Capitán Swing publica una obra premonitoria y admonitoria del sociólogo, teórico urbano, activista y escritor estadounidense, que revisita para la ocasión su inquietante alerta sobre la gripe aviar.
VALÈNCIA. Que viene el lobo. Se mueve silencioso y desapercibido por carreteras sinuosas, por pistas que discurren como corrientes marinas en el oleaginoso vivir y convivir del ser humano: su escala es la de lo imperceptible, la nuestra, la de la destrucción suicida del mundo que necesitamos. En el plano de lo cotidiano lo ocupamos todo, lo tocamos todo, todo lo abarcamos: una gota perlando una frente se descuelga de la piel, choca, estalla, queda pulverizada y en suspensión, la lleva el viento. Alguien pasa y la respira. No pasa nada. Un ave levanta el vuelo en un continente, trasciende las fronteras que nada significan desde su perspectiva aérea y animal, y al cabo de un largo viaje aterriza en un parque en medio de una ciudad saturada de individuos humanos apresurados: el ave, un ánade, comparte espacio acuático con algunos patos domésticos. Sus fluidos se diluyen en el agua, pero no desaparecen. Una carpa filtra ese agua con sus branquias. En la cola de un edificio institucional en el que se resuelven tortuosos trámites burocráticos tose un ejecutivo de una empresa extranjera: acaba de llegar pero tiene que poner su situación al día. Alguien le pregunta la hora tan cerca que puede oler el café de la mañana en su aliento. Un niño corre y toca su pantalón y le agarra la mano. La cadena de sucesos suma un nuevo eslabón. Aquí quizás sí haya pasado algo. O vaya a pasar. Estos son solo algunos de los eventos incontrolables y aparentemente intrascendentes que tienen lugar en el universo de lo fortuito que habita el lobo minúsculo, pero letal. El monstruo que se desliza discreto utilizando los puentes que le hemos creado a medida cuando íbamos de camino a sacarlo de su hogar de vísceras y carne ajenas en nuestra desquiciada expansión hacia la nada.
El SARS-CoV-2 ha emergido de su cosmos impredecible e infinitesimal para cambiar los planes de la humanidad al completo: lo que casi nadie creía que pasaría ha pasado, y lo que queda por pasar. Las previsiones a todos los niveles son papel mojado sobre la mesa del consejo directivo de una multinacional y de la cocina de una familia estándar de una gran urbe. La sensación, para la mayoría, es de estar viviendo en un escenario imposible de prever: una impresión, que como tantas otras, no es más que pura ilusión e ignorancia, porque había quien no solo contaba las horas hasta la catástrofe, sino que incluso había escrito un libro acerca de lo que todavía no había ocurrido con una precisión escalofriante: o bien estamos siendo testigos de una espectacular intuición, o bien es que se veía venir a kilómetros. Lo cierto es que el sociólogo y teórico urbano Mike Davis, y tantos más, sabían que no es que cupiese la posibilidad de que un virus de estas características nos atacase, sino que lo que no cabía era la posibilidad de que no ocurriese. Era solo cuestión de tiempo. Por eso Llega el monstruo se escribió hace ya unos cuantos años —aunque entonces se llamaba El monstruo llama a la puerta—, y por eso Capitán Swing lo ha recuperado, traducido por María Julia Bartomeu y Lucía Barahona, ampliado con un nuevo apéndice sobre este coronavirus contra el que ahora luchamos, y con el añadido al título COVID-19, gripe aviar y las plagas del capitalismo. Cuando Davis escribió su ensayo, el lobo ya había enseñado las orejas, y vaya si se las habíamos visto. La cosa no pintaba nada bien. Davis entendió que el monstruo al que habíamos invocado todavía no había empezado ni a calentar: lo que demostró ser capaz de hacer el virus H5N1 era propio de una película de terror, y así, con un estilo casi cinematográfico, lo cuenta Davis, que episodio a episodio de esta crónica del contagio consigue ponerlos pelos de punta, y también hacernos abandonar toda esperanza de que el Homo sapiens pueda arreglar lo que ya ha estropeado con una forma de vivir abominable.
Es duro, pero es así: "La esencia de la amenaza de la gripe aviar consiste en que un virus de la gripe mutante, de una agresividad espantosa, que ha evolucionado y ahora se encuentra atrincherado en los niños ecológicos recientemente creados por el agrocapitalismo, busca un nuevo gen o dos que le permitan viajar a una velocidad pandémica a través de la humanidad densamente urbanizada y en su mayoría pobre. Un destino que por otra parte, nosotros mismos hemos impuesto a la gripe desde hace ya mucho tiempo. Las conmociones medioambientales inducidas por el ser humano —el turismo de ultramar, la destrucción de humedales, la Revolución Gandera auspiciada por las transnacionales, la urbanización del tercer mundo con el consiguiente crecimiento de las inmensas barriadas pobres— son las responsables de que la extraordinaria mutabilidad darwiniana de la gripe se haya convertido en una de las fuerzas biológicas más peligrosas para nuestro asediado planeta. Del mismo modo, nuestra aterradora vulnerabilidad frente a esta y otras enfermedades emergentes es un producto de la pobreza urbana concentrada, de la negligencia de la industria farmacéutica —que desatiende el desarrollo de vacunas porque considera que las enfermedades infecciosas no son «rentables»— y del deterioro, cuando no colapso, de la infraestructura de la salud pública en algunos países, tanto ricos como pobres".
Lo peor de todo no es comprobar cómo el monstruo —en este caso por suerte un primo pequeño del gran villano— ha despertado más o menos donde alertaban los expertos que lo haría, ni que pese a las predicciones y los avisos de la ciencia su llegada nos haya cogido en pañales pero sin EPI, mascarillas, camas o protocolos. Tampoco que las naciones, una vez más, hayan demostrado que en el partido de la geoestrategia no existen los amigos ni nada que se les parezca. Lo peor de todo es ese poso alquitranado en el ánimo que a uno se le queda cuando termina la advertencia de Davis, y como el equivocado protagonista de Soy leyenda —el libro de Richard Matheson—, que una vez apresado y con el cadalso a la vista logra alcanzar la iluminación, constata que al final el monstruo no era el otro. Que el monstruo de esta historia no es el virus.