CUANDO HABÍA UHF

Kung Fu, el pacifista que repartía con las dos manos

Curiosamente, la serie que hizo famoso a David Carradine en España tuvo un éxito más que moderado en EEUU, donde no acabó de cuajar que un chino corriera a guantazos a los parroquianos

14/01/2019 - 

VALÈNCIA.- La repercusión social de las series de televisión no es en absoluto nueva. Puede que haya habido épocas en las que su impacto haya sido menor en el público, pero desde que aparecieron siempre han estado ahí, ejerciendo su influencia sobre un público global. Aquí va un buen ejemplo: en los años setenta la audiencia española quedó subyugada por una serie que en Estados Unidos tuvo un éxito moderado.

La serie en cuestión se emitía los sábados por la noche, después del programa de variedades de turno. Cada uno de sus capítulos era estructuralmente muy similar a los demás. La acción era lenta y las tramas sonaban a chino, nunca mejor dicho. Porque aquella serie estaba llena de filosofía oriental, artes marciales y mensajes profundos que nadie se tomaba demasiado en serio. Su título, en cambio, caló hondo rápidamente: Kung Fu.

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El protagonista de la historia era Kwai Chang Caine, hijo de una china y un norteamericano, criado en un monasterio shaolín para ser educado en la religión budista y convertirse en monje. Caine es tutelado por el maestro Po, y cuando este es asesinado por un miembro de la familia imperial, su muerte es vengada con otra muerte. A consecuencia de esto, ha de huir a Estados Unidos, donde recorrerá el oeste en busca de su hermanastro Danny. Así, cada sábado por la noche, después de haberse empachado de las piernas de Bárbara Rey y de las coreografías de Don Lurio, el espectador español se sumergía en un mundo que le era ajeno. Y contemplaba a Caine caminar por un desierto interminable que acababa llevándole a algún pueblo donde nunca era bien recibido.

Y como era budista, aguantaba estoicamente las burlas de los paletos del lugar. Porque había sido entrenado para no usar la fuerza, así que aguantaba y aguantaba. Hasta que la situación no la soportaba ya ni Gandhi. Entonces, el título de la serie cobraba todo el sentido del mundo. Kwai Chang Caine se liaba a soltar galletas orientales —y no precisamente de las de la suerte— y se quedaba solo. Y otra vez a caminar por el desierto, y a tocar la flauta junto a una hoguera, para reencontrarse con su yo interior. Y el hermanastro que no aparecía nunca.

Para la mercadotecnia estadounidense, Kung Fu parecía una idea infalible. Su creador, Ed Spielman, la concibió como proyecto cinematográfico. Warner rechazó la idea, pero la cadena ABC vio un posible filón y le encargó una tv movie que acabó siendo el capítulo piloto de la serie. Uno de los motivos por los cuales Spielman pensó que Kung Fu podía triunfar fue por el auge de las artes marciales y las filosofías orientales. El de Bruce Lee fue el primer nombre propuesto como protagonista, pero el papel cayó finalmente en manos de David Carradine. Al parecer, a los productores el maestro les pareció demasiado chino para hacer de chino. Hizo suyo el personaje, que le dio una popularidad de la que hasta entonces ni su propio padre, John Carradine, especialista en cine de terror barato, ni su hermano Keith —que tendría que esperar a 1974 para llevarse un Oscar por Nashville— habían gozado. 

Merecidos homenajes

La clave del éxito inicial de Kung Fu en Estados Unidos fue su raíz contracultural. El formato era completamente occidental, pero sus bases eran orientales. El budismo, las artes marciales y, especialmente, la no violencia, iban vinculados al movimiento hippie, que en 1972 ya solo era un estilo de vida con el que se podía comerciar. Caine rechazaba la violencia —hasta que le tocaban excesivamente las narices— y era un consumado luchador. Su espiritualidad, cultivada por el maestro Po, tampoco era moco de pavo. En uno de los diálogos más emblemáticos de la serie, le preguntaba a su alumno qué podía escuchar si cerraba los ojos. El alumno respondía que el agua y el aire. Po, entonces, le preguntaba si podía escuchar al pequeño saltamontes que tenía a sus pies. Caine respondía que cómo iba a ser capaz de escucharlo. Po le contestaba entonces que cómo iba a ser capaz de no escucharlo. Y ahí es cuando España entera tomó nota de una nueva coletilla que dio mucho juego durante años. El pequeño saltamontes había llegado para quedarse.

Caine seguía extasiando a los telespectadores españoles cuando los norteamericanos ya estaban más que aburridos de la serie. Una serie que debe mucho de su éxito a Carradine, que se fue a una cabaña y vivió con austeridad. Fue completamente seducido por el personaje. «No podía creerlo cuando leí por primera vez el guión —declaró— jamás pensé que los ejecutivos se atrevieran con un proyecto semejante. El protagonista apenas habla, vive con humildad, paciencia y respeto a la vida. Está en busca de la bondad y la verdad y si mata a alguien lo hará con total reticencia». Un vaquero zen que dio vida a un western que se hizo insoportablemente largo. Mucho tiempo después, Carradine declaró que el mensaje principal de Kung Fu decía: «No veáis la televisión».

Kung Fu dejó huella más allá de aquel mar de arena que Caine recorría en los títulos de crédito amparado por la música de Jim Helms. Tarantino lo homenajeó mencionando a Caine en uno de los sabios diálogos de Pulp Fiction. Y mucho después, creó una versión satírica del maestro Po en Kill Bill, protagonizada por el propio Carradine. Hubo reboots, uno en los ochenta, The Next Generation, con Brandon Lee, hijo de Bruce, al frente, y otro en los noventa, The Legend Continues. Fox ha anunciado que está preparando una nueva versión, con la novedad de que Caine ya no será hombre sino mujer. Hoy en día, la serie original se ha convertido en uno de esos souvenirs del pasado que hay que disfrutar aplicando la óptica correcta, que es la de la ironía y la ternura. Al fin y al cabo, España en masa amó las artes marciales gracias al pequeño saltamontes. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 41 de la revista Plaza

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