El prefijo 'cripto' se está convirtiendo en un habitual de las conversaciones de esta tercera década del tercer milenio, inclusive de aquellas relativas al arte, que ha encontrado en el NFT un nuevo mercado
VALÈNCIA. La pantalla del iPad en que se realiza la entrevista del lado del entrevistador se encuentra partida por la mitad por la acción de un gato doméstico: de momento no hay daño porque por fortuna la fractura ha sido limpia, y la grieta es casi imperceptible. Del lado del entrevistado se encuentra primero una habitación celeste y blanca de Barcelona como escenario, y después, en la siguiente sesión, una terraza bilbaína con el Guggenheim de fondo. Flan, artista digital valenciano, chamán digital de larga y espesa barba negra con una trayectoria y un currículum envidiable, no terminó sus estudios, pero su formación es tan vasta y diversa como solo puede serlo la del autodidacta más curioso y concienzudo. Su vida, tal y como él mismo explica en su web, ha recorrido un camino que ha ido de los videojuegos y los tipos de plomo en los ochenta, hasta las friendly machines —máquinas amigables— y los algoritmos artesanales, pasando entre medias por el efecto 2000 y el descubrimiento del diseño, la era mágica del Flash, la experimentación y la fiesta, la publicidad, el baile, el mundo startup y los arduinos, el corte láser y las instalaciones a partir de datos.
A Flan, el/lo cripto —voz de origen griego que se refiere a algo encubierto, oculto bajo otra cosa— le entró intelectualmente por los ojos hace ya tiempo, porque a pesar de que estemos leyendo y escuchando ahora tanto acerca de ello gracias a [¿por culpa de?] las criptomonedas, la tecnología que les da sentido, el blockchain, no es nueva. Esta tecnología, grosso modo, lo que permite es crear un registro —en el caso de las criptomonedas, contable—, que almacena la información, no en un lugar o en unos pocos lugares, sino en toda una cadena, en una red de nodos, de tal manera que si alguien edita esa información para hacer trampas, como la información se encuentra repetida en otros muchos sitios, al compararla mediante una serie de protocolos, la trampa queda en evidencia. Si yo quiero editar el archivo que dice que tengo un bitcoin para que diga que tengo cien, el resto de nodos invalidará mi artimaña. Si quiero borrar el rastro de una transacción, tampoco podré, salvo que destruya la red entera [spoiler: no podré]. Esto es vital para la viabilidad de una serie de monedas digitales, las criptomonedas, que no son controladas, por ejemplo, por un banco, sino que su control es un control descentralizado, del cual es responsable toda una comunidad de usuarios. ¿La utopía? Depende, aunque un poco sí. Pero mejor empezar por el principio.
Explica Flan, que será el guía en la jungla de expresiones (artísticas), términos y modas mediáticas que conforman la espesura de este artículo, que si bien en los orígenes del concepto criptoarte, este se asociaba a una serie de artistas cuyo discurso tenía mucho que ver con lo disruptivo de la tecnología blockchain, ahora se ha convertido en un paraguas hashtag para identificar contenido, pese a que en muchas ocasiones acabe siendo tan preciso como llamar street art a un mensaje de prohibido pegar carteles por el mero hecho de estar pintado sobre una pared [desde aquí se siente ya el debate, gestándose en algunas gargantas y dedos, acerca de qué puede ser street art y qué no, pero eso ya en otro artículo]. En realidad, la conversación social a lo que se refiere es a un tipo de archivo, el NFT, non-fungible token, token no fungible: un formato. El uso habitual que se le da, según Flan, vendría a ser algo así como llamar a los escritores que escriben con Word, wordwriters, o docartists, por el formato doc. El criptoartista es, sencillamente, un artista.
