los personajes acabarán teniendo conversaciones o reflexiones de importancia frente al cuadro, como si los tres cuadrados borrosos les empujaran a trascender, a abismarse y cuestionarse. Es algo parecido a lo que sucede en la famosa e incisiva obra teatral de Yasmina Reza, Arte, en la que un cuadro blanco acaba provocando un cuestionamiento de la vida y la identidad de los protagonistas. Aquí, el sentido de la trascendencia que Rothko imprimía a sus obras queda perfectamente explicado a través de la acción y del efecto visual, narrativo y emocional que la presencia del cuadro provoca en la serie. Ya uno de los personajes lo plantea la primera vez que lo ve: “A lo mejor no hay que entenderlo. A lo mejor solo hay que sentirlo. Cuando lo miras es como mirar el fondo del mar, podrías sumergirte en él”.
Introducir cuadros en una película o serie implica una inevitable estructura en abismo. Es una imagen (el cuadro) dentro de otra imagen (la serie o película). Es una invitación a mirar y a detener el flujo narrativo. Es un juego con quien mira, que puede llegar a ser muy sofisticado. El cuadro dice cosas de los personajes, les caracteriza, pero también actúa siempre como comentario a lo que sucede tanto en el plano argumental como en el emocional, sean las emociones de los personajes o la de los espectadores. Cuando está tan bien utilizado como en este episodio de Mad Men, todo adquiere una profundidad y una dimensión que trasciende lo narrativo. Es un feedback en el cual el cuadro ofrece claves para entender y sentir el episodio, al mismo tiempo que la obra de arte es comprendida y apreciada. Y los tres cuadrados borrosos acaban convertidos en una obra de arte total.
Dos series contemporáneas, Nola Darling y I love Dick, tienen el arte como uno de su temas principales, algo poco habitual en el mundo de las series, lleno como está de policías, abogadas, espías, bomberos, médicas, enfermeros, periodistas, mafiosos y hasta enterradores. En Nola Darling, la protagonista, una mujer negra que rechaza la monogamia y vive su sexualidad libremente, es artista plástica y a través de su obra expresa su identidad y reivindica su estar en el mundo. Por su parte, I love Dick, una serie ciertamente extraña y poco convencional, está protagonizada por una cineasta que acude a una universidad de Texas en la que reina un escultor, interpretado por Kevin Bacon, uno de esos artistas rotundos que reúnen todos los clichés de la definición de genio masculino.
El tema central de la serie es el deseo femenino, porque la protagonista se siente irresistiblemente atraída por Dick e intenta lidiar con ese impulso. Pero al convertir este deseo irrefrenable, esa obsesión sexual, en una intervención artística muy particular, la serie acaba ofreciendo una reflexión de amplio y hondo calado sobre la función del arte y su papel en el mundo actual.
Y, por último, recordaremos la nunca olvidada Doctor en Alaska (Northern Exposure, 1990-1995). En ella, el personaje de Chris, el de la radio, de vez en cuando se marcaba una intervención artística en forma de performance extravagante que nadie en el maravilloso pueblo de Cicely entendía pero que, de algún modo, todo el mundo sentía como suya cuando sucedía.
La performance, por chocante que fuera, como lanzar un piano y destruirlo, simbolizaba siempre algo y servía de catarsis y de liberación, cumpliendo así con alguna de las funciones principales del arte: esa que nos involucra en lo emocional, en algo que va más allá del lenguaje y de lo que podemos expresar. Lo que nos hace trascender.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame