ALICANTE. El odio que impera en las redes sociales, que emana con mayor ímpetu en momentos de crisis como el que estamos viviendo, es el protagonista de A la cara, el último trabajo de Javier Marco (Alicante, 1981) que le ha valido su entrada en la carrera por el premio Goya al mejor cortometraje de ficción. Es la primera vez que compite en estos galardones. El año pasado estuvo preseleccionado con Muero por volver, pero no pasó el corte para la nominación. Esta vez sí lo ha conseguido y cuenta con el aval de pugnar con su proyecto más ‘redondo’ después de pulirse profesionalmente con varias producciones. “Tengo la sensación de que en este corto no falla nada”, reconoce. Pero, después de todo, solo podrá quedar uno. Veredicto que esperará con ansia hasta el sábado 6 de marzo, cuando se celebrará en Málaga la gala de entrega de premios de la Academia de Cine, que será presentada por Antonio Banderas y María Casado.
Esa noche competirá con otros cuatro cortometrajes: 16 de diciembre, de Álvaro Gago Díaz; Beef, de Ingride Santos; Gastos incluidos, de Javier Macipe; y Lo efímero, de Jorge Muriel. En el camino hasta allí se han caído otros dos alicantinos con los que rivalizaba en la misma categoría: David Valero, con Orquesta Los Bengalas, y Adán Aliaga, con Pies y corazones. Por eso Javier Marco cuenta con el agravante de presión que implica representar él solo a la terreta en la sección. Por su parte, también el alicantino Charlie Arnaiz optará al premio a la mejor película documental con Anatomía de un dandy, mientras que, en el apartado técnico, Cristina Rodríguez competirá por el galardón al mejor diseño de vestuario con Explota, explota.
“Los trabajos que he podido ver están muy bien y podría ganar cualquiera”, reconoce Javier Marco sobre los proyectos de sus competidores. “Todo puede pasar”, insiste. Y es que, en esta edición atípica en la que hay muy buenos trabajos, pero no hay nadie que esté arrasando con todo, parece que el trayecto hacia el Goya se hace más incierto, aunque también más viable para el alicantino. “No es como cuando Madre, de Rodrigo Sorogoyen, arrasó en todos los festivales y estaba claro que iba a ganar también el Goya”, comenta. Este año, quizá por la pandemia, el juego está más abierto.
“El tema es además muy candente y está en boca de todos, porque cada vez va a más, así que espero que la gente se sienta identificada con el argumento y que también llegue a los académicos”, afirma. Un texto de Belén Sánchez-Arévalo, con quien además ha trabajado para Josefina, su primer largometraje, que comenzará a rodarse el 7 de abril con el apoyo de RTVE, Telemadrid y el ICAA. “A priori, parece que este es mi año”, admite. De hecho, ya escribe su segunda película, a cuatro manos con Belén Sánchez-Arévalo, y el Goya podría impulsarle a nivel nacional con esta y otras cintas. “Me gustaría trabajar en Alicante con mi segunda película, que podría materializarse en 2022”, adelanta.
Mientras tanto, el rodaje de su ópera prima durará cinco semanas y será en Madrid, donde asegura que ha encontrado muchas facilidades. Un filme en el que plasmará lo aprendido hasta ahora. “Creo que todo eso se verá reflejado, porque cada vez que haces un corto vas mejorando y encontrando tu estilo”, explica el cineasta. “Al menos, en mi caso, antes quizá no lo tenía tan claro y tocaba demasiados palos, pero de un año a esta parte hemos ido yendo hacia el mismo sitio”, describe. Con A la cara, así lo ha sentido. “Creo que más o menos todo está bien, porque los actores Sonia Almarcha (El Pinós, Alicante) y Manolo Solo están geniales, pero también la fotografía, el sonido, etcétera; creo que no falla nada”, insiste.
“Como director, cuando ves un proyecto tuyo, siempre piensas que quizá podrías haberlo hecho de otra manera, pero en este caso estoy muy contento con el resultado final”, cuenta sobre A la cara, que con 50 premios le ha llevado por festivales en los que nunca había estado. “A mis trabajos anteriores les tengo mucho cariño y no sabría decir si este es el mejor de todos, pero sí puedo decir que con este he encontrado el camino hacia donde queremos ir y el tipo de cine que nos gusta hacer”, sentencia.
Javier Marco estudió Ingeniería en Telecomunicación en la Universidad Miguel Hernández de Elche y, cuando acabó la carrera, empezó a trabajar en Ericsson, pero seguía dedicándole mucho tiempo a su pasión por el cine. “Yo hacía mis cortos y estudié también un máster en dirección de cine”, recuerda. Vivir su auténtica vocación le llevó a dedicarse finalmente al montaje, que es con lo que realmente paga las facturas. “Cuando busqué trabajo en Madrid, vi que había muchas opciones como montador y ahora es genial porque monto yo todos mis cortos”, afirma. Escribe, dirige y monta sus propios trabajos. Un cineasta persistente que presiente el éxito. “Si no ganamos ahora el Goya, será más adelante; no hay problema, porque somos muy pesados y lo conseguiremos”.
En la cartelera de 1981 se pudo ver El Príncipe de la ciudad, El camino de Cutter, Fuego en el cuerpo y Ladrón. Cuatro películas en un solo año que tenían los mismos temas en común: una sociedad con el trabajo degradado tras las crisis del petróleo, policía corrupta campando por sus respetos y gente que intenta salir adelante delinquiendo que justifica sus actos con razonamientos éticos: se puede ser injusto con el injusto