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una selección de siete construcciones posmodernas

'Late to the party': cuando la arquitectura todavía era inconformista

María Aucejo democratiza la arquitectura con su nuevo libro, que refleja el cambio que hubo en el sector a partir de la década de los 60, con la entrada de nuevas corrientes y la búsqueda de idealismo en las construcciones

28/12/2020 - 

VALÈNCIA. “La respuesta posmoderna a lo moderno consiste en reconocer que, puesto que el pasado no puede destruirse, lo que hay que hacer es volver a visitarlo; con ironía, sin ingenuidad". Esta frase de Umberto Eco refleja a la perfección el trabajo realizado por la arquitecta María Aucejo, compilado en un libro que huye de las explicaciones densas y azarosas y busca democratizar la arquitectura.

Se trata de Late to the party, una obra que recorre algunos de los proyectos arquitectónicos más sorprendentes del posmodernismo valenciano. Hoy en día, la mayoría de las construcciones que la arquitecta recoge, han sido abandonadas. Su estilo, aunque suene sorprendente para la València de los 60, 70 y 80, es futurista. Bebía de una ingente cantidad de corrientes arquitectónicas europeas y americanas que compensaban el horror de la Segunda Guerra Mundial con un elogio al exceso y al simbolismo, y una mirada al futuro. La estética, así pues, es en muchos casos galáctica y de ciencia ficción.

Hoy en día, según la arquitecta, estas construcciones son impensables. Las crisis y las políticas de austeridad han hecho que se llegue a un modelo que "exprime hasta el último céntimo" y que no da pie a toda aquella expresividad que actualmente la mayoría tan solo alcanza a contemplar desde la ventanilla de su coche en un viaje por carretera, en medio de la maleza o al pie de una playa.

Culturplaza ahonda en el libro de María Aucejo. La arquitecta revisa un total de siete construcciones, no necesariamente abandonadas. "Horrorizada por el boom del «y yo más», que nos rodeó en años adolescentes y cansada de la contención y austeridad que ha caracterizado el pesimismo de los años post crisis, empecé a localizar edificios que me generaban ganas de saber qué decisiones había detrás". 

Pavimentos Guillén. Carretera Barcelona, Foios

-¿Qué ha llevado a que, edificios tan revolucionarios e innovadores en su momento, hayan sido olvidados y abandonados? 
-En realidad no son tan revolucionarios ni importantes, por decirlo así. Y en verdad, son edificios recientes. No hace tantos años desde que se abandonaron, ni desde su momento de esplendor. Últimamente se está empezando a poner en valor la arquitectura posmoderna en la que se pueden englobar todos estos edificios. Son mucho más expresivos, ya no se trata de racionalismo puro y duro... 

Creo que es muy pronto para asegurar que se han olvidado totalmente. Hace diez años desde que la arquitectura brutalista se ha empezado a demoler en Europa. Al perderla, se pone en valor. Por otro lado, he detectado que estos edificios son muy desconocidos, aunque algunos sí se están estudiando en València. Era muy difícil saber quién era su arquitecto y el porqué de su estructura. El acceso a la información es complicado.

-¿Cómo es eso? ¿Por qué tanta dificultad para documentarte?
-Ha sido una cuestión constante a lo largo del proyecto. Todo empezó con el primer capítulo, Bodegas Vinival, que también fue mi TFG. Me gustó y me sorprendió que haya edificios tan característicos que la gente conoce pero de los que no se sabe absolutamente nada. Fui viendo que era muy difícil acceder a la documentación. De hecho, de casi todas las construcciones del libro, la documentación que he conseguido ha sido de familiares o de los propietarios actuales. De algunos, pese a ser edificios públicos, no había nada en el Archivo de València. He encontrado trabas burocráticas que no he terminado de entender y creo que es, en cierto modo, síntoma de que en València no se estudia lo propio. 

Bodegas Vinival,Playa Patacona, Alboraia

-¿Cómo ha influenciado esta arquitectura posmoderna que plasmas en tu libro en la arquitectura actual? 
-Realmente son pocos casos. El de los platillos es de GO.DB, el estudio más grande que ha habido en València (llegó a 200 arquitectos), que tiene bastante obra moderna y ha influenciado considerablemente en la imagen de la ciudad. Ellos desarrollaban patentes industriales para aligerar e industrializar la construcción. No sé si ha llegado el momento de que esa influencia sea efectiva. Como se está empezando a valorar ahora (yo lo veo así) quizás haga falta un poco más de tiempo. 

