RECETARIO CULTURAL

Jesús Zomeño: "Soy un artesano de mis emociones, poca cosa"

26/03/2020 - 

VALÈNCIA. Escribe relatos de guerra. Entierra a sus personajes en una trinchera inmunda de Bombay o de Verdún y explora su forma desnuda de enfrentar el destino, como si fueran sus cobayas y eligiera escenarios extremos para testarlos. 

El pasado 3 de marzo, cuando la ciudad era ese enjambre caduco de encuentros, abrazos y libre circulación, la Librería Bartleby acogió la presentación de Metralla, la antología de su mejor producción (Alud Editorial). Jesús Zomeño (Alcaraz, 1964) recibió el Premio de la Crítica Valenciana en 2017 después de que la Editorial Contrabando lanzara De este pan y de esta guerra y asegura que escribir es su pulso vital. Como todos los autores con mayúsculas, habla de lo que somos, pulsión de vida y pulsión de muerte, belleza y horror, todo una misma carta con dos reversos.

La escritora Bárbara Blasco, con la actitud de una cantautora sobre su taburete y las gafas de sol en el pelo presentaba el libro con una complicidad festiva, una efervescencia que ahora sólo podemos presenciar en las series de Netflix. Zomeño resultaba enorme a su lado, corpulento como un cazador de Alaska pero sin pieles. Hablaba del proceso de escritura desde una intemperie llena de escarcha que no veíamos, sólo imaginábamos. Ni siquiera su voz es atronadora ni tiene carraspera de veterano ni se engatilla. Combina esa corpulencia con un rictus noble que rompe a cada frase, cuando bromea o banaliza su fragilidad (escribió muchos de sus cuentos durante una larga convalecencia donde asegura que “no podía comer, ni ver la tele ni cocinar un bizcocho…”)

“Elijo la guerra porque es la situación en la que todo lo superfluo desaparece, no hay que pagar facturas”. Prefiere la Primera Guerra Mundial porque no existe el nazismo y eso le permite un distanciamiento sin distorsiones. La Guerra Civil Española tampoco le funcionaría porque tampoco podría hablar de la psicología del personaje sin tomar partido, en una ocasión lo hizo y lo acusaron de “equidistante”.

Culturplaza acudió a la presentación. Cuando terminó, sus lectores pudieron hacerse con una dedicatoria sin atender al metro de distancia. Su letra elaborada, preciosista, rezaba: “…estos relatos de trincheras interiores”. 

Diez días después el Covid19 el planeta pondría el marcador del siglo a cero. Un temblor de tierra no hubiera provocado más escollos para completar esta entrevista en directo, por lo que Zomeño manda sus reflexiones por la fibra óptica y las recogemos sin peligro. Son contagiosas pero generan inmunidad, que es lo que se cotiza en estos días.  

-Curiosa coyuntura esta, la de estar charlando contigo por mail mientras el tedio y la rutina diaria salta por los aires. Así les giró la vida a los personajes de tus cuentos, una guerra se declara de un día para otro y todos hemos visto cómo cuesta desactivar nuestros mecanismos de negación. 
-Efectivamente, resulta curioso aquel análisis de que vivimos ─entonces vivíamos─ a este lado del confort y que rehuimos el sufrimiento. También rehuimos los textos que nos lo analizan y así son mis cuentos.

-Parece oportuno acercarse a ellos porque tu investigación coge la fuerza precisamente de esto que nos pasa ahora: de cómo las pequeñas rutinas nos salvan, y cuando se cambian desde fuera hay que reinventarlas, rescatarlas, volver a vestirnos de ellas.
-Posiblemente, desde mi marginación de niño gordo y con gafas de culo de botella (13 dioptrías) y sin arraigo (hasta los siete años, cuando llegué a Elche, había vivido en seis lugares), siempre me ha preocupado analizarme y analizar ese estado. La guerra de trincheras es propicia para ello, la soledad. Gaziel (quien fue director de la Vanguardia) e Insúa (corresponsal del ABC durante la Primera Guerra Mundial) lo que destacaban era el silencio de las trincheras (tengo las citas en casa, las suelo utilizar mucho). Ese silencio en las trincheras supone que los soldados vivían una guerra interior que era constante y a ella me apliqué en mis cuentos. Intenté analizar el silencio de los soldados en la trinchera, el silencio del niño marginado que fui y, posiblemente, todo sirva para analizar el silencio que se nos viene encima: el silencio del coronavirus.

