¿Existe la identidad mediterránea en la literatura? ¿Un creador finlandés aborda sus novelas de forma distinta a uno argelino? Autores y especialistas participantes en la Mostra Viva nos sacan de dudas
VALÈNCIA. Encrucijada y fosa común; Ulises y Meursault; escenario de encuentros filosóficos y de batallas, del arte más sublime y la violencia más descarnada; hogar compartido y muralla de agua. Desde que nuestros antepasados se mojaron los pies en sus costas, el mediterráneo lleva atravesando la vida de quienes lo habitan. A veces con generosidad y ternura, otras con furia y crueldad. Sea como sea, para una parte de la humanidad esta esquina salada del mapamundi ha marcado a fuego su trayectoria personal y colectiva. Bien lo sabemos por estos lares valencianos. Quizás por eso, la Mostra Viva de 2020 acoge en su programa el Encontre d’Escriptors i Escriptores del Mediterrani, que se celebrará del 15 al 18 de octubre y reunirá a autores y especialistas de la palabra. En Culturplaza hemos hablado con algunos de ellos sobre crear en las orillas, reivindicar las raíces y otras cuestiones con sabor a salitre.
Pero para llegar a buen puerto, toca empezar despejando dudas: ¿la identidad mediterránea existe o son los padres? Inicia la danza la poeta y narradora Maria Josep Escrivà: “la conciencia de la ‘mediterraneidad’ existe; otra cosa es que se ponga en valor o que, en general, estemos sometidos a las modas impuestas desde otras culturas”. A este respecto, el politólogo, sociólogo y filósofo Sami Naïr destaca que los diferentes pueblos del Mediterráneo “tienen la necesidad de relacionarse entre sí, no solamente por contar con una historia en común, sino por los intereses económicos y humanos que los hacen interdependientes”.
“Los mediterráneos pertenecen a dos mundos—apunta Naïr—. Por una parte, al universo mediterráneo como un modo de vida más comunitario, con una relación con el tiempo diferente a la de otras latitudes. Comparten cuestiones como la importancia de la familia o, lamentablemente, la presencia de la corrupción. Y después está el sentimiento de pertenecer al mismo sistema económico mundial. A un capitalismo global que hoy no tiene alternativa”. Por otra parte, el pensador señala que también existen “sentimientos de identidad muy diferentes entre unos países y otros: una persona del norte de África, aunque sea ateo, en España o Italia es leído directamente como musulmán”.
Le toca el turno al poeta Salvador Jàfer para quien es “más que evidente” que no somos “suficientemente conscientes de nuestro legado ancestral y de nuestra coexistencia actual. Queda más moderno, más de estar al día, pensar, sentir y leernos como globalizados, que asumir toda la crudeza, la rudeza y la belleza de sentirse mediterráneo. Nuestra ciudadanía a menudo ignora su vida de cada día como parte de un patrimonio ancestral digno de ser contado y perpetuado”.
Pero abordar unas coordenadas tan exuberantes en manifestaciones culturales como las mediterráneas implica plantearse hasta qué punto está presente el tamiz de la homogeneidad. ¿Tiene acaso sentido hablar de una tradición creativa unitaria que recorre el Mare Nostrum en toda su inmensidad o la realidad nos obliga a ir más allá? Para Escrivà el momento literario actual se caracteriza precisamente por la diversidad y no por la homogeneidad: diversidad lingüística, generacional, ideológica, estética... “En la era de la globalización, y más todavía teniendo en cuenta que las personas lectoras suelen tener intereses muy amplios, quiero pensar que los intereses deberían ser intercambiables. En este punto sería fundamental incidir en la importancia de las traducciones en cualquier lengua”, comenta. La misma senda discursiva sigue Jàfer, para quien resulta “difícil” hablar de homogeneidad en los escritores nacidos en las orillas del Mediterráneo. “Sobre todo, porque una de las características esenciales de los mediterráneos es el mantenimiento de su identidad, hasta puntos de amor local intenso por las pequeñas patrias, ciudades, países, pueblos, paisajes que nos rodean”.
Y una más que se suma a esta perspectiva, Verònica Cantó, secretaria de la Acadèmia Valenciana de la Llengua: “Esa historia común que compartimos y que se remonta a la época clásica, a los griegos, a los romanos, de alguna manera ha forjado nuestro carácter. Pero dentro de esa homogeneidad, la literatura no deja de ser diversa porque responde a contextos socioculturales determinados, se crea en momentos históricos dados y por creadores y creadoras que sufren, que aman y que reflejan sus vivencias y sus experiencias vitales; sus sentimientos, sus emociones. Se puede hablar de una diversidad dentro de una cultura común que nos hermana. Esa conexión se refleja en la cultura popular con leyendas similares que se repiten en muchos países; incluso rondallas que en unos países se cuentan de una determinada manera pero que en el trasfondo tienen los mismos personajes y las mismas historias”.
