El creador de Glee, American Crime Story y Feud, entre otras series, se imagina un Hollywood de la segunda mitad de los años 40 en el que la multiculturalidad y la diversidad sexual son representadas con éxito en la meca del cine. Una idílica utopía, que, sin embargo, refuerza otros clichés.
VALÈNCIA. En su nueva miniserie, Ryan Murphy reinventa la edad de oro de Hollywood. El poderoso showrunner lleva obsesionado desde hace décadas por la falta de visibilidad del colectivo LTBG y por la nula representación de actores y directores de diversos orígenes raciales y géneros. En 2016 creó una fundación, Half, dispuesta a dar oportunidades detrás y delante de cámara a los profesionales de estos perfiles. Con este objetivo prioritario, y un goloso contrato con Netflix, creó Hollywood.
¿Qué hubiera pasado si la industria del cine norteamericana de la posguerra se hubiera tomado muy en serio representar con total normalidad a los gays, lesbianas y trans, a los afroamericanos y estadounidenses de diversas orígenes, además de a las mujeres? Este What if utiliza a personalidades reales como Rock Hudson, Anna May Wong, George Cukor o Vivien Leigh y las combina con aspirantes a actores y cineastas de ficción, en una ucronía optimista. La fábrica de sueños más importante rechaza el racismo y sexismo aunque mantiene la permisividad ante conductas estandarizadas bastante discutibles. El amor romántico, la percepción de tener pareja como el ideal de felicidad, la extrema delgadez, belleza y juventud que deben tener las actrices del cine, y los cuerpos esculturales de los actores, no son motivo de revisión.
En la nueva fantasía de Murphy, los gays pueden escribir películas o interpretar papeles protagonistas (nos alegramos por ello), pero las protagonistas femeninas de una película deben tener una talla 36, los labios carnosos y un aspecto Betty Bop. El prestigioso creador se olvida de que las actrices principales podrían ser anchas, con sobrepeso, ojos pequeños, de más de cuarenta, que no se maquillen ni lleven zapato de tacón. Tampoco vemos actores masculinos que no parezcan salidos de un anuncio de Calvin Klein. Los poco agraciados tienen un hueco solo en una parte del mundo: el que está detrás de la cámara. Como la productora de cine Avis Amberg, una mujer entrada en edad, de nariz aguileña y origen judío (interpretado por la genial Patti LuPone), que llegará lejos profesionalmente. Lo mismo ocurre con ellos. Los dos únicos personajes masculinos, trabajadores de la industria, que no parecen un Jon Kortajarena son el representante de actores Henry Willson (Jim Parsons) y el director de producción Dick Samuels (Joe Mantello), ambos gays, eso sí. Curiosamente, el personaje de Henry Willson es el malvado de la serie. Feo tenía que ser.
Entre líneas: si no eres muy agraciado será difícil que seas el héroe de la película. Podrás escribir, dirigir o producir, pero la cámara nunca te querrá a ti. Vamos a desmontar estereotipos mientras mantenemos otros. Un camino a medias.
En segundo lugar se reitera en el tópico de que la felicidad se encuentra el amor. Aprendan, niños, los que os dice Ryan Murphy: si no tienes pareja, no estás completo.
“Envejecer con alguien. No solo alguien de quien depender sino con quien compartir tu fracaso”, le dice el joven Rock Hudson a su novio en la serie. Fracaso que, por cierto, no ocurre en ningún momento. Es decir, no solo debes tener novio para ser feliz, sino que además no olvides que esto supone ser dependiente de él. Dependencia que no siempre se construye de manera sana (esto estaría por verse). Tal vez este matiz se deba únicamente a un problema de traducción del diálogo. A estas alturas de la serie, ante tanto estereotipo es difícil no pegar un respingo al escucharlo.
Como resultado, Hollywood critica el racismo de Disney pero no la idealización del amor romántico o la idealización del físico de una mujer y de un hombre en la pantalla. Nos cuenta lo importante que es para un guionista gay, oculto en la sociedad, que su igual logre ganar un Óscar. Admite una y otra vez que lo que vemos en la industria del cine se convierte en un referente para millones de personas. Gracias a esta premisa redibuja una industria donde el colectivo gay se ve ampliamente representado. Pero el estereotipo físico que taladra a los espectadores en una supuesta película rompedora es que para ser feliz debemos ser bellos, jóvenes, con un cuerpo escultural y terminar nuestra historia debidamente enamorados.
Murphy tampoco deshecha el tópico de que el éxito es la única opción. O como diría Pedro Sánchez estos días, “o el éxito o el caos”. No vemos ningún personaje que no consiga alcanzar su sueño y que, sin embargo, descubra que en realidad el éxito no era la llave para su dicha.
Y por supuesto, el final de la película que se rueda durante la obra de Netflix no puede ser otro más que un happy end. La mujer engullida por la industria, el muñeco roto abandonado por un sistema cruel, tienen un final dichoso en vez de beberse una licorería hasta destrozarse el hígado. Viva Hollywood. Los finales alternativos los dejamos para otro día, que hoy se trata de reproducir tópicos en una serie que se supone que quería desmontarlos. Si Billy Wilder levantara la cabeza…
Por último, como espectadores les será sencillo cogerle el tranquillo a la evolución de las tramas. Dado que la progresión va como la seda hasta el empalago, es fácil anticiparse a lo que ocurrirá en el siguiente episodio cada vez que una historia se encuentra con una piedra en el camino. Si todo va a salir bien, ya sabemos que se solucionará. Lamentablemente es así. Con esta sencilla fórmula Hollywood va perdiendo fuerza hasta llegar a un empachoso capítulo final.
La Cenicienta, Blancanieves, La Bella Durmiente, el señor del anuncio de Camel, Barbie, Ken, Rock Hudson y demás iconos de la cultura quedarán contentos tras ver Hollywood. Los feos, los alternativos, los no normativos, los seres humanos felices en su individualidad o los que viven una vida dichosa sin éxito ni protagonismo alguno, tendrán que esperar otros ochenta años porque no van a protagonizar la película… como siempre.
En plena invasión de culebrones turcos, Netflix está distribuyendo una mini-serie de este país que lo que emula son las grandes producciones de HBO. Historias muy psicológicas en las que todos los personajes sufren. El añadido que presenta esta es que refleja la división que existe en Estambul entre las clases laicas y adineradas y los trabajadores, más religiosos. Sin embargo, una escena en la que un hombre se masturba oliendo un hiyab ha desencadenado reacciones pidiendo su prohibición