Esta enfermedad derivará en una lucha interior. Demasiado tiempo aislado, demasiada conmoción de golpe, las consecuencias económicas y sociales son inevitables y a eso también tendrá que inmunizarse uno.

Estoy seguro que esta enfermedad, este aislamiento, derivará en muchas depresiones, angustias y, sobre todo, reflexiones. 

-Si tu silencio “de trinchera” te salvó, ¿crees que tus relatos aportan soluciones? ¿Esperanza?
-La mente desarrolla mecanismos de defensa, es lo que he tratado de explicar, eso de darle la patada a una cabeza y seguir comiendo antes de volver a atacar, no era una violencia gratuita, era la profunda transformación de la mente humana, que se resume en la frase del capitán: "hay que seguir adelante", frase que el protagonista asume como propia (“Estoy comiendo junto a un muerto. Tengo hambre. Es extraño que no pueda apartar la mirada del cadáver. Inicio de El cadáver).

En mis relatos hay muertes, tripas, sangre, locura... pero no hay angustia. Los protagonistas aceptan la situación, por horrible que sea, y se adaptan a ella. Por eso los judíos sobrevivieron en los campos de concentración, por eso se olvidó la guerra civil durante cuarenta años, por eso los duelos son pasajeros... sobrevivimos. Mis relatos, tan horrendos, ya ves, son optimistas. Yo fui un niño feliz, por eso La isla del tesoro es una referencia continua en mi obra, porque me adapté. 

El coronavirus es un virus, pero su sombra será más interior que física. El Estado deberá prevenir los efectos devastadores 

-En la presentación de tu antología bromeabas con Bárbara Blasco asegurando que ella escribía bien pero tú eras mejor a la hora de tachar. ¿Cómo es tu proceso? 
-La literatura es un tren al que subes en la estación, con tu billete en la mano, pero que otras veces tomas al asalto, cuando va despacio en una curva o cuando intentas meterte a golpes con el tren a toda velocidad. Yo no soy un escritor convencional, creo que ni siquiera soy escritor, lo que escribo tiene vida propia, no me necesita a mí, a veces lo pienso, que no sé de dónde sale lo que escribo.

-Leer, escribir y publicar. Nada parece aliviar del todo la insatisfacción (alguien lo llamó incompletud) del escritor-ser humano. Si ordenáramos la secuencia de acciones incluiríamos la mirada del escritor y sería: mirar (en el sentido amplio, artistico)-leer-escribir- tachar-publicar-crear un feedback con lectores- volver al inicio. ¿Crees que así es la secuencia?
-Supongo que tienes razón, ese sería el proceso lógico: Mirar, analizar, leer mucho, escribir, corregir aún más, editar y lograr el consenso, la comunión con tus lectores, como si metieras en su interior aquello que miraste y analizaste. Sin embargo, no creo que haya un proceso continuo, todo son excepciones.

-¿Con qué parte del proceso disfrutas o sufres más? 
-Depende de lo que me haya motivado a escribir y depende del contenido o de mi circunstancia. Yo no tengo las cosas claras, soy indisciplinado. Escribir es tanto como hablar y uno le cuenta a un amigo, o a sí mismo, cosas tristes, felices o simplemente interesantes, sin carga emocional. Sin embargo, sobre lo escrito luego vienen las correcciones y uno se alegra si crees que va quedando bien el texto, o te deprimes si no te convence. No soy un escritor profesional, no vivo de esto, cuando no me apetece lo dejo o, lo que no es lo mismo, no lo publico. Soy un artesano de mis emociones, poca cosa.