“Desde mi punto de vista, — apunta el periodista y doctor en Sociolingüística Bouziane Ahmed Khodja— la homogeneidad de los escritores está retratada desde la idealización. En los encuentros de autores o con los medios de comunicación recorremos el encantador mar Mediterráneo, su historia y sus infinitas cunas de las civilizaciones, pero en la realidad, los dramas que vive el Mediterráneo no despiertan nuestras conciencias como escritores: estamos sometidos a la ferocidad del tiempo, de las editoriales y de lo económico. ¿Cuántos defendemos realmente nuestra mediterraneidad?”
Si interpretamos el Mediterráneo como un caleidoscopio cultural, toca también intentar identificar los rasgos transversales que hermanan las literaturas realizadas en las distintas orillas de este mar. Abre fuego Jàfer: “A pesar del sentimiento de pertenencia local, hay una visión que flota en el ambiente, en el tono de habla, en los temas, en la visión del paisaje que se mantiene más allá de la literatura que cada uno de nosotros podamos hacer. Las raíces comunes son tan antiguas como la humanidad que habita en estas comarcas”. “Quizás muchas tradiciones se han perdido en el olvido, pero en el subconsciente del escritor mediterráneo vuelven a revivir en medidas y manifestaciones diversas, tan diversas como las lenguas que se hablan (castellano, catalán, occitano, francés, italiano, sardo, coros, esloveno, serbio, croata, bosnio, albanés, griego, turco, árabe, hebreo, amazigh…) sostiene el poeta—. Cada lengua y cada literatura recrean el mundo mediterráneo con una voz y una coloración propias que las hace distintas de las otras. Y en esto reside precisamente su riqueza expresiva y creativa”.
“¿Por qué desviamos nuestras miradas de nuestras realidades tan cercanas y nos dedicamos a buscar el lejano Norte? —se pregunta Khodja —. No somos tan cercanos a la literatura escandinava o la neoyorquina. La mediterraneidad no solo es un puente de ideas y de historias, sino también de temperamento, de forma de ver las cosas, de forma de expresarse. Cuando leemos bien los libros de los autores de las dos orillas, vemos que ellos son como nosotros, y que nosotros somos como ellos”. “Creo que existe una exageración en la apreciación de las diferencias entre los pueblos del Mediterráneo. Túnez está mucho más cerca de los españoles que Helsinki”, resume. A pesar de ello, sí que señala ciertas diferencias alojadas en las geografías que transitan los autores según su empadronamiento, así, la literatura realizada en los países del sur “refleja la miseria humana y, en este sentido, se ha convertido en una literatura del dolor”.
En cualquier caso, destaca la importancia creciente de escritores “de las dos orillas, como Yasmina Khadra y Maïssa Bey, Petros Márkaris, Tahar Benjelloun, Fawzia Zouari, Khaled Al Khamissi o Davide Enia”. Y, de igual modo, el periodista defiende una literatura mediterránea en la que la ciudad “vive y respira en las obras, y se hace presente como un personaje más en la novela. Ahí aparecen reflejados el barrio y su espíritu libre, la calle estrecha, el solar, los balcones con la ropa tendida, las antenas parabólicas colgadas en los techos, la vida en los patios traseros, la gente que lucha por sobrevivir…son el decorado común en muchísimas novelas mediterráneas. El sol y el calor; la humedad o la lluvia por la cercanía del mar pueden marcar los pasos de los personajes en nuestras novelas”.
Obviamente, si se habla de escritores y Mediterráneo, no había que ser un lince para suponer que en algún momento tenía que aparecer ÉL (redoble de tambores), Albert Camus, autor de obras tan conectadas con el salitre de estas latitudes como La Peste o El Extranjero. Según Khodja, Camus conceptualizó esta idea de mediterraneidad “en el denominado ‘pensamiento del mediodía (o meridional)’. De vuelta de Praga, en su contacto con el Mediterráneo, Camus dijo «vuelve el sol que calienta los huesos». Cuando ve la primera ropa tendida en los patios, el primer olivo, la primera higuera se da cuenta, dice, de que el Mediterráneo es «una tierra hecha para su alma». Una casa”.
La crisis económica derivada de la burbuja inmobiliaria, además de destrozar las trayectorias vitales de miles de ciudadanos, puso de manifiesto la brecha sociológica existente entre los países del Norte de Europa y los del Sur del continente. Sucedía antes del descalabro económico y sigue sucediendo ahora: ante cualquier sobresalto internacional, se reedita ese desdén, esa visión de los sureños como unos vagos hedonistas a los que es necesario meter en cintura a base de austeridad y disciplina prusiana. Tampoco faltan nunca dirigentes anglosajones o escandinavos dispuestos a explicarnos con una buena dosis de condescendencia cómo deberíamos hacer las cosas para ser como ellos, para, en definitiva, ser más dignos, ser mejores.
