VALÈNCIA. Esto se acaba. Y a ver cómo. A partir del próximo domingo las redes sociales se poblarán (aún más) de exaltadas reacciones tras conocer el desenlace final de Juego de Tronos. Habrá, por supuesto, espectadores encantados con su conclusión; otros recordarán la manida frase ‘lo importante es el viaje’; y otros tantos (falta por saber si muchos o pocos) invadirán las conversaciones de teorías sobre su decepción; o bien, porque su personaje favorito habrá resultado vencido (cosa que ya está ocurriendo), o por frustración con el resultado argumental en general. Lo que está claro es que cuando llegamos a los últimos minutos de una historia de ficción para televisión, satisfacer a unos espectadores que han estado durante años siguiendo sus peripecias, no es en absoluto fácil. Y menos en Juego de Tronos, donde las muertes de personajes fijos y queridos por el público son algo habitual.
Queda la duda de si existe una relación proporcional entre la expectación ante un fin de serie y la decepción posterior de su público. O si, simplemente, tanto lamento post-visionado no es más que la manifestación del dolor que acompaña cualquier proceso de duelo. Porque para los seguidores acérrimos, el capítulo final se asemeja a la muerte en sentido figurado.
Existen infinidad de títulos cuyos finales decepcionaron a su audiencia. Pasados los años, algunos, como Lost o Los Serrano, casi son más recordados por su incomprensible cierre que por su extenso contenido capitular. Otros, como El Barco, con intención de dejar un final abierto que pudiera mantener un atisbo sobre su regreso, no lograron agradar a nadie ni tampoco favorecer su vuelta a las pantallas. Peor aún es el caso de series como Dexter, que fue perdiendo el norte poco a poco hasta terminar literalmente cabreando a su público. “Nunca había visto nada tan decepcionante. Fue como educar a un hijo toda una vida para que al final se acabe apuntando al casting de Gran Hermano”, escribía Marc Renton en su desternillante revisión para Serielizados.
Entre los finales abiertos que generaron una intensa polémica, recordar el abrupto fundido a negro de Los Soprano. Un estilo de cierre que juega a la libre interpretación. Con los años, visto con perspectiva, su final ha resultado lo menos importante. Sin embargo, aquella noche 11,9 millones de norteamericanos creyeron que sus televisores habían perdido la señal de cable cuando se encontraron aquel plano negro, con el consiguiente cabreo al descubrir que no, que la serie acababa así. Time Warner se vio colapsada por correos electrónicos con protestas de la audiencia. Estábamos en 2007 y por entonces las redes sociales no eran tan útiles para estas cosas como lo son ahora.
Finales agridulces: la mejor opción
Si hay una serie que mantuvo con el corazón en un puño a sus seguidores hasta saber su final, pero que consiguió dejarnos a la mayoría con una sonrisa de amarga satisfacción, fue Mad Men. No sobró ni faltó nada. La serie se zanjó con un plano de Don Draper en plena meditación, feliz. “La chispa de la vida” sobrevoló la mente del espectador, que entendió que el personaje volvería de nuevo a su profesión. Habría más Don Draper, pero ya no seríamos testigos. Compro.
Otro fin agridulce pero gozoso fue el de A dos metros bajo tierra, en concreto sus últimos diez minutos, considerados por la crítica como una de las respuestas narrativas más brillantes al cerrar el círculo hasta la muerte de todos sus personajes. Breaking Bad también ofreció un capítulo final conforme para los 10,3 millones de espectadores norteamericanos que lo vieron en directo. La serie de Vince Gilligan cerró todas sus tramas, dejando al público contento aunque huérfano (como siempre). En este caso, la noticia de que se produciría un spin-off, que luego resultó ser Better Call Saul, pudo haber ayudado a calmar el “dolor” del público.
Destripar el final como método de promoción
El disparo que recibió J.R. no fue el punto y final de Dallas. Sin embargo, en España se vivió como si lo fuera. RTVE emitió las tres primeras temporadas (de sus 13) hasta el 17 de agosto de 1982. El final de su emisión en la televisión pública, con un tiro al malvado personaje de J.R. Ewing, dejó a la audiencia convencida de que lo habían matado, cuando realmente se trataba de un cliffhanger de final de temporada. Hubo que esperar hasta que llegaran las televisiones de FORTA para ver (que no conocer) su desenlace.
“El martes próximo hieren a J. R. con dos tiros en el cuerpo”, publicaba el diario El País tres días antes de su emisión. Resulta curioso comprobar cómo los medios de comunicación destripaban las series por entonces. Lo mismo le pasó a Chanquete, portada también de Supertele unos meses antes: “Chanquete se muere el domingo”. ¿Se imaginan semejante spoiler en el final de Juego de Tronos?
Las campañas promocionales en los medios consistían en desvelar algo muy impactante de la trama como método promocional, a modo narrativa del Titanic. Nadie podía rechistar ante semejantes adelantos, porque la bidireccionalidad con el público se resumía en la centralita de RTVE y las cartas al director de los diarios.
Pese a que han pasado treinta años desde entonces, más vale mentalizarse de que la próxima semana, hayamos visto el capítulo final o no, sabremos cómo termina Juego de Tronos y además si al público le ha convencido o no. A partir de ahí, prepárense para el duelo, que será largo. Yo ya me he vestido de negro.