-Después viene esa fractura tan abrupta que hay entre el proceso íntimo de escribir, la pulsión con uno mismo y su centro y el acto tan violento que es en sí publicar, exhibirse, exponerse de una forma desnuda. ¿Por qué necesitamos publicar?
-Después de pensarlo bien, oscilo entre la frivolidad y el existencialismo.  Hay muchos motivos para publicar y cambian según tu estado de ánimo, pero lo importante es escribir. En mi caso escribir se ha convertido en mi forma de ser, pero quizá no haya que darle excesiva importancia. Lo que nunca se valora es la felicidad, nadie le pregunta a su hijo si es feliz, mucho menos te encuentras a un conocido en el ascensor y le preguntas si realmente es feliz. Publicar o no, se presenta como una medida externa del éxito, pero no de la felicidad. ¿Publicar con Planeta o Alfaguara? ¿Casarse con Brat Pitt o Angelina Jolie? Inicialmente, es evidente que sería maravilloso, pero a medio plazo todos advertimos que no será suficiente en sí mismo. Publicar ayuda a seguir escribiendo y, sobre todo, a escribir mejor. Si tienes capacidad de análisis, todos los libros son malos cuando se publican, los errores saltan a la vista (los muy cabrones, escondidos durante años y con la letra impresa se crecen). Además de esa utilidad literaria, publicar también obedece a un impulso vital. Se publica por ambición, por dinero, por vanidad, para vencer la soledad o para vaciar los cajones y seguir escribiendo, aunque hay muchos motivos más: para ligar, para vencer el Alzheimer, por obediencia, por ser idiota…

-¿Qué lees estos días para conjurar el miedo o el tedio? 
-Precisamente estoy leyendo el primer tomo de la biografía de Hitler, de Ian Kershaw, una lectura adecuada para los tiempos del coronavirus, aunque no recomendable. En la presentación del libro en Valencia, Máximo me propuso que escribiera un relato sobre el cabo Hitler en la Primera Guerra Mundial, por eso lo leo. El azar ha puesto el libro en mis manos, pero curiosamente en épocas de crisis sociales surgen los populismos y los visionarios locos como Hitler, y con el coronavirus habrá que estar alerta al respecto. Por eso digo que es una lectura propia de estos momentos, pero no es recomendable. La terapia colectiva creo que requiere lecturas más ligeras, no abundar en la angustia, tiempo tendremos de reflexiones más profundas.

-¿Qué lecturas "analgésicas" recomiendas?
-¿Lecturas para tiempos de coronavirus? La respuesta brillante sería La peste de Camus o el Decamerón de Boccaccio. Sin embargo, desde una perspectiva práctica, aconsejaría más bien lecturas sencillas como Sherlock Holmes. No se trata de una banalidad, sino de dar un mensaje al subconsciente. Es momento de resistir física y mentalmente, por ello es importante evitar el desasosiego y la angustia. En las historias de misterio, todo es racional y la lógica siempre triunfa al final resolviendo. En estos momentos necesitamos esa confianza, que todo se resolverá siguiendo un proceso lógico y seguro. 

-En algunos cuentos el anclaje es el humor (“…del que tomaba la sopa con tenedor y partía el pan con la cuchara. Era una declaración de principios porque (…) nadie había previsto prohibir lo absurdo”). En otros es el amor (Mi esposa me es infiel) o, como  Una ciudad en la India, la evocación de la belleza mientras se dispara al enemigo (“Tu traje de lino blanco separaba en dos el mundo, pero volvía a cerrarse detrás de ti sin dejar memoria alguna”). En la película de Sorrentino La grande belleza Jep Gambardella ha tirado su vida barruntando cómo sería la novela sobre la Nada que quiso escribir Flaubert y dice "Todo está resguardado bajo la frivolidad y el ruido: el silencio y el sentimiento, la emoción y el miedo. Los demacrados e inconstantes destellos de belleza…” ¿Qué despiertan estas palabras en un poeta como tú y en estos días?
-El comentario del protagonista de la película, es cierto. La cultura actual evita hablar de sentimientos, la poesía es un acto privado, nadie comenta en el trabajo que te haya emocionado un poema o que te sientas profundamente enamorado. Yo nunca podría preguntarte cómo te sientes hoy, ni si el amor te ha tratado bien o no has sabido entenderlo. Los sentimientos son privados, las emociones no se comentan, la vida es otra cosa, la efectividad, el consumo, el coche nuevo y su potencia. ¿Cómo hemos llegado a esto? Es complejo, pero hoy en día se evitan los vicios de compartir emociones.

Yo escribo ─concluye sin pretensiones─ porque es el rincón donde reflexiono y del que salgo fortalecido, equivocado o hundido. Un escrito debe dar buenos titulares en sus entrevistas, pero yo no tengo ningún titular.


Terminan sus reflexiones y anuncia, sin quererlo, un titular: el escrito que no tenía un buen titular. O, más bien: Metralla, cuentos para una época de Titular Único. Y se publican justamente este mes, cuando la salvación solo puede venir del titular que elige cada uno.

Cuando rescribirse es el único reto que importa.

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