Flan se compromete a explicarlo de un modo fácil: “básicamente consiste en que tu coges un archivo del tipo que sea —una imagen, un vídeo, un pdf, música—, y a ese archivo se liga un archivo de texto que se sube al blockchain [la cadena de bloques de información que se ha visto previamente], y que es el que, en el caso del arte, contiene la información que garantiza su autenticidad. Es decir: cuando tokenizas un archivo, lo que haces es generar este archivo de texto que se sube a la red y se distribuye entre los nodos. Ese token es único, no se puede dividir, y puedes operar con él”. Esto es, ni más ni menos, lo que ha impulsado el pujante mercado del criptoarte. Del arte en NFT. Una tecnología que ha posibilitado el poseer con todas las de la ley una obra digital, vender archivos y rastrearlos. “Antes podías vender un jpg, pero al que se lo vendías, igual lo copiaba mil veces y lo vendía a su vez, y le perdías la pista. Aquí no”.
“Ahora puedes subir tu obra a una red descentralizada, que a priori va a existir a largo plazo y que permite localizar tu obra, y ver todas las transacciones que se han hecho con ella. Además, cualquiera puede convertirse en un nodo de esta red. El blockchain es un entorno que, por ahora, hasta que compañías como Facebook se metan y comiencen a crear redes privadas, se basa en una red de la que todo el mundo puede formar parte, y en la que todo el mundo puede ver todos los datos, inclusive ventas de un usuario y dinero ingresado —es totalmente transparente—, sin una entidad que la controle y decida qué se hace y qué no de forma unilateral. Por el contrario, son comunidades llamadas DAO (Decentralized Autonomous Organization, organizaciones autónomas descentralizadas), las que eligen, votan, deciden”.
“El NFT es inteligente porque su código permite hacer ciertas cosas, como por ejemplo: puedes indicar que el creador de esa obra se lleve un porcentaje de todas las transacciones que se generen con ella. Este tipo de contratos inteligentes son una diferencia sustancial respecto al mercado tradicional. Esta propiedad es la que más se usa, algo que sin ir más lejos ha generado un boom inmobiliario, o mejor dicho, metainmobiliario, relacionado con los metaversos”. Inciso a propósito de esta mención del artista valenciano a los metaversos: cabe suponer que metaverso será palabra del año próximamente. “Hay metaversos en los que tú puedes comprar parcelas, que son NFT, y que por tanto luego puedes venderle a otra persona. Al principio estaban tiradas, pero ahora hay parcelas que están por encima de los 100 000 dólares. Fuera del boom del arte actual, hay muchas otras patas. NFT no es sinónimo de arte, en NFT hay arte, diseño, acciones comerciales. Cualquier tipo de documento”.
Si algo ha venido a cambiar esta tecnología es el concepto de poseer una obra: “Me parece muy disruptivo lo que hay detrás de esta tecnología. La base filosófica es muy interesante. Imagínate que tokenizas un libro en NFT. Ese libro lo puede tener todo el mundo. Puede acceder a ese archivo absolutamente todo el mundo, pero tú puedes especificar que ese libro lo puedan tener cien personas, pero no tener en el sentido de que lo tengo y me lo leo, sino que serán cien personas las que habrán adquirido la obra original. Ese libro será una unidad de cien. Cualquier persona podrá acceder a él, pero solo cien personas podrán operar con él. Eso está muy bien porque en el arte al que estamos acostumbrados, quien compra una obra es el único que la tiene, y generalmente el único que la disfruta, sin embargo, mucho arte se compra para revender, o para decir, tengo un Picasso en casa, y me da igual que nadie más lo vea. Con el NFT puedes hacer eso, revender la obra, pero la obra es pública, porque lo que va al blockchain es el archivo de texto, el contrato. La imagen, digamos, la obra en sí, que pesa mucho más, no se va al blockchain, sino a unos servidores, también descentralizados, de los que hay menos, eso sí. Servidores que además tienen un nombre que mira cómo mola, porque los nombres cripto molan: IPFS, InterPlanetary File System. Sistema de archivos interplanetario [risas].
