El formato va mutando, pero el fondo siempre es el mismo: somos incapaces de vivir sin narraciones. Sea de forma oral, escrita o audiovisual, los relatos se abren paso siempre. Porque si la historia es buena no importa lo más mínimo si la consumimos en forma de teatro, libro, podcast, cine o serie. Solo importa que lo narrado nos emocione, nos ayude, nos haga pensar o simplemente sea capaz de conseguir que nos olvidemos por un rato de nuestros problemas.
Hace unos días me preguntaron por mis series favoritas y al pensar la respuesta me di cuenta de que algunas de ellas no solo me gustaron, sino que habían conseguido eso que dicen que puede hacer un buen libro: trascender, cambiarte por dentro. Tras su visionado, el lugar desde el que observaba la realidad ya no era el mismo.
La más obvia es quizás The Wire. Es difícil volver a mirar el mundo de la misma manera tras ver las cinco temporadas. David Simons hace una radiografía tan completa y lúcida de cómo funciona nuestra sociedad que de pronto, como en una iluminación, el espectador consigue entender el patrón invisible que subyace debajo de todo: vivimos más interesados en las apariencias que en la realidad. Y la cosa es peor ahora con las redes sociales. Nos hemos pasado a vivir a un mundo de datos, estadísticas, filtros, fotos sacadas de contexto, titulares y pantallas. Poco a poco importa más este mundo que el real. Miramos en el móvil si llueve en lugar de asomarnos a la ventana. Elegimos restaurantes por la nota de Tripadvisor en lugar de por el menú. Escogemos lo que dice el GPS frente a lo que dice la señal de la carretera. Colgamos portadas de libros en Instagram que no vamos a leer porque ya no importa leerlos, importa enseñarlos. The Wire nos muestra que da igual si somos traficantes o policías, políticos, abogados, periodistas, estibadores o profesores. Por un lado está la realidad y por otro una realidad aparente que poco a poco la ha sustituido.
Es fácil entender la idea, lo difícil es que te haga clic dentro y reconozcas a tu alrededor todo lo que se esconde tras esa afirmación. Acabé la serie hace unos años, justo unos días antes de las pruebas de educación secundaria para el elaborar el informe PISA. Los malos resultados habían hecho que la mayoría de institutos se centraran en sacar buena nota en el examen, dejando de lado el temario. Lo importante no era enseñarles, sino enseñarles la forma de sacar buena nota en ese tipo de examen. Los directores querían quedar bien parados en el ranking. Los políticos valencianos y españoles querían quedar bien parados en el ranking. Con la connivencia de todo el mundo, los alumnos dejaron de aprender para que pareciese que aprendían. Si para sacar una nota mejor debían ser un poco más ignorantes,¿qué importaba? Si hay que elegir entre la verdad y una mentira que dé rédito político o titulares que vendan periódicos, como ha ocurrido hace poco con el tema del tour de la manada, pues adelante con la mentira. ¿Alguien se pone en el whatsapp la foto donde peor sale? Si hay que elegir entre ser de verdad sensible o ser una persona despiadada que parece sensible, como ocurrió con los medios de comunicación y el niño del pozo, ¿por qué serlo de verdad?
Igual de importantes han sido para mí tanto Girls como Fleabag. Las dos series de Lena Dunham y Phoebe Waller-Bridge son claves para entender cómo funcionan las relaciones personales. Mi aprendizaje en ambas fue: todos estamos jodidos por una u otra razón. Y el dolor nos convierte en miopes y nos hace egoístas. Te enfadas porque alguien no te hace caso cuando es probable que esa persona está peor que tú, con problemas que ni te imaginas. Y enfadada porque no le haces caso. Esa miopía nos hace equivocarnos, malinterpretar, ser injustos y dañar a la gente que nos rodea. Mientras más cerca, más fácil es que hagamos daño. Sin querer. Porque todos estamos demasiado ocupados salvándonos de nuestras miserias como para prestar verdadera atención a las miserias de los demás.
También aprendí que es muy ególatra enfadarse con los otros por cualquier cosa. Lo primero, porque sus razones últimas se nos escapan y quién sabe qué hay detrás. Igual con preguntar o mostrar interés (en lugar de esperar que nos muestren interés) se solucionaba. Lo segundo, y más importante: la gente no se comporta de ninguna manera por ti, sino por ella misma. Es muy egocéntrico creer que la gente hace las cosas por y para ti. Si alguien te contesta mal, a lo mejor está divorciándose y acaba de discutir con su expareja. Si alguien no te saluda, a lo mejor ni te ha visto porque está pensando en unos resultados médicos. Si alguien deja de llamarte, a lo mejor no es que te rehuye, es que está al borde de la depresión y no quiere salir de casa. Enfadándote con esa persona solo haces que empeorarlo. Estas dos series me enseñaron que somos seres ridículos, viviendo en nuestra islita, salvándonos como podemos, tirando algunas macetas al pasar, empujando sin querer a los que nos rodean. Y enfadándonos como si fuésemos el centero de algún patético universo.
¿Y si empezásemos a mirar a los demás como seres complejos en lugar de como atrezzos de nuestra vida? ¿Y si intentásemos comprender un poco a los que nos rodean? La velocidad de la vida actual nos aísla. Detengámonos de vez en cuando a pensar y a dar un abrazo a los que tenemos al lado.
Todos necesitamos un abrazo.
Otras series que me han hecho reflexionar, aunque en menor medida, son The Good Wife y The leftovers. Con la primera he sido capaz de entender lo difícil que es administrar justicia y lo injusta que es a menudo. Pero que a veces una injusticia es necesaria para conseguir una justicia global. Que a veces salvar un árbol acaba con el bosque, por triste que sea.
Necesitaría un artículo entero para esto, lo sé.
The Leftovers me ha enseñado que a veces la lógica más racional lleva a callejones sin salida y el único camino es emocional. A veces no nos salvan las matemáticas ni los silogismos sino lo simbólico: la fe, la poesía, el deseo…
¿No es genial que una pandilla de narcotraficantes o unas treintañeras perdidas sean capaces de conseguir hacernos pensar sobre nuestra propia vida y darnos lecciones importantes?
Esa es la gran magia de los relatos… vengan de donde vengan.