VALÈNCIA. Si algo definirá la época en la que ya estamos embarcados y que se desliza flotando sobre el tiempo destruyendo convenciones elementales a toda velocidad será la obligación de reformular o reinterpretar lo que considerábamos más básico: es muy probable que nuestros descendientes habitantes de un tiempo mucho más cercano de lo que solemos pensar ya ni siquiera puedan ser considerados Homo sapiens, en caso de que la tecnología y sus tejidos comunicativos hayan penetrado en nuestra naturaleza, o bien nuestra naturaleza haya trascendido las paredes de la carne y se haya volcado en una red externa. No es ciencia ficción, es solo hacia donde apunta la visión de conjunto de nuestra ciencia y de las decisiones que estamos tomando como especie. En algún punto del camino, tal y como se pretende, desentrañaremos los misterios de la conciencia y puede que con ello incluso tengamos que cambiar las definiciones de lo que ahora es nuestro rasgo más frustrante, como es la mortalidad. Quién sabe. Quizás, como decía el de Providence, hasta la muerte pueda morir. E igual que la muerte nos define, también lo hace el nacimiento, evento que ha tomado la delantera en lo que a superarse se refiere: cuando julio de mil novecientos setenta y ocho fue testigo del nacimiento de Louise Brown, el primer ser humano producto de una fertilización fuera del cuerpo -en un laboratorio- y del implante del embrión en un útero, las reglas del juego del nacimiento se reescribieron, un tratamiento revolucionario contra la infertilidad llenó de esperanza a mucha gente y las ganancias potenciales de un nuevo negocio humedecieron las meninges de quienes supieron leer lo que venía después.
Eso que vino después lo explica de maravilla la escritora y editora Layla Martínez en Gestación subrogada. Capitalismo, patriarcado y poder (Pepitas ed.), un breve, conciso y clarificador ensayo que aborda una cuestión más compleja de lo que pueda parecer, y a la que hay que acercarse desde diferentes ángulos para poder comprender el fenómeno en todas sus dimensiones. Complejidad que queda patente pronto simplemente con la exposición de algunos conceptos básicos que lleva a cabo Martínez: “dependiendo de la procedencia del óvulo y el espermatozoide, se pueden dar diferentes tipos de gestación subrogada. En el caso del óvulo, puede proceder de tres mujeres distintas: la que va a gestar el embrión, la que desea tener el hijo u otra diferente. En el caso del esperma, puede proceder del hombre que desea ser el padre o de un donante [...] Cuando el óvulo y el espermatozoide pertenecen a las personas que desean tener el hijo, se habla de gestación subrogada sin donación [...] Una segunda posibilidad es que se requiera una donación parcial [...] Esto se produce cuando los gametos de uno de los miembros de la pareja heterosexual no son viables, pero también en el caso de las parejas homosexuales o de hombres y mujeres solos. La donación puede proceder de una persona anónima que ha decidido entregar sus gametos de forma gratuita o a cambio de una retribución, pero también de la mujer que va a realizar la gestación, en el caso de los óvulos. En este supuesto, la mujer gestante es también la madre biológica del recién nacido. Por último, se puede dar la situación de que se requiera la donación tanto del óvulo como del espermatozoide. Aquí las personas que desean tener hijos no tienen ningún tipo de relación genética con el bebé”. Es decir, tal y como explica la autora, la gestación subrogada lleva la ecuación a un nuevo territorio del que participan muchas personas distintas, madres y padres biológicos que aportan óvulos y espermatozoides, la mujer gestante que llevará a cabo embarazo y parto, y los padres comitentes, que son quienes desean el hijo y lo encargan.
Una suma de agentes coordinados por las empresas de este próspero sector del nacimiento, legislado de un modo radicalmente distinto de país a país, lo cual, además de propiciar la aparición de paraísos de la subrogación como Ucrania, genera situaciones confusas en el mejor de los casos, si no tramposas, con países como España que prohiben la gestación subrogada en cualquiera de sus supuestos e incluso el registro de los niños producto de ella a nombre de los padres comitentes, pero que dejan una anómala ventana legal abierta por la que se ha colado precisamente esta segunda posibilidad del salir, gestar y volver, triquiñuela normalizada hasta tal punto que se celebran ferias de gestación subrogada en un país que la prohíbe, las empresas que aportan madres gestantes por catálogo se anuncian en las redes sociales o como explica también Martínez, los famosos que burlan la prohibición hablan de cómo lo han hecho con total normalidad en televisión. Pero los aspectos más desconcertantes de la gestación subrogada no son los relativos a su contexto jurídico sino las dudas que genera la manera en que se mercantiliza a la madre gestante: "Los comitentes pueden elegir a las gestantes a través de un catálogo y seleccionarlas en función de su raza y sus rasgos fenotípicos [...] Además, las agencias garantizan a los comitentes el seguimiento médico del embarazo y la asistencia a los controles obstréticos con la gestante. También les permiten elegir la modalidad de parto, que, como vimos, suele ser por cesárea, porque así se puede planificar el nacimiento [...] si estamos dispuestos a pagar más, podemos acceder a gestantes con características físicas más cotizadas [...] Las propias agencias ofertan las gestaciones mediante paquetes: dependiendo del dinero que nos queramos gastar podemos acceder a un paquete básico o a otro con más posibilidades de elección". Es innegable que el planteamiento tiene tintes inquietantes y distópicos.
En todo caso, las técnicas no tienen nada de malo por sí mismas, al contrario: el progreso científico nos ha llevado a comprender en detalle cómo es el proceso que culmina en la irrupción de un nuevo ser humano en el panorama cósmico hasta tal punto que ahora tenemos mucho más que decir en este contrato con la vida. El libro de Layla Martínez recorre de forma lúcida y precisa un debate tremendamente actual -y que destila rasgos propios de estos tiempos- en el que deseos muy comprensibles se hacen pasar por derechos, relaciones comerciales se visten de altruismo y la reproducción corre el riesgo de perder su primera sílaba.