¿Qué pasaría si en las cuentas de pérdidas y ganancias se monetizaran los impactos medioambientales? ¿Cuál sería el margen de beneficios que resultaría de fabricar una camiseta en Bangladesh cuyo impacto en la contaminación de sus ríos afecta a la población local? Pues ese impacto ya se están monetizando.
Kering, que es un grupo de marcas de lujo, anunció hace unas semanas que Gucci, su marca bandera, ya era una firma neutra en carbono y se comprometió a alcanzar la neutralidad de carbono en todo el grupo y en toda la cadena de suministro en 2025. Y ¿cómo lo está haciendo? Incorporando a la cuenta de pérdidas y ganancias al uso, puramente financiera, la variable medioambiental. Además del coste de producción calculan el coste del impacto medioambiental de sus productos para calcular su margen de beneficios. Y ese coste medioambiental es el resultado de la inversión en proyectos de compensación de CO2 u otros de innovación para reducir sus emisiones.
El mundo de las finanzas se ha dado cuenta de que las cuestiones ambientales y sociales pueden afectar a la viabilidad del proyecto empresarial más allá de la ética y que, por ello, hay que tenerlo contemplado en el balance. Porque en un contexto caracterizado por un gran número de riesgos globales vinculados directamente a las pandemias, el cambio climático o los desafíos de la desigualdad, el gran desafío de las compañías es que las decisiones estratégicas, de gestión y de inversión, contemplen también criterios de sostenibilidad corporativa. La economía vivía hasta hace poco de espaldas a las decisiones del planeta y la sociedad. Y estaba faltando una palanca para el cambio que era el capital, porque sin capital no hay transformación posible.
Otro ejemplo es el nuevo marco de “reporte no financiero” que ha creado el World Economic Forum (WEC) y las cuatro “big four” (Deloitte, PwC, Ernst & Young, KPMG) y que esta organizado conforme a cuatro pilares; planeta, gobernanza, personas y prosperidad- Este modelo de reporte incluye 55 métricas universales sobre sostenibilidad corporativa aplicables a todas las industrias y modelos de negocio y alineados a los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Estas métricas no son nuevas sino que provienen de estándares ya existentes, pero el WEF las considera que son muy “materiales”, es decir, fundamentales. Algunas son fáciles de calcular y otras requieren de métricas más complejas pues monetizan los riesgos. Es decir, que por ejemplo además de medir el impacto ambiental a través de la huella de carbono de un negocio en toneladas de CO2 pronto comenzaremos a calcular el impacto monetario de esas toneladas de CO2 en la cuenta de pérdidas y ganancias.
Otra tendencia que va impactar en el modelo de “reporte no financiero” de las empresas es la taxonomía europea para los activos financieros verdes que fue aprobada por el Parlamento Europeo el año pasado y entrará en vigor en enero de 2022. Este instrumento, que establece las reglas de juego para evitar el greenwashing, va a obligar a determinado tipo de compañías a reportar en qué medida su actividad está alineada o no con la taxonomía verde, es decir, a determinar si su actividad económica que pueden ser consideradas ambientalmente sostenibles o no. Esta herramienta ayudará a los inversores a identificar activos sostenibles y, en consecuencia, la integración de los factores de sostenibilidad en sus decisiones de inversión. Su objetivo es convertirse en un lenguaje común entre inversores, emisores, legisladores y empresas, que contribuya a aumentar la confianza en que efectivamente las inversiones verdes cumplen con unos estándares ambientales sólidos y transparentes, alineados con los compromisos del Acuerdo de París y los Objetivos de Desarrollo Sostenible. La limitación de esta taxonomía es que se limita únicamente a los activos verdes y, por ello, el año que viene comenzará a elaborarse una clasificación similar que incluirá los aspectos sociales y de gobernanza. De esta manera también los consumidores se beneficiarán de una mayor transparencia y un acceso más fácil a los productos financieros verdes y éticos.
Hay otro fenómeno que está comenzando a ocurrir y es que los temas de cambio climático empiezan a formar parte del orden del día de las juntas de accionistas. El año pasado, AENA se vio obligada a someter a su junta de accionistas su plan de acción climática y a incorporarlo en sus estatutos sociales a solicitud uno de los principales accionista de la compañía, The Children's Investment Fund Management. La noticia supone un hito importante puesto que puede ser un cambio que podrían introducir otras compañías en el futuro. Otro ejemplo es el fondo de inversión Black Rock que está empujando a que muchas compañías españolas incorporen el estándar Sustainability Accounting Standards Board (SASB) dentro de su “reporte no financiero”.
Así, el capital ha entendido que la sostenibilidad corporativa, que era ya un camino inevitable antes de la pandemia, es ahora la única salida posible a la crisis. Se trata de hacer evolucionar las estrategias y modelos de negocio no solamente en base al beneficio económico, sino persiguiendo un impacto social y ambiental. En otras palabras, caminar de la mano de la sostenibilidad corporativa y pensando, por encima de todo, en hacer de este mundo un lugar mejor.
Laura Cárdenas es socia fundadora de Yonder
Señala que firmas de 'retail' han lanzado sus servicios ‘pre-owned’ al constatar más demanda mientras que el sector del lujo y de la alta joyería y relojería también cuenta con grandes referentes.