VALÈNCIA. Sus novelas están teñidas de espectrales escenarios, personajes perdidos y un ambiente turbio. Esther García Llovet (Málaga, 1963), sin embargo, no se reconoce del todo en el término “novela negra”. “Me lo dicen, pero no sé por qué. Para mí, la forma más rápida de inventarme una historia es crear a alguien que está buscando algo y, generalmente cuando es así, parece que existe algo criminalístico debajo. Que digan que es género negro me parece fenomenal; que dijeran amarillo o rosa, también”, bromea. La escritora malagueña, licenciada en Psicología Clínica y con estudios en dirección cinematográfica, se confiesa poco relacionada, incluso, con este tipo de narrativa. “Quitando a Patricia Highsmith, leo poco sobre el tema… Aunque, eso sí, veo mucho cine negro”, confiesa.
Sánchez es su última novela: una historia breve (ronda las 136 páginas) donde una serie de vertiginosos acontecimientos se precipitan en la “estrellada” (y nunca mejor dicho) noche de San Lorenzo. Nikki, la narradora, acude en busca de Sánchez para que le ayude a llevar a cabo su plan maestro; un plan no exento de ciertos riegos que se incrusta en medio de desgastados recuerdos de timbas, cigarros y gasolineras. Apenas unas horas, una noche, para tejer una historia que ha cautivado a la crítica. “Tienes poco tiempo, por lo que tienes que mantener bien la tensión”, cuenta García Llovet, que también reconoce que, a la hora de escribir, prefiere no dispersarse (“si no me aburro, me resulta más estimulante hacerlo de esta manera”).
Tras Cómo dejar de escribir (2017) y Sánchez (2019), le preguntamos a la escritora cuándo verá la luz el último número de su Trilogía instantánea de Madrid aprovechando su participación en la 7ª edición del festival VLC Negra. “Mono de feria saldrá, espero, el año que viene”, apunta. De paso nos avanza que el tono de su próximo libro no tendrá mucho que ver con sus anteriores títulos; unas obras que componen una trayectoria tardía pero no por ello menos interesante. “Empecé a escribir de manera un poco rara, con 40 años. Podría no haber escrito nunca y estaría tan contenta. No fue una decisión consciente”, sostiene la también traductora y colaboradora habitual de la revista Jot Down.
Quizá por ello, el estilo de García Llovet ha ido variando a lo largo del camino. “Hubo un momento en que mi tipo de literatura no me acababa de gustar”, confiesa. Desde su Cómo dejar de escribir reconoce haberse aproximado a la escritura con una “libertad de ánimo”; una renovada fuerza que la ha conducido, de hecho, a escribir su primera obra de teatro. “Es algo que siempre he querido hacer, pero no me salía como quería. Ahora estoy con una que espero terminar en un mes”, cuenta. A diferencia de sus personajes, ella no está para nada perdida. Aun así, conviene seguirle la pista.
-Algunas de tus obras se caracterizan por pincelar ciudades marginales y personajes inquietantes y, en cierta medida, perdidos. ¿A qué se debe este interés?
-Todo lo que pasa en sitios que son identificables le resulta a la gente más sencillo de ubicar. Yo paso mucho por la Puerta del Sol. Me gusta mucho la fotografía y a veces me detengo unos momentos y tomo algunas imágenes. A pesar de estar dentro de Madrid, en el centro, me parece que la Puerta del Sol tiene mucho de extrarradio; tiene algo inquietante. Hay mucha gente que simplemente está viendo a ver qué pilla: eso es muy de extrarradio. Por la Puerta del Sol pasas, pero no vas a hacer nada en concreto. La Gran Vía tiene comercio; el Barrio de Salamanca también tiene sus particularidades. El extrarradio no; y la Puerta del Sol, tampoco. Es el centro, pero el centro del huracán.
-Frente a los heroicos protagonistas de ciertas novelas, Sánchez nos deja asomarnos a la vida de tres personajes que poco tienen de ejemplares: más bien son unos desgraciados que sobreviven. ¿Cómo es ponerse en su piel?
-En principio, el protagonista iba a ser Sánchez. Sin embargo, lo veía muy pasivo, aunque me resulta muy intrigante y me gustan muchos los personajes que no quieren hacer algo. Casi todas mis novelas acaban con un personaje que empieza a hacer algo que no quería hacer: la toma de la decisión ocupa toda la novela.
A pesar de ello, un personaje así me daba cierta pereza, así que metí a Nikki, que es quien tira más de él: lo conoce y va hablando sobre él. Un personaje que no sabe lo que quiere da mucho juego. En realidad, son cuatro gatos los que tienen capacidad real de elección sobre su vida; y eso siempre está, sea novela negra, social, o como sea. A mí me interesan las decisiones que no sabes a dónde te van a llevar. Eso también es de género negro: no saber a dónde te va a llevar la página que empiezas ese día.
-¿También te enfrentas así a la escritura de las novelas? ¿No tienes nada planificado y vas dejando que cada página te lleve?
-Cero. Como Sánchez era en principio un guion, sí tenía una estructura, pero cuando cambié de una cosa a otra y también de protagonista, experimentó un giro completamente. Si sé dónde voy, me aburro como una mona. Me gusta no saber qué va a pasar, que me sorprenda.
-“La gente con pasta parece siempre que está por encima de las cosas, pero lo cierto es que está detrás de todas las cosas”, reflexiona Nikki, uno de los personajes, en el libro. ¿Cuánto hay de pensamiento ficticio y cuánto de crítica social?
-No hay crítica social. No soy intelectual ni escribo novela social. En cuanto a la riqueza, siempre hay alguien detrás del dinero, detrás de lo que necesitamos. Parece que tenemos que ir corriendo detrás de algo que otras personas tienen, pero nosotros no. Necesito el humor más que la crítica social.
-En el actual mercado editorial no son poco los actores que han denunciado la prisa por escribir y publicar: existe demasiada oferta para la actual demanda, pero eso no detiene un engranaje que se alimenta más y más de la rapidez. En este actual clima, ¿cómo te enfrentas a escribir?
-El primer libro lo publiqué y después tardé seis años en encontrar editor para el segundo. A mí, precisamente, me empieza a ir muy bien ahora porque tengo una editorial donde puedo entregar algo y saber que me lo van a publicar, que me van a contestar. Lo chungo era lo de antes: ir a una editorial y no saber nada. No es una casualidad que el otro libro se llame Cómo dejar de escribir, porque es cierto que lo iba a dejar. En el momento en que dije que no iba a escribir más tuve la necesidad de seguir haciéndolo. No por necesidad de escribir, sino porque me gustaba. Y cada vez me gusta más.
-¿Cómo valoras el actual mercado editorial?
-Hay unas pulsiones tremendas de qué va a pasar con el mercado editorial. Hay pequeños sellos editoriales independientes que siempre son fundamentales. Los autores sí pueden saltar de una editorial pequeña a otra grande, pero estos sellos son muy valientes porque arriesgan muchísimo con sus autores sin saber luego lo que pueda pasar.
Pero, igualmente, es cierto que se escribe y se publica demasiado. También hay muchos talleres. Me chirría toda la industria que hay en el libro: la industria editorial. La palabra te lo dice: es maquinaria pesada. Creo que tendríamos que limitarnos a leer y escribir y dejar un poco más de lado lo que ocurre fuera de ahí.
-Un reciente libro, Imbatibles, trata de romper con la visión estereotipada de las mujeres en la madurez: reivindica la rebeldía más allá de los 45 años. ¿Has tenido que enfrentarte a muchos obstáculos por ser mujer y, por otro lado, por tu edad?
-No creo que me hayan favorecido ni desfavorecido por ser mujer. Ahora tengo 55 años y te aseguro que tengo más energía y las cosas más claras que cuando tenía 30. Puede que cuando estaba en la treintena tenía más sensación de libertad, pero cuando realmente la tengo es ahora. Ahora es cuando yo escojo.
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