-¿En qué ha afectado la austeridad y las distintas crisis (la de 2008, de hecho, causada entre otras cosas por el boom inmobiliario), a la arquitectura actual? 
-En todo. La profesión ha cambiado totalmente. A nivel de resultado de lo construido, en España y Portugal la arquitectura que se hace es mucho más sincera y real comparada con el resto de Europa. A raíz de estas crisis, la arquitectura contemporánea de ahora es de contención, de aprovechar los materiales locales, de que se note que se ha exprimido hasta el último euro. Si miramos por ejemplo a Holanda, sigue apostando por vender humo con grandes y vistosos edificios. No todo es así, pero sí lo más visible. La crisis ha afectado de maneras diferentes. A unos de manera más realista, porque la hemos sufrido más, y a otros disimulando como si no hubiera pasado nada.

-El libro combina explicaciones a modo narrativo, a modo entrevista, e incluso a través de una conversación de Whatsapp. En ese sentido, es muy completo, a la par que arriesgado, puesto que al fin y al cabo es un libro de arquitectura. ¿Qué has buscado con esto? 
-Lo primero, pasármelo bien haciéndolo. Esto era un proyecto completamente personal que yo quería hacer porque me divertía y me interesaba. Parece que en València cueste bastante estudiar lo propio. Si viene el turismo a ver arquitectura valenciana, se le lleva al Veles e Vents. No creo que sea algo representativo de la arquitectura valenciana, por ejemplo. 

Viendo este tipo de casos, o la dificultad real de documentarlos, me di cuenta de que quizás había un interés más allá del público arquitectónico. También quería hacer esa mezcla porque las conversaciones a través de las que me documenté fueron surgiendo así. Es como un ejercicio creativo. ¿Por qué no? ¿Por qué todos los libros de arquitectura tienen que ser de ensayo? A mí los que más me interesan son los que no son de ensayo. 

Y también he buscado democratizar el conocimiento. La arquitectura no es solo de los arquitectos, es algo de todo el mundo, todos la vivimos. Hay visiones muy interesantes más allá de quien haya construido algo. Buscaba esa manera de llegar a otros públicos, que quizás tienen visiones más interesantes.

Estudios Andro. Fuente del Jarro, Paterna

-A lo largo de todo lo que plasmas, veo una pretensión de abrir mentes en torno a la arquitectura, como si en esa época no hubiera límites. ¿Cuál era la intencionalidad de todos estos arquitectos? 
-Desde el principio detecté que los edificios industriales, a a la hora de ser construidos, eran mucho más libres. A los arquitectos se les permitía ir un poco más allá. En una construcción doméstica, con todo controlado y diseñado, no ocurre esto. El sector industrial tenía más margen. El arquitecto Rafael Tamarit dice en la entrevista que le hice para el libro que con un proyecto así tenía la oportunidad de hacer "una pirueta". Al ser industrial, buscaba crear un icono representativo de la empresa en cuestión. No ocurre con todos, pero por norma general querían traer el progreso. El caso de Bodegas Vinival, por ejemplo, es barroco, brutalista, el interior parece una catedral, contrasta totalmente con el exterior. No sé si sus intenciones eran traer el progreso o si ellos mismos se iban contagiando de la apertura del país y de lo que les iba llegando de otros países. Se lo iban creyendo, creo. Ya no era todo tan basado en la supervivencia. 

-¿Se ha perdido en cierta manera ese sentido idealista en la arquitectura actual? 
-Sí. Es una de las consecuencias de la crisis. Obviamente, no lo empapa todo. Pero a mi generación, desde el día uno, le han dicho: ¿qué hacéis aquí, estudiando arquitectura, ahora? 

Somos más realistas. No es que se haya perdido el idealismo, pero en estos edificios se transmitía una idea de futuro que ahora no se proyecta. De hecho, ahora estamos revisando el pasado, viendo qué hemos hecho mal y qué podemos mejorar. Yo detecto esto. 

-¿De dónde viene el nombre Late to the party?
-Del sentimiento casi generacional de llegar tarde al buen momento de la arquitectura, de habernos quedado con las sobras. El paro, la precariedad, etcétera... No paran de repetirte que la arquitectura molaba hace 10 años. 

También de la sensación de entrar en estos edificios abandonados, que aun siendo decadentes, da la impresión de que en su momento tuvieron mucha alegría en su interior. Se permitía un poquito de diversión. Entiendo que es porque se miraba hacia el futuro después de haber sufrido. Hoy en día se va hacia el sentido contrario. Todo tiene que estar muy justificado. 

