LAS SERIES Y LA VIDA 

'Kidding': donde Jim Carrey y Michel Gondry componen un extraño elogio de la tristeza

17/11/2018 - 

VALÈNCIA. Con tanta serie tiene que suceder, para disfrute nuestro, que haya rarezas, producciones inclasificables, ficciones extrañas y desconcertantes. Kidding es una de ellas. Claro que si empezamos por decir que está dirigida por Michel Gondry y protagonizada por Jim Carrey ya se dispara nuestra expectativa y podemos suponer que algo trillado y convencional no vamos a encontrar. Y así es.

El señor Pickles es un personaje televisivo que lleva treinta años protagonizando un programa infantil de marionetas de enorme éxito, que ha encandilado a varias generaciones. Es un personaje que no cambia: siempre va vestido igual, canta las mismas canciones, dice las mismas frases que todo USA conoce y repite y tiene el mismo catálogo de gestos. Pero tras el personaje hay un hombre, por supuesto, Jeff Piccirillo (Jim Carrey), un ser humano borrado, fagocitado por su creación. Un hombre al que le suceden cosas, algunas muy trágicas, como la pérdida de un hijo en un accidente de coche y, tras ello, el divorcio. Y el duelo. Pero, claro, ¿cómo se vive el duelo si cada día has de interpretar a un dulce y más bien cursi señor Pickles, que siempre sonríe y jamás dice una palabra fea? Pues mal, se vive mal.

 Esa es la historia que cuenta Kidding, la de un hombre que no puede expresar su dolor y que, aunque enseña valores y comportamientos a los niños, no tiene ni idea de cómo afrontar la pérdida y seguir viviendo. Intenta introducir cambios en el programa, como por ejemplo dedicar uno a la muerte, explicando lo que siente tras lo sucedido a su hijo, pero el productor, que es su padre (excelente Frank Langella) y la cadena no están por la labor. Nada de hablar de cosas feas y tristes, los anunciantes y el público se van a espantar. Ya se sabe que a los niños hay que ocultarles todo lo malo y hay que hacer lo de siempre, cancioncillas simpáticas sobre valores positivos, aunque, mientras tanto, el hombre tras la máscara vaya cayendo en picado y haciéndose cada vez más oscuro e impredecible.

Y si ese hombre es Jim Carrey la cosa resulta todavía más turbadora. La serie asume los ecos que produce en los espectadores la presencia de Carrey, tras los últimos años que ha vivido el actor: el suicidio de su ex novia, su alejamiento de las cámaras, sus adicciones y su comportamiento y aspecto nada convencionales, el encierro en su casa para dedicarse a la pintura y la escultura, algunas declaraciones extemporáneas, como cuando en una alfombra roja de la Semana de la Moda de Nueva York dijo aquello de: “No tiene sentido nada de esto. Así que quería encontrar la cosa con menos sentido a la que pudiera unirme y aquí estoy. No me he vestido, no hay un "yo". Tan sólo hay cosas sucediendo... Esto es lo que hay, no es nuestro mundo. Nosotros no importamos, esas son las buenas noticias”. Toma existencialismo.

El tópico de sobra conocido del payaso triste de donde parte la serie, el cómico infeliz, el que se dedica a hacer la vida más agradable a los demás mientras en la suya propia sufre, es la propia vida de Carrey. A este respecto no hay más que ver el documental producido por Spike Jonze, Jim y Andy (Jim & Andy: The Great Beyond - Featuring a Very Special, Contractually Obligated Mention of Tony Clifton, Chris Smith, 2017) sobre el rodaje de Man of the Moon y la forma obsesiva en que Carrey se convirtió en Andy Kauffman las 24 horas del día.

Lo cierto es que Jim Carrey despierta amor y odio a partes iguales. Hay quien ama profundamente sus muecas y sus excesos, su gestualidad agresiva, pero hay quien le considera estomagante e insufrible, incluso después de haber demostrado que es mucho más que eso, muecas y exceso, en intervenciones en Saturday Nigth Live, o en esa obra maestra que es El show de Truman (The Truman Show, Peter Weir, 1998), en Man of the Moon (Milos Forman, 1999) y, por supuesto, en Olvídate de mí (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, Michel Gondry, 2004).

Esa ambivalencia, esa cualidad inquietante que arrastra el propio Carrey, es aprovechada por la serie a favor del personaje. Porque Mr. Pickles produce cierta grima. Ver a un adulto de cincuenta años maquillado y vestido como un personaje de cuento infantil, con sus melodías tontas, su sonrisa congelada y sus palabras en diminutivos provoca desazón. Así lo sentimos en la impagable secuencia del programa de Conan O’Brien con Danny Trejo (ambos interpretándose a sí mismos), que resulta particularmente significativa en este sentido. Y lo interesante es que cuando conoces el drama del personaje todavía chirría más y produce más malestar, porque su evolución no mueve a la compasión ni al patetismo, por más que entendamos a la perfección su sufrimiento. 

La inteligente interpretación de Jim Carrey, precisa y ajustada, juega a fondo esta baza y es fundamental para que Kidding funcione. Sus primeros planos, realmente impactantes con las marcas del paso del tiempo, la mirada triste y la mueca fijada, casi repelen, dan miedo, en un efecto absolutamente deliberado. La fusión entre actor y personaje, tanto en su parte pública (Mr. Pickles), como en la privada (Jeff), es total.

Nunca sabemos por dónde irá la historia y el propio tono de la ficción cambia constantemente. No se crean nada cuando lean la palabra comedia asociada a la serie. No te ríes. Es un drama con todas las letras, solo que en un tono bajo y más bien desacostumbrado. Tal vez la melancolía sería el aspecto dominante, pero lo cierto es que también hay humor negro e incómodo. Y cierto distanciamiento que desconcierta. La serie es desigual, un poco como una montaña rusa, pero desde luego huye de convencionalismos y soluciones fáciles.

¿Y Michel Gondry y su brillante mundo entre naif y perverso? Ahí está, sin duda. En esos títulos de crédito, diferentes en cada capítulo, hechos mediante técnicas artesanales de stop motion con cartón, tela y tijeras. En la convivencia entre humanos y marionetas, muy bellas y perturbadoras. En la belleza de muchas soluciones visuales y narrativas. En ese tono inasible, que se toma su tiempo para contar las cosas. El primer episodio es atractivo pero te deja un poco fría. Sin embargo, si sigues viendo el resto te encuentras con que, aun siendo irregular, ese mundo extraño te atrapa, te interesa lo que te están contando. La de Jeff es una vida rara entre platós de televisión, las exigencias de la audiencia, la opresión familiar, incluso de quienes le quieren, y el dolor imposible de soportar.

Y luego está el mundo de la infancia. El estar ambientado en un programa infantil muestra a la perfección la tensión entre una concepción estereotipada que es la que el programa promueve, con sus marionetas y sus decorados de cartón, y la vida real, en la que existen la muerte, el dolor y la enfermedad y la locura. Y la tristeza, esa que en nuestra sociedad capitalista y consumista, la que nos ofrece vivir en un permanente parque de atracciones, parece proscrita y hasta de mal gusto. Ya saben, todo eso de 'hoy es el primer día del resto de tu vida', 'mírate al espejo y quiérete', 'no es una crisis, es una oportunidad', y todas esas frases de azucarillo que componen la psicología positiva y los libros de autoayuda, esos placebos neoliberales. Menos mal que existen ficciones, como Kidding, que vienen a salvarnos de esa otra ficción tan dañina y tan real.

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