memorias de anticuario

La alianza feliz del arte en el lugar de trabajo

17/03/2019 - 

VALÈNCIA. No son pocos los que durante su vida laboral pasan más tiempo en el lugar donde desarrollan su profesión que en su propia casa. Sin embargo, demasiadas ocasiones, es algo poco discutible que en casa se echa el resto para colgar aquello que más nos gusta y en el despacho es suficiente con que no parezca la casa de los horrores. Por lo que a mí respecta, me dice mucho el arte del que se rodea, o la ausencia del mismo, de la persona que hay detrás del profesional que me atiende. La variedad es infinita: desde excelente obra original y gráfica en el mejor de los casos hasta la socorrida lámina “para llenar pared” firmada de un celebérrimo impresionista y con grandes letras “Museo de Orsay”, o directamente obras de dudoso e inquietante gusto. Sinceramente hay espacios en los que me cuesta pensar que se pueda estar cuarenta horas semanales. No tiene nada que ver con el poder adquisitivo: de hecho he visitado notarías, despachos y clínicas de profesionales de éxito cuya “ambientación” desde el punto de vista estético invitaba a salir corriendo y, al contrario, despachos de jóvenes profesionales que daban gusto. Siendo joven letrado, el primer despacho que me llamó agradable y poderosamente la atención fue el de un importante abogado y profesor, con el que colaborábamos, especializado en derecho administrativo. Un par de imponentes obras de gran formato (creo que una de estas en tonos rojos era de Sanleón) que tenía expuestas en la sala amplia sala de espera, contrastaban con las molduras clásicas de un inmueble de principios del siglo XX. Lo primero que pensé es “vale, este despacho es otro nivel”. Seguidamente supe que a aquel abogado le gustaba coleccionar arte, cosa que obviamente me agradó. Esta semana que termina he tenido la suerte de que me invitaran a disfrutar de una mascletá a la sede de una importante y longeva empresa valenciana relacionada con la construcción, que colinda con la plaza del Ayuntamiento. Bien, hasta ahí nada novedoso. Sin embargo, cual fue mi agradable sorpresa cuando pude comprobar que sus dependencias son una sucesión de excelentes obras de arte, y que atesoraba una magnífica colección artística de arte español desde mediados del siglo XX hasta el inicio de nuestro siglo. Pude deleitarme en mi breve paseo con excelente obra de Bores, un extraordinario Benjamín Palencia, lienzos de la mejor época de Francisco Lozano, Genaro Lahuerta, un espectacular Joaquín Michavila de gran formato o Jordi Teixidor, y pude comprobar que también, en la zona más noble, colgaba obra gráfica -fetén- de Picasso y Miró. Hace aproximadamente un año tuve la suerte de visitar el céntrico estudio de un cliente arquitecto y gran amante del arte y las antigüedades. Digo suerte porque me sentí congratulado de que haya profesionales que hagan de su espacio diario de trabajo un precioso lugar en el que de verdadero gusto trabajar. En este caso el arte antiguo (marcos de época, molduras barrocas, tallas...) se daba la mano felizmente con el arte moderno y contemporáneo con obras de Saura, Ráfols Casamada, pequeños dibujos de Julio González... Trabajar allí daba verdadero gusto.

Arte antiguo y moderno en un despacho

Me congratula observar como últimamente amigos y ex compañeros de aquellos tiempos en los que me dediqué a la abogacía, una vez han atravesado esa dura travesía que son los años de aprendizaje y afianzamiento profesional, comienzan a adquirir arte moderno y antiguo, y  se dejan asesorar al respecto con el fin de hacer de sus despachos profesionales unos espacios diferentes. No duden que un despacho, un estudio técnico, una clínica decorados con buen arte (buen arte no es necesariamente arte caro), transmite que quien está al frente de aquel lugar, inquietudes que van más allá de su profesión. El arte del que se rodea uno transmite cultura, personalidad, sensibilidad y, digámoslo también, cierto estatus profesional. Créanme que un espacio de trabajo con arte marca diferencias. Hubo un tiempo que eso se exhibía como carta de presentación y en sus los despachos, estudios o clínicas los profesionales además de decorarlos con los mejores muebles, también se hacían rodear de cuadros de pintores del momento y del XIX y esculturas en ocasiones con, incluso, cierto abigarramiento. Aquella época pasó con la llegada del minimalismo que convirtió muchos lugares, tras costosas reformas, en espacios que más parecían laboratorios de nanotecnología que despachos de profesiones humanistas. El blanco, los focos empotrados y la bajada de techos se impusieron y en muchos casos -en otros no- el arte salió por la ventana, dando la bienvenida al vidrio separador de habitáculos, la limpieza cromática y el ambiente zen.

Esas salas de espera, primer lugar de contacto con aquel lugar, en los que cualquier atisbo de expresión artística brilla por su ausencia me transmiten una sensación de incómoda frialdad. Se piensa poco en el hecho de que, a diferencia de las viviendas, los espacios de trabajo están orientados a recibir personas diariamente por lo que el ambiente creado es también para  personas llegadas de fuera. Hablaría, incluso, de falta de empatía en aquellos lugares en los que no se piensa en la imagen a la hora de recibir a clientes que, en no pocas ocasiones llegan con un problema bajo el brazo y se encuentran con tristes paredes de gotelé y algún aburrido cuadro o lámina de relleno terriblemente enmarcada. ¿Les suena eso de “me regalaron un cuadro horrible en la boda y lo colgué en la sala de espera del despacho”?

Dos obras de Esteban Vicente en el Palacio de la Moncloa

Evidentemente las grandes empresas pueden atesorar obras de mayor entidad al permitirse inversiones más importantes. Es conocida la importante colección del Banco Bilbao Vizcaya y en nuestro ámbito las de Bancaja, que se suele emplear para excelentes exposiciones públicas, y la ya clásica de la familia Lladró que ha estado enriqueciendo la sede en Tabernes Blanques (hoy desconozco si lo sigue haciendo). Las grandes firmas de  abogados, en los últimos tiempos, se han percatado de que la implicación con el arte ayuda mucho a consolidar su imagen pública. Así, en su propia web, el conocido despacho de abogados Uría y Menéndez nos habla de su colección de arte contemporáneo. Iniciada en 2005 Rodrigo Uría, nace con vocación de centrarse en la creación contemporánea y de jóvenes creadores, la colección abarca desde la figuración al constructivismo y la abstracción geométrica y como hilos conductores la relación del individuo y su entorno, el pensamiento y la naturaleza. La colección está compuesta tanto por pintura como por escultura, fotografía y arte gráfico.

Finalmente, otros espacios de trabajo, pero no sólo de trabajo, en los que en algunos casos, felizmente, en otros con no tanta fortuna, se ha introducido el arte son los restaurantes y espacios de hostelería. Para ello tendremos que hacer un trabajo de campo. Llegará.

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