La especialista Montserrat Soronellas aborda en la jornada de narración oral Som Rondalla el potencial de los relatos de vida para explicar acontecimientos socioculturales o transformarse en obras de ficción.
VALÈNCIA. “Cuando le preguntamos a alguien sobre su vida, casi siempre la primera reflexión es: «yo no tengo mucho que contar, no sé qué te voy a decir». La mayoría ven su propia existencia como algo sin demasiada importancia, en todo caso hacen alusión a anécdotas relacionadas con sucesos históricos considerados relevantes. Pero al final, siempre acaban hablando mucho e incluso empiezan a interiorizar el valor de sus experiencias”, así resume la antropóloga Montserrat Soronellas el proceso de recopilación de los relatos de vida, esas narraciones orales que los individuos construyen acerca de sus trayectorias vitales y que son empleadas por los investigadores tanto para abordar tendencias socioculturales en toda su complejidad o para analizar momentos históricos concretos. “Por ejemplo, se puede emplear para estudiar la vida cotidiana durante la Guerra Civil o la Transición”, apunta.
El próximo 14 de diciembre esta profesora de la Universitat Rovira i Virgili participará en la II Jornada Som Rondalla, un encuentro sobre etnopoética y narración oral organizado por la Biblioteca del Museu Valencià d’Etnologia, para explorar los recovecos de los relatos de vida desde un punto de vista académico y científico. Y es que, para la antropóloga, este tipo de técnicas cualitativas “nos permiten acercarnos a la comprensión de los fenómenos sociales, culturales e históricos a través del día a día de una persona y de las diferentes variables que en ella entran en juego: sus condiciones económicas, su entorno familiar, el sistema de creencias en el que se ha formado, su reacción ante los cambios que le rodean…De esta manera, podemos entrar en las zonas grises de los individuos, que son las que nos explican otros muchos asuntos”.
Así, no se trata únicamente de ir enumerando los acontecimientos vividos, sino de expresar una forma de entender el mundo y de relacionarse con él. La recopilación de estas narrativas permite asomarse a las perspectivas más íntimas de cada ser humano, al prisma desde el que se posiciona para observar y ser observado: “el gran valor de esos testimonios es precisamente la subjetividad que presentan y es en ella en la que debemos profundizar para abordar todas esas variables que forman la cosmovisión de un individuo. A los antropólogos nos interesa poder estudiar esas normalidades y cómo se desempeñan en ellas los individuos. Lo cuantitativo nos aporta estadísticas, nos permite explicar corrientes generales, pero para comprender esos fenómenos, debemos bajar a lo cualitativo”. Los detalles que el individuo ha almacenado en su memoria van forjando una constelación que permite leer un instante concreto de ese maremágnum que es la sociedad en toda su inmensidad. “A partir de una sola de estas historias y de sus circunstancias obtenemos la llave para entender las grandes tendencias y comportamientos colectivos”, recuerda la profesora de la Universitat Rovira i Virgili.
Entra aquí en juego una pulsión que late en el interior de cada ser humano: la voluntad de narrarse a sí mismo: “el relato de vida es una construcción social y una realidad revivida a través del presente en el que es recogida. El informe crea un guion, inconsciente muchas veces, para explicar su propia existencia”, apunta la antropóloga. De esta forma, cuando el investigador se sienta junto a ese informante para comenzar a registrar sus palabras lo que recibe no es un minucioso registro de actividades, fechas, datos y encuentros, sino “la historia que en ese día la persona concreta ha decidido contar en función de una gran cantidad de acontecimientos que han tenido lugar a lo largo de toda su trayectoria, incluso el día antes. Se trata de explicar nuestra propia vida y nuestra concepción del entorno que nos rodea desde el presente”. No se buscan dietarios exhaustivos sino memorias rescatadas de algún rincón de la materia gris.
