VALÈNCIA. No, ya lo tengo. ¡El guardián invisible! Ay, no, si esa es una peli. Porque Broadchurch o The killing no es, que hablan en castellano. Ostras, es que se parecen todas tanto. Veamos. Niña o niñas muertas y/o desaparecidas. Ambientación rural. Bosques y montañas. Pequeña comunidad supuestamente idílica pero llena de secretos, bajo la fórmula “pueblo chico, infierno grande”: aquí un depredador sexual, allá una traficante, acullá alguien que estuvo en la cárcel; fulano liado con mengana, zutano que no es quién parece; mira, una red de prostitución en el bar del pueblo; el vecino de al lado que resulta que está en tratamiento psiquiátrico, fíjate, chica, qué cosas.
Más. Adolescentes aburridos y más bien irritantes (según el cuidado que hayan tenido los guionistas) con ganas de escapar. El raro o la rara del pueblo. Investigadores que vienen de fuera y descubren todo el pastel y las muchas miserias de los lugareños. Trabajo policial rutinario en tristes oficinas. Polis hurañas y desaliñadas que rumian sus traumas en silencio. Guardia civil buenorro para la tensión sexual no (o sí) resuelta. Otro guardia civil, este mayor y experimentado. Entorno natural abrumador y muy atmosférico, estupendamente fotografiado.
El caso es que, si quitamos lo de la guardia civil, que le da así como color local, se nos ocurren unos cuántos thrillers nórdicos sobre los mismos patrones. Que allí no todo es la excelencia de Forbrydelsen o Bron/Bröen y también está llena su producción de este tipo de series. Y qué decir de Francia, que, con mucha menor calidad que los nórdicos y que, dicho sea de paso, las series españolas de las que estamos hablando, está llenando las parrillas de las televisiones de pago con series y telefilms policiales más bien penosos en paisajes normandos, provenzales o alsacianos, rodados con grandes panorámicas y planos aéreos, que parece aquello una oficina de turismo. Son malas, sin paliativos, pero te entran unas ganas de irte para allá a tomar du vin et du fromage que no veas.
En general, estas series, y me refiero ahora a las españolas que he citado, son aceptablemente entretenidas. Nada originales y poco exigentes, puesto que tiran de fórmula sin rubor, pero esto pasa en todas partes. La última en llegar ha sido La caza. Monteperdido, que puede verse en TVE. Empieza bastante rutinariamente, pero luego remonta y va mejorando. Toma, además, algunas decisiones narrativas arriesgadas, como cargarse a algunos personajes principales inesperadamente y sorprender al espectador con algunos giros. Tiene el hándicap de la duración, esos fatídicos 70 minutos que TVE ya ha anunciado que va a abandonar en sus próximas producciones, aleluya. Enhorabuena al gremio de guionistas que ya no tendrán que lidiar con esa imposición absurda y fuera de onda.
El intríngulis es fácil de explicar y lo han visto mil veces. Tras cinco años de la desaparición de dos niñas, una de ellas aparece. Ello provoca todo tipo de reacciones en el pueblo. La serie, como en las ya citadas Forbrydelsen, The killing o Broadchurch, cuenta los efectos de este hecho en las familias y en los vecinos, desarrollando un relato coral: los padres de la muchacha retornada, ella misma, la familia de la que no vuelve, las amigas, etc. Todas estas tramas permiten explorar la tragedia y el melodrama y el lucimiento de los actores secundarios que, en general, cumplen muy bien en la serie, especialmente Jorge Bosch, Pablo Derqui, Bea Segura y Jordi Sánchez, en un papel muy alejado de sus personajes más conocidos.
Se retoma la investigación que se abandonó en su momento, esta vez a cargo de una pareja de investigadores venidos de fuera y formada por, nunca lo imaginarían, la consabida joven sargento dura, arisca, yo-no-sonrío-nunca y con pasado traumatizante, interpretada con solvencia por Megan Montaner, y el poli veterano y cínico pero paternal con su subordinada, a cargo de Francis Lorenzo. Llegan para caer mal a todo el mundo y poner en evidencia a los guardias civiles de la localidad, encabezados por Alain Hernández (también muy eficaz en su papel) hasta que se los ganan con su profesionalidad. Y todo ello tiene lugar en el Pirineo aragonés, en el valle de Benasque, paisaje de enorme importancia tanto en el plano estético como en el narrativo o el simbólico: esto es, mucha panorámica, mucho personaje de espaldas frente al paisaje y la línea del horizonte y mucho contraste entre primeros planos de rostros y planos generales de paisaje sublime.
También estos días puede verse en Netflix El sabor de las margaritas, serie de la televisión gallega rodada en gallego y que tuvo un gran éxito en su emisión en la TVG. Si las ven a la par es posible que acaben confundiéndolas, y a ambas con El guardián invisible (2017), la película de Fernando González Molina sobre la novela de Dolores Redondo. Son todas investigaciones policiales en torno a desapariciones de niñas o jóvenes, desarrolladas en paisajes rurales montañosos muy bellos, con su bosque, su niebla, su humedad y su cosa telúrica. Ya no es que las tres protagonistas estén cortadas por el mismo patrón psicológico y hasta físico, que son como tres gotas de agua, es que la historia se parece mucho, no solo en la trama central, sino en las implicaciones que conlleva (descubrimiento de redes de prostitución, policías corruptos, secretos familiares, etc.).
Lo cierto es que tanto La caza. Monteperdido como El sabor de las margaritas tienen un nivel más que aceptable y no aburren. Lidian todo el rato con los clichés, pero no más que muchas de las series nórdicas o inglesas que nos llegan y que, como estas, no tienen la intención de ser novedosas, sino más bien de intentar aplicar con eficacia fórmulas ya probadas y queridas por el público para proporcionar entretenimiento y suspense. Y el thriller rural funciona. El último capítulo emitido de La caza. Monteperdido, el lunes 14 de mayo, aglutinó a dos millones de espectadores (el 12,8% de cuota de pantalla), a los que hay que sumar el visionado online posterior a su emisión. Es de esperar que este próximo lunes la conclusión del caso eleve notablemente esa cifra. Porque no todo es Juego de Tronos, ni grandes relatos que nunca olvidaremos. De hecho, cada vez hay menos de estos en las series. Aunque esa es otra historia que dejamos para otro día.