“Trabajo con varias plataformas, y en cada plataforma tengo un tipo de obra. Casi todas son imágenes, o imágenes animadas. Intento que casi todas tengan movimiento y sonido. Se vende mucho vídeo, 3D, imágenes puramente digitales. El arte digital nunca ha sido bien recibido en los territorios del arte tradicional, bienvenido, valorado. Por lo general en los museos no hay pantallas, o no están muy cuidadas. Ahora, como se está haciendo dinero, ya han entrado las grandes casas a comprar arte digital, el archivo, fuera de lo tangible”.
El videoarte es de lo último que ha entrado en los museos, por así decirlo, y mira si tiene décadas. Aun así, pocos museos tienen piezas de videoarte, y solo se exhiben en exposiciones muy concretas, y muchas veces además, el trato que se le da a esas piezas no tiene nada que ver, a nivel de valor, con el que reciben otras piezas. Me consta que hay colecciones privadas que ya están comprando piezas de arte digital de estas características cripto. Hay museos en China que ya están pensando en hacer exposiciones puramente en cripto, en Nueva York se están abriendo salas... Al final todo es cuestión de dinero. Christie’s hizo 69 millones de dólares con un NFT de Beeple, que se ha metido entre los tres artistas vivos que han conseguido vender su obra al mayor precio, y en este caso, con una obra que era casi un concepto de obra. A raíz de estas ventas, es posible que los museos comiencen a interesarse. Es cierto que, de un modo u otro, estamos viviendo un boom de valor de lo digital, aunque estemos llegando tarde.
Flan dice que es difícil aventurarse a hacer vaticinios sobre sobre algo que cambia tan rápido como el arte que se está generando en base a esta tecnología. Nos ofrece algunos nombres a los que podemos seguir la pista, como por ejemplo Laprisamata, Microbians, Miriampersand, Óscar Llorens, Paloma Rincón, Miraruido, Joaquín Rodríguez o Isaac León. ¿Van a apostar realmente los inversores por este tipo de obra? ¿Se va a especular tras el boom inicial como con el arte tradicional? Hay indicios que apuntan a que este nuevo mercado se está estabilizando, como el hecho de que cada vez sea más común poder comprar obra criptoartística con tarjeta, en euros o en dólares, en lugar de exclusivamente con criptomonedas. Es cierto que son los artistas que ya contaban con obra y ya la vendían, los que están en mejor posición para venderla en este mercado tokenizado, pero también lo es el hecho de que las ventas se estén normalizando, al margen de los titulares sobre ventas récord. Esto permite a un mayor número de artistas obtener beneficios en este mercado. Al fin y al cabo, los artistas récord son solo un pequeño porcentaje de todos aquellos artistas que pueblan el mercado del arte, aunque a nivel económico, las cifras que generen estos leviatanes sean de todo menos pequeñas.
Resulta prometedor que obra que antes no suscitaba mucho interés en el mercado, o que no encontraba su lugar, se esté vendiendo relativamente bien en el mercado del criptoarte, como la animación entendida como pieza artística. También la ilustración. O el arte hecho con código. Hablamos de obra muy cercana al público: obra que vemos por Instagram, o que de hecho ha sido creada para tener impacto en redes sociales. Avatares. Se están vendiendo ediciones de avatares únicos para perfiles en redes. Eso es lenguaje de internet, lenguaje social. ¿Puede una ciudad como Valencia, que está haciendo del arte urbano una seña de identidad, hacer suyo también un arte que es hijo de su tiempo, convertirse en una referencia temprana de un arte que no viene a reemplazar nada, que emerge no para quitar, sino para añadir? Un arte, el que cabe dentro del término criptoarte, que ofrece nuevas preguntas a las preguntas que ya nos formulamos, y que sobre todo es una visión lúcida de una época en la que la tecnología deja de ser algo a lo que se recurre, para ser, en lugar de eso, parte de lo que somos.