'Josep', la película de animación dirigida por el dibujante francés Aurel, recupera la historia del también dibujante y exiliado republicano Josep Bartolí a su paso por los campos de concentración del sur de Francia tras la Guerra civil española
VALÈNCIA. A finales de enero de 1939, las tropas de Franco, apoyadas por la aviación alemana, entran en Barcelona. En los días siguientes, se produce “la Retirada”: más de 450.000 personas, entre civiles, militares y oficiales de la República española, salen de Cataluña para atravesar los Pirineos a pie, sobre la nieve, para tratar de hallar refugio en el país vecino.
Febrero de 1939. Completamente desbordado por el éxodo de los republicanos que huían de la dictadura franquista, el gobierno francés sólo encuentra solución: internar estos españoles en campos de concentración donde los refugiados no tienen más remedio que construir sus propios barracones, alimentarse de los caballos que se trajeron en la retirada y morir a centenares debido a una mala higiene y falta agua. En uno de estos campamentos, dos hombres separados por un alambre, se harán amigos. Uno es gendarme, el otro es Josep Bartoli, luchador y diseñador antifranquista.
La sinopsis del largometraje de animación Josep (Aurel, 2020), pone sobre la mesa un tema espinoso —y, todavía, hiriente— para la nación de la liberté, égalité, fraternité: el desprecio y la crueldad con los que fueron recibidos aquellos exiliados que cambiaron el epíteto de rojos de mierda por el de espagnols de merde.
Sin ser estrictamente un biopic el filme está basado en la historia real del dibujante comunista Josep Bartolí (Barcelona, 1910 - Nueva York, 1995) y se centra en su relación con el personaje de Serge: un gendarme que simboliza a todas aquellas personas que ayudaron al catalán a su paso por siete campos de concentración hasta su exilio en México y que formaron parte de esa otra Francia solidaria, empática y heróica que, meses antes de la ocupación nazi, tendió una mano a quienes no habían ganado la Guerra de España.
Dirigida por el dibujante de prensa Aurélien Froment “Aurel” (Ardèche, 1980) y con guion de Jean-Louis Milesi, la película nos sumerge en la trepidante vida de Bartolí, a través del confuso relato que el ya anciano gendarme cuenta a su nieto en sus últimos días de vida. Una historia en donde realidad y ficción se entremezclan, en la que los personajes se desvanecen con la fragilidad que impone el paso del tiempo y en donde todo nos parecería inverosímil si la vida de Bartolí no hubiera sido, en efecto, de película.
Nacido en Barcelona en 1910, Josep Bartolí i Guiu se gana la vida como dibujante y caricaturista en diferentes revistas catalanas como L’Esquella de la Torratxa y funda junto a Helios Gómez y otros compañeros, el Sindicato de Dibujantes de Cataluña, de la UGT. Durante la Guerra Civil, ejerció de comisario político del Partido Obrero de Unificación Marxista y luchó por la República en el Frente de Aragón junto a Ramón Mercader —futuro asesino de Trotksi. Acabada la guerra, cruzó la frontera con Francia el 14 de febrero de 1939 y, en el espacio de dos años fue encerrado en sucesivos campos de concentración —Lamanère, Argelès-sur-Mer, Saint-Cyprien, Rivesaltes y Barcarès…— en donde contrae el tifus y consigue escapar gracias a la ayuda de un capitán de la armada francesa. Recala entonces en París, en donde trabaja para espectáculos del Folies-Bergère y del Moulin Rouge. Durante la ocupación alemana, huye de París y es capturado por la Gestapo en Vichy. A punto de ser deportado al campo nazi de Dachau, consigue escapar saltando del tren y, tras un largo periplo —Marsella, Túnez, Casablanca— y con ayuda de Josep Tarradellas —futuro President de la Generalitat de Catalunya— consigue embarcarse rumbo a México en 1943.
A su llegada a América, será recibido por el entorno artístico de Diego Rivera y Frida Kahlo, con quien mantendrá una relación sentimental durante varios años. Será allí en donde, en 1944, publicará su primera recopilación de dibujos en libro ilustrado Campos de concentración (1939 - 194…) con los textos del periodista Narcís Molins i Fàbregas. A partir de 1946 se instalará en Nueva York, en donde realizará decorados para Hollywood al tiempo que se labra un nombre como ilustrador en publicaciones como la Holliday Magazine o el Saturday Evening Post, y en donde entra a formar parte del grupo 10th street junto a Jackson Pollock, Mark Rothko, Franz Kline y Williem de Kooning. Hasta 1977 no volvió a Barcelona, ciudad a la que legó 116 de sus dibujos originales que hoy forman parte del Archivo Histórico de la ciudad. Bartolí acabaría sus días en Nueva York, en donde moriría en 1995.
El dibujante de prensa Aurel —colaborador de medios como Le Monde o Le Canard enchaîné y autor de diversos cómics y audiovisuales— conoció la historia de Bartolí gracias al libro La Retirada: éxodo y exilio de los republicanos de España (Actes Sud, 2009/El Mono Libre, 2020) publicado por su sobrino, el fotógrafo Georges Bartolí y la periodista Laurence Garcia, y que incluye el cuaderno de dibujos de los campos de concentración de Josep. Según cuenta, la ilustración de la portada de este libro le sacudió: “un boceto de un republicano español desplomado sobre sus muletas, mitad hombre, mitad cadáver, de singular poder. Este dibujo solo podría ser obra de un diseñador brillante”. Página a página, la potencia de los dibujos de Josep le fueron convenciendo de la necesidad de contar su historia: “ilustraciones políticas ricas en detalles y significado, críticas al poder, al Estado, a la religión, a la cobardía de los líderes internacionales. Y luego los bocetos de los campamentos. La fuerza de un trazo a lápiz para dar testimonio de esta secuencia dramática, vergonzosa y poco conocida en la historia del siglo XX”. Todo ello, y más tarde sus conversaciones con Georges y la viuda de Josep, Berenice Bromberg, empujaron al dibujante francés a embarcarse en el proyecto de su primer largometraje, que vería la luz gracias a la coproducción catalanofrancesa de Les Films d'Ici Méditerranée (Montpellier) —que ya le había dedicado el documental Bartolí, le dessin pour mèmoire, de Vincent Marie, con la participación de grandes figuras de la historieta como Antonio Altarriba o Paco Roca— e ImagicTV (Barcelona).
