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MUJERES ILUSTRES DE LA COMUNITAT

Manuela Ballester, la pintora que amó a Renau

9/01/2019 - 

VALÈNCIA. Vivir a la sombra del pintor Josep Renau no fue impedimento para que Manuela Ballester, pintora e ilustradora, desplegara su particular e insólito talento, únicamente frenado por la llegada de la Guerra Civil y la necesidad del exilio. Manuela Ballester nació en Valencia en 1908 dentro de una familia de artistas. Su padre era Antonio Ballester Aparicio, escultor y profesor de la mítica Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, allí donde se formarían artistas de la talla de Ignacio Pinazo.

Con solo 14 años Manuela se matriculó en esta escuela en la disciplina de pintura -mientras que su hermano Tonico se especializó, como el padre, en escultura-. Ella fue una de las primera mujeres en lograrlo. Tras ganar un premio de retrato se costeó un viaje a Madrid para conocer de cerca las pinturas de sus grandes maestros: Goya, El Greco y, sobre todo, Velázquez.  Después de este viaje que cambiaría su concepción del arte, Manuela optaría por adherirse al realismo. Sin embargo, en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, Manuela se unió al grupo liderado por el pintor Josep Renau, conocida como la Generación Valenciana de los Treinta. Se trataba de un grupo de estudiantes alternativos, rebeldes y amantes de las vanguardias artístico-sociales. Allí se enamorará de Josep Renau que se convertirá en su marido y padre de sus seis hijos. Así definía el propio Renau a este grupo:

La cosa va començar cap a 1926 amb la meva idea de fer un curs de francès a un reduït grup de condeixebles, compost per la futura mare dels meus fills, Manuela Ballester (pintora), el seu germà Tonico Ballester (escultor), Francesc Carreño (pintor), Paco Badia (pintor) i potser algú més que no recordi. Naturalment, la cosa no tardà en desbordar la motivació ocasional i vàrem formar un grup que anà afermant-se amb inquietuds comunes fins constituir el nucli inicial d’allò que avui s’anomena l’avantguarda artística valenciana dels anys 30... Però jo crec que impròpiament, puix que les nostres inquietuds inicials no eren exclusivament artístiques, sinó també d’altres ordres; ni tampoc pròpiament polítiques, ja que uns altres ens havien precedit en aqueix sentit, en els obscurs anys de la dictadura   primoriverista. El que sí és cert és que es tractava d’alguna cosa, inconscient encara per a nosaltres però d’índole totalment nova per al context intel·lectual valencià (i no sols valencià, com després veurem) de llavors

Así lo recoge Marina Casas Ballester en el libro Manuela Ballester, alma viva: Retrato de una artista olvidada, publicado por la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Pero antes de que esto sucediera, Manolita -como así la conocían- ya publicaba en periódicos e ilustraba portadas de libro, siendo conocida por la prensa de la época como una «joven pintora valenciana que da el primer paso firme en su carrera artística». Pero, ¿dónde acaba la Manolita artista y comienza la Manuela militante?

El noviazgo de Ballester y Renau comenzarían su historia de amor; al mismo tiempo, se proclamaba la Segunda República. Comenzaría entonces una efervescencia cultural, política y social protagonizada por mujeres. Tal y como afirma Casas Ballester, “se presentaba la república como defensora de los derechos de la mujer funcionando así como aglutinador para conseguir un número importante de afiliadas”. Manuela se afiliará como su novio al partido comunista y, un año después, en 1932 contraen matrimonio. Fue el mismo año en el que la artista participa en la Manifestación de Arte Novecentista organizada por el crítico de arte Manuel Abril en el Ateneo Mercantil de Valencia.

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Tras la derrota del bando republicano muchos artistas e intelectuales afectos a la República tuvieron que marcharse al exilio. Este fue el caso del matrimonio formado por Ballester y Renau. La huida de la primera para cruzar la frontera da para un relato literario. Llevaba en brazos a su hija Julieta y su hijo Ruy caminaba a su lado, de la mano. Le acompañaba su madre Rosa y sus hermanas Rosa y Josefina -con las que ya en México instaladas fundaría un taller de grabado llamado Las Ballester-. Contaba Manolita en la entrevista que le concedió a Manuel García en el homenaje que le hicieron en Valencia el 8 de marzo de 1995 que en esta huida vivieron todo tipo de penalidades: se quedaron sin alimentos, se perdieron. Pero una noche en los Pirineos, se encontraron unos hombres que les invitaron a acercarse a su hoguera:

Jo em vaig interesar aleshores per saber qui eren aqueixos homes, fins que ens van confessar que eren pròfugs. Llavors els vaig demanar que ens portaren a l’altre banda. Tot i que es van resistir em vaig agafar a un d’ells i li vaig dir que no el soltava fins que no ens conduís al país veí. Així és que amb uns pròfugs van arribar al poble fronterer de Le Bolou.

Renau pudo reunirse con su familia en Toulouse de Llenguadoc. El 6 de mayo de 1939 salieron de Francia en el barco Vendamm y llegaron a Nueva York once días más tarde. Finalmente llegaron a México por la ciudad de Laredo. Allí comenzaría su segunda gran etapa vital. Una que Manuela recogería en su artículo México, colores, contraste y costumbres, incluido en el libro Mujeres del mundo entero (1961). Allí definiría de manera precisa su país de acogida:

Méxic és un país de contrastos; podem trobar, al costat d’allò cruel i terrible dels seus ritus religiosos, els trets d’una poètica tendra i ingènua plena de color i de bellesa.

En la primavera de 2015 tuvo lugar en el Museo Nacional de Cerámica y Artes Santuarias 'González Martí', una exposición bajo el título 'Manuela Ballester en el exilio. El trabaje popular mexicano'. Allí se recogía de qué modo Manuela había demostrado antes de su exilio a México su interés por la indumentaria, en dos de sus grandes vertientes, la moda contemporánea y el traje tradicional. Al no poder continuar con su proyecto de estudio sobre el traje español y valenciano, aprovechó el material que tenía a disposición en México y se centró en un proyecto de publicación sobre el traje popular mexicano. En su país de acogida Manuela daría clases de pintura y alfabetizará a las criadas indígenas.

Durante su estancia en México participaría en  la Exposición colectiva en el Círculo de Bellas Artes de México (1954), en la Primera Exposición Conjunta de Artistas Españoles (1956) y en la de Artistas Valencianos en la Casa Regional Valenciana de México (1959). Justo este año, 1959, supondrá el último punto de inflexión en la vida de Manuela, cuando se marcha a Berlín, siguiendo los pasos de su marido y abandonando a uno de sus hijos.

Los años en Berlín fueron tristes. No sólo porque no dominaba la lengua y había dejado atrás a familia y amigos para seguir a su marido, que había decidido seguir su trayectoria teórica y práctica de fotomontajes, conferencias y murales al aire libro. Manuela se convirtió en ama de casa y las cosas en el matrimonio comenzaron a ir mal, pues ambos tenían inquietudes artísticas. En 1962 se separaron pero Manuela siempre siguió amando a Renau que fallecería 20 años más tarde en esa misma ciudad. La esposa de Renau fue enterrada junto a su marido doce años más tarde, en 1994, en Alemania. Renau, por su parte, legó todas sus pertenencias a la que había sido su mujer y madre de sus hijos. En el documental El llanto airado, una de sus hijas recuerda cómo Renau -ya separado de Manuela- le hablaba con nostalgia y amor de las bellas manos que tenía su madre.  Unas manos, por cierto, que sirvieron de modelo para muchas de sus pinturas.

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