-En un momento dado dices en el libro que el pasado de todos estos arquitectos había sido tan duro que sentían euforia por lo que estaba por venir y que, en resumidas cuentas, quizás esa era la razón de una arquitectura tan inconformista.
-No me refiero tanto a los arquitectos como a la sociedad en general. Lo digo por varios motivos. Comparo un edificio con la arquitectura Googie de Estados Unidos. Esta corriente viene después de la Segunda Guerra Mundial, cuando hay una explosión de búsqueda del progreso tras el horror. En España veníamos de una dictadura y una transición vivida por todos estos arquitectos. Hubo unos años de contención, y después se abrió el país, llegando de fuera también influencias europeas y americanas. Se atrevían más. Más expresión y menos contención. En València, el movimiento moderno en su puro estilo se puede ver en el colegio Guadalaviar, por ejemplo, del estudio GO.DB. Que años después, el mismo estudio trajera algo aprendido de viajes a Japón e intentara replicarlo, es síntoma de la apertura del país. 

El movimiento moderno reina tanto porque todo se destrozó en la guerra. En Holanda y Alemania se empezó a construir de cero, y por eso hay tantos edificios de esta corriente. Un poco después, cansados del funcionalismo y el racionalismo, el posmodernismo integró las nuevas expresiones.

Mercado Costa Valencia, Camí de la Mar, El Puig de Santa Maria

-En tu libro hablas del Mercado Costa Valencia, donde una vidriera al fondo con colores, escudos, banderas y un mapa de Europa, reflejan la tradición en contraste con un edificio de arquitectura galáctica. ¿Cómo se conjugaba esta intención de construir adelantándose al presente, con la arquitectura tradicional de aquel momento?  
-Creo que en su momento llamaría muchísimo la atención. Ese mercado es super desconocido, nadie sabe que está ahí, y está siempre abierto. Es una arquitectura muy contemporánea y muy visitable. Parece el Atomium de Bruselas. Supongo que en su momento el contraste sería muy fuerte. De hecho, al otro lado del mercado, en la Huerta del Puig, estaba el estudio de GO.DB. Allí tenían una casa construida con platillos, a modo de nave espacial. En aquel momento, ver eso al lado de las alquerías debía ser increíble. 

-Cuando fuiste al Centro de Salud Fuente de San Luis, tuviste muchas dificultades a la hora de que te dieran información. Ni planos, ni fotografías, ni historia del edificio... No te querían facilitar nada. ¿Por qué?
-Es algo con lo que he tenido que lidiar bastante. En los edificios de particulares no suele haber ningún problema. De hecho lo ven como algo positivo. Si el edificio es público, está la cuestión de quién da los permisos, algo que nunca tienen claro. Me pasaban de una persona a otra, una y otra vez y sin que nadie supiera quién me tenía que dar el permiso. Desistí de ver los planos porque se hizo una reforma del centro y como todavía estaba abierta, la ley de protección de datos impedía siquiera que me dijeran el nombre del arquitecto. 

Centro de Salud Fuente San Luís, València

-Este centro de salud es un ejemplo de cómo se construía pensando en el avance tecnológico que podría requerir que, al quedarse las construcciones obsoletas, pudieran ampliarse con facilidad. Su estructura permitía que se pudieran ir rellenando los cuadrados formados por las vigas, con nuevas habitaciones.
-Yo no tenía ni idea de arquitectura sanitaria. Estuve leyendo muchos artículos de su evolución en España. Tenía claro que ese edificio era completamente metabolista. Se trata de un movimiento japonés de los años 60. Ellos entendían la arquitectura como un organismo vivo que podía seguir creciendo. Hay planes urbanos increíbles que se planteaban como panales. Este edificio me recordaba a un edificio japonés que tiene casitas enganchadas que parecen lavadoras. Seguramente no podía ampliarse, pero el aspecto daba a entender que sí. Es lo que ocurre a veces con la arquitectura high tech: no era tan high tech, pero tenía el aspecto para parecer más moderno. Con el centro de salud quizás se puede, da la impresión. 

Estuve leyendo que se planteaba como algo que pudiera seguir el ritmo del avance científico. Proyectaban los centros de manera modular para insertarlos en diferentes ciudades. Ese  centro está lleno de rampas y escaleras. Es porque no está proyectado para ese sitio, sino proyectado en general. Lo insertaron ahí y construyeron las rampas que le hacían falta para entrar y moverse por dentro. 

-¿Todas estas ideas arquitectónicas, especialmente la de los Estudios Andro, donde la estética futurista es clarísima, eran realmente funcionales? 
-Prácticamente todos estudiaban para lo que se habían proyectado. Estudios Andro era el estudio de un fotógrafo. Entiendo que tenía los platós en los propios platillos. Hoy en día, aún son platós de rodaje. 

El de las bodegas, por otro lado, era super funcional, aunque parezca casi un capricho. Por dentro estaba muy aprovechado. La pirámide también: tiene una estructura metálica en la que cada cuadrado que se ve es el despacho de un diseñador diferente. Todos eran bastante funcionales. Al fin y al cabo, no eran para vivir, sino para trabajar. 

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