VALÈNCIA. Tengo que empezar por una confesión, que es que la justifica este artículo. En algún momento del encierro en el que hemos vivido este último año y pico comencé a ver Lucifer y me tragué, con avidez y compulsión, cuatro temporadas y media, 75 episodios (que son los que estaban disponibles en ese momento) en poquísimos días. En plan: son las dos de la madrugada, debería acostarme, pero voy a ver otro. Y la pregunta surge inevitable, más teniendo en cuenta que me dedico a analizar series: ¿por qué demonios me he enganchado a Lucifer?
A este fenómeno le podríamos llamar placer culpable, pero, francamente, deberíamos quitarle el apelativo culpable al placer, que bastantes culpabilidades reales tenemos en un sistema capitalista que nos convierte constantemente en cómplices más o menos involuntarios de un sistema injusto, como bien demostró esa serie maravillosa que es The good place. Así que dejémoslo en placer sin más. Y compartido, que también descubrí, a posteriori, que no era la única que había caído en las redes seductoras del diablo.
Analicemos, pues, la cuestión, aprovechando que acaban de llegar a Netflix los ocho capítulos de la muy esperada segunda parte de la quinta temporada. La serie está basada en el personaje de cómic creado por Neil Gaiman y desarrollado por Mike Carey para DC Vertigo. Pero que se abstengan los puristas, porque el tratamiento, el tono de la historia y el argumento, aunque parte de algunos rasgos del personaje, van por caminos bastante distintos al original.
Lucifer, el ángel caído, el señor del Averno, se aburre de castigar y torturar en el infierno y decide pasar un tiempo en la Tierra, a ver qué onda. Elige Los Ángeles, ciudad del pecado y la frivolidad y, convertido en millonario playboy y dueño de un club nocturno llamado, muy apropiadamente, Lux (Lucifer significa ‘el portador de la luz’), se lo pasa genial entre fiestas, orgías y amantes de todo género y condición. Dado que tiene el poder de conocer los deseos más ocultos de los humanos nada ni nadie se le resiste… hasta que encuentra a una inspectora de policía con la que sus poderes no funcionan. Intrigado, decide seguir con ella y, gracias a sus influencias, logra ser su acompañante en la resolución de los casos de asesinato.
Y así es como Lucifer se separa del cómic, para convertirse en una serie procedimental, de esas policiacas en las que se resuelve un caso por capítulo, al estilo, sobre todo, de Castle, dada la dinámica de la pareja y el carácter peculiar (aquí muy peculiar) del protagonista. Claro que no es lo mismo ser un simpático e ingenioso escritor de misterio que el diablo en persona, eso ha de imprimir carácter al relato. Y lo hace, vaya que sí. La serie tiene humor, romance, aventura y suspense, como era de esperar. Pero tiene alguna cosa más.
Lucifer es el resultado de mezclar este tipo de procedimental con la leyenda de Lucifer y la reinterpretación que hace el cómic del mito. Así dicho no parece fácil, pero funciona. La serie es muy entretenida, ingeniosa y consigue sorprender con ese desparpajo, a veces desconcertante, con que las producciones comerciales de Hollywood de tema fantástico tratan estos temas y personajes. Recordemos que Lucifer, el mismísimo Satanás, es el ángel que se rebela contra Dios, su padre, y tiene negada la entrada al cielo. Y el Lucifer de la serie no entiende por qué. No entiende por qué, si Dios le concedió libre albedrío, como a los humanos, es castigado por ejercerlo. Y, sobre todo, por qué su castigo consiste en infligir dolor.
Además de aburrido de torturar, está harto de su mala fama. Le duele ser la máxima representación de la maldad cuando, en realidad, él se limita a condenar a los malvados, a los que han sembrado el mal en el mundo y no se han arrepentido. Él no crea el mal, ese existe al margen de Lucifer, él solo lo castiga. Todas estas elucubraciones entre el bien, el mal, el libre albedrío y la voluntad de Dios son el sustrato sobre el que se construye la evolución de los personajes, sean bíblicos, demoníacos, celestiales o humanos, que de todo hay en la serie.
Lucifer también es el nombre que en la Biblia recibe la estrella de la mañana, el llamado lucero del alba (en realidad, el planeta Venus) de ahí que el nombre completo del personaje sea nada menos que Lucifer Morningstar. Lucifer es bello, elegante, sexy, listo y tiene acento británico. Y nunca miente. De hecho, siempre dice que es Lucifer, el verdadero. Nadie le cree, como es lógico, pero como es rico y guapo eso le convierte en extravagante y no en un loco peligroso. El intérprete Tom Ellis borda el personaje, derrochando carisma y simpatía, pero también cierto fondo siniestro con una violencia latente (que es Satanás, no lo olvidemos) y constituye un porcentaje elevadísimo del éxito de la serie.
Como Lucifer ha dejado el infierno y está en la Tierra, otros personajes vinculados a él van llegando. Su hermano Amenadiel (D. B. Woodside), el mayor de los hijos de Dios, poderosísimo ángel que también acabará decepcionado por Dios e instalándose en la Tierra, un poco harto de ser el ángel perfecto. Una imponente demonio llamada Mazikeen (Lesley-Ann Brandt), que solo sabe de tortura y violencia, pero que no entiende nada de sentimientos y emociones y también busca su identidad en un mundo infinitamente más complejo que el Infierno. Eva, Lilith, Caín (Tom Weller), otros arcángeles como Miguel (gemelo de Lucifer) o la diosa de la Creación (Tricia Helfer), esposa de Dios por lo tanto y llamada simplemente Mamá. Por aparecer, aparece hasta Dios himself (Dennis Haysbert), proporcionando algunas de las secuencias más divertidas a costa de su intento de conseguir la paz familiar.
Mención aparte, porque es un auténtico hallazgo, merece el personaje de la psiquiatra, interpretada por Rachael Harris, que comienza a atender a Lucifer, atrapado como está en su batalla personal contra su padre y el conflicto con el que vive su condición de señor del infierno. Ni qué decir tiene que acabará atendiendo a todo el mundo, dado los muchos problemas de adaptación que presentan estos poderosos seres en su estancia en la Tierra.
La cosmogonía bíblica se irá complicando a lo largo de la serie de forma entretenidísima y, a ratos, muy épica, mientras la convivencia de humanos y seres celestiales va dejando conflictos morales en todos los personajes. Digamos que la corte celestial acaba pareciéndose más al desmadre del Olimpo, con esos dioses y semidioses tan llenos de flaquezas y pasiones, que al ordenado mundo de los retablos medievales.
Solo queda por recordar que, además de un policiaco procedimental, estamos en territorio de género fantástico. Y por eso nos encanta que Lucifer y sus hermanos desplieguen las alas (momentazo), que luchen demonios y ángeles, que haya truenos, oscuridad, rayos y fuego divino.
No sé si, llegados a este punto, han entendido por qué me enganché a este serie; de hecho, ni siquiera sé si lo he entendido yo, pero algo hay en ella: el sentido del humor; el modo desprejuiciado y juguetón con el que se tratan estos temas tan graves; el propio personaje de Lucifer, que fascina, no hay duda de ello; la ligereza inteligente con que se integran tantas cosas distintas; las sorpresas constantes. Un puro divertimento sin más pretensiones. Así que el año que viene, que llegará la última temporada, la sexta, desde luego ahí estaremos para ver si Lucifer consigue, finalmente, estar en paz consigo mismo y con los demás.