En ese sentido, la docente destaca que no hay una única forma de narrar nuestra trayectoria vital, y, por ejemplo, en esa confección de la narrativa influyen muchos factores como el género: “los hombres se centran mucho más en contar episodios relacionados con el trabajo y la promoción laboral, mientras que, tradicionalmente, las mujeres hacen más hincapié en los cuidados y las labores reproductivas”. Como apunta la experta, para la antropología “tanto la vida doméstica como la laboral es igual de importante”, pero desde un punto de vista social reconoce que durante mucho tiempo esas vivencias hogareñas, históricamente asociadas a los roles femeninos, “han recibido menos consideración. Por suerte, el pensamiento feminista está consiguiendo deshacer esa invisibilidad, no hemos llegado todavía a la meta, pero estamos contribuyendo a ello”. No en vano, detrás de cada gran acontecimiento histórico loado por ensayos, tratados y enciclopedias hay unas cuantas toneladas de cuidados imprescindibles que fueron ejercidos desde el anonimato
Ese ejercicio de narrarse a uno mismo, de verbalizar los recuerdos e ir hilvanándonos en voz alta constituye también un proceso de afirmación de la propia identidad a través de la palabra. “Nos hemos dado cuenta de que en el momento en el que preguntamos por una cuestión determinada, despertamos conciencia al respecto. Por ejemplo, ahora estamos trabajando sobre hombres cuidadores, tanto de sus familiares como profesionalmente. Y en esas entrevistas de perfil biográfico, el hecho de pedirles que nos cuenten su historia hace emerger en ellos un sentido de identidad como cuidadores que antes muchos no tenían. La rememoración es un momento de construcción de conciencia”, señala Soronellas.
Cambian los códigos y los decorados, pero persiste ese deseo de contar, de dejar constancia, aunque sea de una manera fugaz, de nuestro paso por la Tierra, de llegar a un público que reconozca nuestra existencia, aunque sea mediante un puñado de stories de Instagram. Las redes sociales se convierten así en el escenario en el que desarrollar una narrativa sobre nuestra identidad “a través de imágenes, recortes y fragmentos que vamos seleccionando. Estamos edificando un relato determinado basado en la inmediatez, probablemente muy distinto al que contaríamos si nos preguntaran directamente, en el que decidimos que queremos dar a conocer de nosotros mismos. Y es un relato igual de falso e igual de auténtico que el que podamos compartir por otros canales”. ¿A qué responde si no la fiebre desatada en los últimos días por compartir cuáles habían sido nuestras canciones más escuchadas en 2019 según Spotify?
“Siempre comentamos que se ha perdido la narrativa oral dentro de las familias porque estamos inmersos en un mundo tecnológico. Ese proceso comenzó con la irrupción del televisor en los hogares, abandonamos el brasero y situamos la tecnología en el centro de nuestras vidas: en el comedor de casa, en la sala de estar. Pero creo que, en cierta manera, esa rondallística propia se está recuperando, aunque transformada, a través de las redes sociales”, apunta la docente, quien recuerda que la popularización de la televisión hace unas décadas “en cierta medida nos calló”, pero el universo 2.0 nos ha devuelto nuestro papel como emisores de opiniones, vivencias y emociones: “ahora ha resurgido esa narrativa intensa, fabricada con retazos de cotidianeidades y pequeñas heroicidades que vamos publicando en Internet. Quizás nunca antes habíamos contado tanto sobre nosotros mismos fuera de los circuitos más íntimos”.
Poco importan las coordenadas o la época que marque el almanaque: desde sus mismos albores, los humanos se han visto cautivados por la narrativa oral, hechizados por la potencia de la palabra expresada en voz alta. No en vano, como apunta esta antropóloga, “somos seres relacionales y basamos gran parte de nuestras complicidades en el conocimiento del otro”. En ese sentido, la narración oral nos ayuda a construir vínculos “y ver reflejada la rutina de los demás también nos permite tener un espejo de la propia. Además, juega un papel importante la curiosidad de mirar a través de una ventana ajena, opinar, incluso ‘cotillear’ sobre las vivencias del resto de individuos”, explica la especialista.
Por otra parte, una de las cuestiones abordadas en Som Rondalla es el trasvase de la memoria oral a la ficción con ejemplos como la pieza teatral La vida inventada de Godofredo Villa o las novelas de Víctor Labrado. Este camino no es para Soronellas un hecho aislado o excepcional, pues considera que “el punto de partida en la gran mayoría de obras literarias está en las experiencias, propias o ajenas, en las que el autor ha buceado. En el origen de la mayoría de novelas creo que hay un relato de vida”. Y ya sea para transformarla en literatura, alimentar nuestras redes sociales o colmar una sobremesa, como recuerda esta antropóloga, todos tenemos una historia importante que contar: la nuestra.