Rodes: la recuperación
VALÈNCIA. Hace un tiempo me refería en un artículo a aquellas exposiciones que nos sirven para recuperar a un artista, y por ende, una obra que perdida en el túnel del tiempo permanecía tras el velo de la ignorancia, no culpable, pero sí generalizada. Esta semana el Museo de Bellas Artes de València ha inaugurado una más que interesante muestra sobre Vicente Rodes (Alicante 1783-Barcelona 1858); un pintor que pertenece a ese grupo de los injustamente olvidados. Un primer vistazo de conjunto, el veredicto es inapelable: estamos ante un, permítanme, pintorazo. Dibujante de primera que ya se puede apreciar en sus magníficas academias, aguadas y plumillas, retratista (su especialidad) profundo en sus intenciones psicológicas y de introspectiva modernidad, con un apabullante domino del pastel, y excelente pintor, incluso superior a otros coetáneos más reconocidos en escenas complejas y formatos más grandes, esta vez al óleo (como Vicente Castelló, que no es capaz de aguantar la comparación con el pintor alicantino en dos lienzos de ambos pintores colocados en la muestra uno junto a otro). No dejen, pues, de visitar la exposición comisariada por Pilar Tébar y Sergio Pascual-excelente su labor- y en la que ha participado el Consorcio de Museos, que permanecerá hasta el 8 de septiembre. Esperemos, es lo que deseamos, que sea una muestra para introducir a Rodes en esa excelsa nómina de artistas de nuestro contexto que solemos recitar de memoria desde el siglo XV hasta nuestros días.
Decía en su momento, y reitero, que el monumental relato del arte es todavía un libro con páginas intercaladas todavía blanco y otras a medio escribir. Un gran relato que, ciertamente, ya podría leerse y comprender su trama (hace a penas medio siglo las ausencias serían demasiado clamorosas), pero que completo conformaría la gran obra maestra que es. La labor de los museos, los centros de arte, en estrecha colaboración con los historiadores del arte tienen la misión de ir perfeccionándolo y difundiéndolo sin dejar de escribir nuevos capítulos (para eso están los centros de creación contemporánea), pues se trata de un libro abierto. Alguno dirá que hoy, los tiempos de la información, al estar todo en la red, podemos trazar desde casa ese relato y que no debemos preocuparnos tanto por ello. Sería complejo señalar las razones por las que esto supondría un peligro: la información que cualquiera puede volcar en las redes, en muchos casos no supera la prueba del algodón, por lo que corremos el riesgo de que lo que nos cuenta internet sea una historia del arte no sólo hipertrofiada sino también desfigurada y falseada. Además, la Historia del Arte contada desde internet puede ser un apoyo, pero nunca un sustituto: la relación del público con el arte ha de ser directa, física. Ello precisa de una reflexión crítica previa (si bien nunca dogmática) realizada por expertos.
No obstante, a ese relato que se va escribiendo y que mencionaba, le acecha un peligro sobre el que hace un tiempo pienso. El del borrado de páginas que en su día sí fueron escritas. He asistido en a penas dos décadas al olvido paulatino de artistas que en su día fueron merecedores de toda la atención. Así, a vuelapluma, se me ocurren dos generaciones de artistas en riesgo que no podemos dejar que sus artistas caigan en el olvido y sea necesario rescatar, como a Vicente Rodes, dentro de un siglo. La generación de artistas represaliados o de la Posguerra como Dubón, Valentin Urios, Josep Manaut y, aunque parezca mentira, la de los artistas que conformaron la década de los 80, la escena de la movida valenciana, del optimismo post Transición.
Las razones del olvido pueden ser diversas y complejas, pero hace unos días me comentaba alguien una circunstancia que me alarmó y en la que, ciertamente, no había caído y que explicaría, al menos en una parte, algunas cosas que suceden en el contexto artístico valenciano. A veces la evidencia la tenemos tan cerca que no somos capaces de verla: en 2019 no existe un espacio público (ni privado) que muestre, museizado, de forma permanente, la creación artística valenciana desde posguerra hasta nuestros días. Ocho décadas de producción artística. El acceso que puntual y afortunadamente tenemos a través de excelentes exposiciones en centros como el IVAM, MUVIM, CENTRO CULTURAL BANCAJA, BOMBAS GENS, LA NAU… no pueden entrar en esta categoría, no por falta de fondos ni mucho menos (pues existen y son importantes), sino por falta de espacios o de museización de estos, que están dedicados en su práctica totalidad a las exposiciones temporales. La historia del arte valenciano se refugia de forma permanente en el Museo de Bellas Artes hasta las primeras décadas del siglo XX y en los pequeños museos dedicados a artistas en particular. El Museo Reina Sofía, que por espacio y presupuesto puede permitirse ser otra clase de museo, hay una sala en la que la práctica totalidad de lo que se expone tiene su origen en València: Equipo Crónica, Equipo realidad, Josep Renau; el de Bellas Artes de Bilbao tiene en su filosofía (que no es mejor ni peor) contarnos el arte hasta la contemporaneidad con lo que el relato no se pierde. Sin embargo, València, carece, a día de hoy, de ese referente. Vamos a ser del todo justos: el museo de la ciudad en parte con el legado del coleccionista Adolfo Azcarraga además de fondos propios, exhibe de forma permanente una muestra de esa producción de la segunda mitad del siglo XX, pero, ciertamente, se trata de una colección con carencias e incompleta, pues las ausencias son clamorosas y significativas, y en parte de esta no contiene en todos los casos ejemplos de la mejor calidad.
Efectivamente, cuando estamos pensando desde hace décadas en dedicar un museo a Sorolla careciendo de obra importante para ello, vemos no existe museizada de forma permanente la obra de Renau, Equipo Crónica, Equipo Realidad, Carmen Calvo, Sempere, Artur Heras, Alfaro, Armengol, Yturralde, Michavila, Lozano, Miquel Navarro, Mompó, Genovés, Morea, Ana Peters, Soledad Sevilla, Manolo y Jacinta Gil, Ángeles Marco, Francisco Sebastián, Salvador Soria, José Quero, Anzo, Jorge Ballester, Joan Cardells, José Sanleón y un largo etcétera . Déjenme que lo diga: un museazo, puesto que la producción artística en España durante la segunda mitad del siglo XX no puede entenderse sin València. No estoy diciendo que no se disponga de obra de estos artistas en nuestras colecciones: como se sabe el IVAM dispone de una magnífica colección en sus fondos, la Universidad de Valencia a través, sobretodo, de la colección Martínez Guerricabeitia, la Universidad Politécnica, la Diputación de Valencia, Ayuntamiento…
El mayor de los premios que la sociedad puede dar a un artista es reconocer su arte a través de la exhibición de al menos una de sus obras en una colección permanente de acceso público. Le otorga una suerte de inmortalidad, una salvaguarda del olvido, el título de digno representante de una generación, de una época, un movimiento artístico.