“Las raíces milenarias de la cultura mediterránea siguen siendo fundamentales, pero desde el siglo XVI ha ido ganando peso la influencia de los países anglosajones y del norte de Europa, en gran parte porque son sociedades ligadas al inicio del capitalismo. El Mediterráneo ha participado con sus ideas a la formación de la modernidad, pero no con su sistema económico. Y es obvio que en este proceso de construcción europeo en el que estamos los países del sur del continente cuentan con una economía menos desarrollada y de esa diferencia viene la banalización con la que se mira a estos territorios. Para el norte de Europa, el sur es un lugar de vacaciones, un espacio donde lo que prima es el goce frente a las obligaciones”, resalta Naïr.
Asumido el panorama, quizás sea el momento de reivindicar la cultura mediterránea como una forma igualmente válida y legítima de estar en el mundo como quienes se han criado en Kansas, Hamburgo o La Haya. Así lo cree Jàfer: “podríamos decir que la cultura mediterránea, como la ‘dieta mediterránea’, es un tópico universal difundido por el cine, la literatura y los medios, pero mal conocido en sus raíces y consecuencias más profundas, incluso distorsionado por Hollywood y otras maquinarias mediáticas y políticas. Incluso Europa ‘desconoce’ el Mediterráneo y lo falsea con lugares comunes vacacionales para pieles nórdicas”. De igual modo, reconoce que un buen puñado de escritores no mediterráneos se han sentido “atraídos por la mediterraneidad (Lawrence Durrell, Robert Graves, Hölderlin, Nietzsche…). Pero su visión siempre será diferente de la de los mediterráneos que han vivido y sentido desde la niñez la luz, los cambios de estación, la proximidad de este mar, una pretensa serenidad que esconde o disimula a menudo los aspectos más trágicos de la vida. Pasolini, Espriu o Riba son paradigmas de la literatura mediterránea consciente”.
Para Escrivà, resulta obvio que la cultura predominante y dominante en nuestra época “es la anglosajona. El concepto de ‘cultura mediterránea se utiliza fundamentalmente con intereses turísticos, folklóricos”. “A mí me interesa en el sentido de compromiso con los pueblos, de visibilización de la riqueza cultural”, añade. “Decir, como Estellés, «ací em pariren i ací estic» está muy bien. Reivindicarnos siempre es bueno y, desgraciadamente, la cultura anglosajona se ha hecho muy presente obedeciendo a otras intencionalidades como por ejemplo la económica, pero hemos de recordar que el sur también existe y que juntos tenemos mucha fuerza”, subraya Cantó.
Pero no podemos caer en la trampa naif de pensar que por compartir mitologías, clima y costumbres este rincón del mundo es el barrio de la piruleta. El Mare Nostrum no traza solamente un relato de complicidades y leyendas comunes, sino también episodios de sangre, violencia y muerte. De hecho, esa masa de agua salada a la que acudimos fervorosos durante casi todo el año se ha convertido en los últimos años en una fosa común para cientos de migrantes que tratan de atravesarla sin éxito. Lo cuenta Sami Naïr: “El Mediterráneo es ahora una zona de fractura: hay conflictos abiertos, conflictos potenciales. Debemos trabajar en esas grietas para hacer prevalecer la paz y el entendimiento común y conseguir un mar de diálogo y solidaridad. Para ello es imprescindible llegar a un conocimiento del otro”. Y aquí, un tirón de orejas del filósofo para ti, ciudadano del Viejo Continente que estás leyendo esto: “la mayoría de países del sur del Mediterráneo, por ejemplo, Marruecos, Argelia o Túnez, conocen la cultura europea, pero no sucede lo mismo en sentido contrario. ¿Cuántos periodistas españoles conocen a autores árabes?”.
Aquí Khodja plantea una cuestión inevitable cuando se habla de sociedades separadas por una enorme superficie líquida: ¿hasta qué grado el Mediterráneo representa “un puente o una frontera cultural”? “No me gusta que se abone una visión mitificada del Mediterráneo. Tenemos que volver a la realidad de las migraciones y de los conflictos y tratar de ser los testigos de nuestro tiempo”, defiende el periodista. El último apunte lo lanza Escrivà: “los escritores y las escritoras no deberíamos ser ajenos a los problemas de las personas refugiadas que atraviesan ‘nuestro’ Mediterráneo en busca del bienestar que tanto proclamamos y que mueren en el intento. Este debería ser nuestro rasgo cultural diferencial: la conciencia y el compromiso, y actuar como pueblo y cultura acogedores y no todo lo contrario”.