Según Jordi B. Oliva, coproductor catalán de la cinta, “Aurel pasó casi diez años recopilando información de la vida y la obra de Bartolí, y era tanta que daba para diez películas”. Parte de ese proceso de trabajo, tuvo lugar precisamente en València, en concreto en el estudio de los ilustradores Virginia Lorente y Pablus. “En 2016, Aurel vino con su familia a pasar una temporada a València y fue aquí donde empezó a elaborar el storyboard de la película”, recuerda Lorente, cuya voz tiene un pequeño papel en la cinta, junto a dos grandes como Sergi López (Josep) y Sílvia Pérez Cruz (Frida), autora también de la banda sonora original .
“Al final, como dibujante, Aurel decidió centrarse en los dibujos de Josep en los campos de concentración”, —prosigue Oliva. Y es que, si hay un personaje principal en la película, es precisamente el dibujo. “Para Josep, dibujar era su manera catártica de sobrevivir, y lo sabemos porque en cuanto podía se hacía con un cuaderno de dibujo y un lápiz. No tabaco o ropa: un cuaderno que atesora, esconde, entierra y se lleva con él a cada uno de los campos y finalmente al exilio para poder contar lo que allí sucedió”.
La importancia del dibujo, en el fondo y en la forma, es capital en la película y mantiene unidas a dos generaciones de autores tan distanciadas en el tiempo y en el contexto como las de Bartolí y Aurel. Como explica el director: “elegí afirmar la fuerza del dibujo para contar intrínsecamente todo lo que una imagen real nunca podría contar. La línea dibujada está en el centro de la narración; incluso los colores se reducen al mínimo indispensable. Dibujar es el arte del atajo, no para ir más rápido, sino para contar una historia a través de algo que no existe en la naturaleza: la línea. Ninguna persona, ningún objeto, ningún animal está rodeado con una línea negra. Es un proceso intelectual complejo borrar los volúmenes que nos rodean para aceptar representarlos solo por líneas que están ausentes de nuestro universo. Sin embargo, todo el mundo lo comprende. En esta película, quiero llevar al espectador a redescubrir esa confianza infantil en el atajo de la línea para contarle el mundo en su complejidad.”
Como tantos otros artistas que continuaron dibujando para mantener la cordura, Bartolí nos legó un impagable testimonio gráfico de aquellos días: dibujos enérgicos y nerviosos, de una gran crudeza y en ocasiones satíricos, en los que retrata las condiciones miserables de los exiliados y el ambiente de la muerte y el dolor, al tiempo que caricaturiza la arrogancia y la crueldad de los carceleros, caracterizados como animales. “Es un deber que tengo hacia los ojos vidriosos de los moribundos, que tantas veces me han pedido que cuente cómo encontraron la muerte en esos cuarteles de madera podrida, bajo la crueldad de los gendarmes”, dejará escrito Bartolí.
En la disyuntiva entre qué faceta de Bartolí cabe resaltar, si el fusil o el lápiz, Aurel lo tiene claro: “quiero cuestionar la noción de compromiso, resistencia, testimonio y, por supuesto, desarraigo. El resistente es el que se opone físicamente a lo insoportable, aunque signifique pagarlo con la vida. El periodista es quien observa y debe preservar su vida para poder testificar. Bartolí fue ambos. Cogió el lápiz cuando se acabaron las armas”.
Desde su estreno, Josep ha conseguido alzarse con diferentes premios que incluyen los de mejor película de animación (European Film Awards, Lumière) y mejor director (Seminci de Valladolid) y lleva el sello de seleccionada en Cannes que llevan las cintas que hubieran competido si no se hubiera suspendido por la Covid-19. Pero, al margen de los reconocimientos, “en Francia fue un bombazo en taquilla: casi 200.000 personas llenaron los cines hasta que la pandemia les obligó a cerrar. En España vamos por la décima semana en salas. Diez semanas para una película de animación para adultos es un milagro, y más en tiempo de coronavirus”, señala Oliva. “A pesar de todo el boca-oreja ha funcionado de maravilla. Ya han visto Josep más de 10.000 personas en España, que es mucho más de lo que hubiésemos imaginado”.
Una película fruto de un largo proceso de trabajo y de la que han surgido, además, dos libros, editados en Francia por L’Usine: Josep, Dans les coulisses du film con materiales del proceso de creación y entrevistas a sus autores e intérpretes, y el segundo, Josep, un cómic del propio Aurel basado en la película. Un gran esfuerzo en diferentes soportes dedicado a recuperar del silencio la historia de Bartolí y del medio millón de exiliados españoles que sufrieron las penurias de los campos de concentración franceses; una historia que, según Oliva, nos mira a los ojos del presente: “Aurel es francés y nada le liga con España, pero la historia de Josep es absolutamente universal y atemporal: lo que él vivió hace 80 años se está viviendo hoy en cualquier rincón del Mediterráneo o del Río Grande”.
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