VALÈNCIA. Mucho riesgo en la última producción de ficción de nuestra televisión pública, la TVE. Y se agradece. No es fácil Malaka. Aunque es un thriller, género, casi más bien contenedor, omnipresente en la ficción televisiva, no va por caminos fáciles, ni por las convenciones usuales. Su primer capítulo es una buena demostración, más preocupado por presentar a los personajes, centrar el tono de la historia, crear un ambiente y caracterizar un espacio (el barrio donde se ambienta) que por hacer avanzar la acción. De hecho, hasta el segundo y tercer capítulo no acabamos de entender cabalmente algunas de las cosas que están pasando. No es un defecto de guion, es algo deliberadamente buscado y fruto del tipo de relato, nada complaciente, que se nos ofrece. Este es un mundo difícil y jodido y la serie no va a maquillarlo.
Y aclaro que no es un defecto de guion porque algunos comentarios de los primeros capítulos hablan de lentitud, poco ritmo, no arranca, no hay acción, blablablá. Ya saben, la típica crítica que se hace a todo lo que no se ofrece bien machacado, ordenado y subrayado, como buen producto mainstream que se precie, con sus puntos de giro bien señalados y sus cliffhangers. Estoy segura de que si la serie la estuviera ofreciendo HBO estas cosas no se dirían, porque la expectativa sobre el tipo de serie que esperamos ver sería otra. Ante una televisión generalista nos posicionamos de otra forma. De ahí el riesgo que comentábamos al principio, riesgo que debería ser norma en una televisión pública. Y es que nuestra percepción y nuestra vinculación con las ficciones depende mucho de quién nos la está ofreciendo.
Con esta presentación ya les habrá quedado claro que Malaka hace pocas concesiones al espectador. Sigue un poco la famosa máxima “que se joda el espectador medio” que dijo David Simon, el creador de The wire. No sé si esto está en la cabeza de sus creadores, Daniel Corpas y Samuel Pinazo, y de sus productores, entre los que se cuenta Javier Olivares, pero lo que sí sé es que tienen una visión clara y firme del mundo que quieren retratar y la forma de hacerlo.
Habíamos quedado en que era un thriller, que se inicia con la investigación de la desaparición de una muchacha, hija de un rico industrial. Pero, en realidad, esto es la excusa para hacer un retrato de una ciudad, Málaga, en las antípodas de su concepción como destino turístico. Pobreza, barrios degradados, drogas, trapicheos, suciedad, policías y políticos corruptos, explotación… todo lo que no sale en las postales ni en las webs de turismo. Una realidad contada a pie de calle. Los directores, Marc Vigil y Carles Torrens, han puesto la cámara, una cámara inquieta que se mete por todas partes, al servicio de esta visión. Realismo sucio y naturalismo que se toman su tiempo a la hora de narrar.
Realismo del bueno, del que no maquilla, y que, de hecho, ha levantado críticas por su crudeza en la exposición de los barrios pobres y el lumpen que intenta sobrevivir como sea en un mundo despiadado. También por la imagen que ofrece de la ciudad, ay. Este es un lamentable leit motiv que surge machaconamente ante cualquier ficción que ose mostrar el lado chungo de la ciudad donde se ruede. Parece que hay quien piensa que mejor no enseñar la pobreza de nuestro país que, oye, da muy mala imagen en estos tiempos del capitalismo triunfante de los emprendedores.
Sin ir más lejos, el protagonista, y esto no es spoiler porque aparece como tal desde el primer momento, es un policía corrupto, el que controla el tráfico de drogas del barrio. Un figura que ha nacido y crecido en esas calles y que, como superviviente de un entorno hostil, se las sabe todas. Esta maravillosamente interpretado por Salva Reina, que ha dejado atrás su encasillamiento en la comedia, para sorprender a propios y extraños con su brillante composición de Darío Arjona 'El gato'.
Junto a él, y como una policía de élite recién llegada a Málaga, aunque es de allí, tenemos a Maggie Civantos bordando un personaje menos agradecido y puede que más difícil de interpretar que el de su compañero. La tercera pata del trío investigador es Vicente Romero, un actor que siempre brilla, haga lo que haga. Pero, en general, todos los intérpretes, entre los que abundan malagueños o, cuanto menos, andaluces, están a gran altura, e insuflan auténtica vida a los habitantes de ese barrio marginal. Por cierto, entre ellos podemos ver a Abdelatif Hwidar, actor y director ceutí afincado en València desde hace mucho.
Y luego está lo del acento. Que hablan en malagueño. Y sí, a lo mejor hay que esforzarse un poco para entender bien algunos diálogos, como en la vida misma. Menos mal, porque este es uno de los factores que más inciden en la sensación de realidad y verdad que la serie transmite. Se trata de una tendencia que se está imponiendo en muchas series españolas actuales, algunas de las mejores, y que no podemos más que aplaudir. Lo hemos visto en La peste con el acento andaluz (Sevilla), en Hierro con el acento canario (de esta serie estupenda hablaremos otro día) y en Fariña con su acento gallego. Debido a algunas críticas recibidas al respecto (voy a tener que poner subtítulos, no entiendo ná, que vocalicen, etc.), el equipo se lo ha tomado con guasa y ha hecho este vídeo tan simpático. Lo que viene siendo enseñar deleitando:
Ahora solo falta que TVE decida emitirla en un horario un poco más apañado, que las 10:45 de un lunes es un poquito tarde. Cierto que luego podemos verla a la carta, como estamos viéndola gran parte de sus espectadores, que es donde puede usted verla si aún no lo ha hecho. Está muy bien hecha, es muy sólida en todos sus aspectos (guion, realización, interpretación), habla de nuestra realidad, no va por caminos trillados y nos trata como a espectadores inteligentes. Da mucho más, pero muchísimo más, de lo que ofrecen algunos productos de Netflix que nos tragamos sin rechistar solo porque están en la plataforma de moda y generan mucho hype. Desde aquí se la recomendamos. De nada.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado