VALÈNCIA. “Me resulta muy interesante jugar con los límites de los géneros, mezclarlos y crear textos híbridos. Es en esas zonas de ambigüedad, en esos espacios de fricción donde surge un tipo de creatividad que me atrae mucho”, proclama Marta Sanz en eso que en los clichés periodísticos se denomina una declaración de intenciones. Y es que, las obras de la escritora madrileña habitan en el claroscuro, en la complejidad de quien no se conforma con certezas insulsas y sabe que a la vuelta de la esquina le espera una nueva tanda de preguntas que diseccionar.
Tomando el cuestionamiento constante como eje vertebrador de sus trabajos, la autora de Susana y los viejos; Lección de Anatomía o Black, Black, Black batalla en la concepción de la cultura como constructora de sentido crítico y resistencia. La literatura de Sanz será transformadora o no será. Quizás por ello, sus publicaciones no se acomodan en la complacencia. Más bien al contrario: aquí el lector es interpelado en cada página, invitado a cuestionarse aquellas convenciones que hasta el momento daba por hechas. No sorprende, por tanto, que leer a Marta Sanz se traduzca a menudo en un viaje al interior de nuestras propias entrañas; una travesía en la que probablemente, una esté destinada a salir con más preguntas que respuestas.
Tras su ensayo sobre feminismo Monstruas y centauras (Anagrama, 2018), Marta Sanz vuelve a la carga con Retablo (Páginas de Espuma, 2019), pieza sobre ciudades y gentrificación con ilustraciones de Fernando Vicente. Además, recientemente ha ejercido como editora de Tsunami, una obra colectiva a cargo de Sexto piso. La música ha acompañada gran parte de la trayectoria de Sanz y, como muestra de ello, el pasado sábado, la autora inauguró el ciclo de Literatura y Música Pop al Palau, donde conversó con la librera de La Batisfera, Mireia Pérez.
-Hay autores que cultivan a fondo un género o un tipo de escritura, pero en tu trayectoria prima la heterogeneidad. Farándula, Un buen detective no se casa jamás, Clavícula o Monstruas y Centauras son obras que pertenecen a universos e imaginarios muy distintos… ¿A pesar de esa diversidad qué constantes crees que hilan tus obras, cuáles son tus denominadores comunes?
-Es algo que yo también me pregunto. Más allá de que cada libro debe encontrar su propio lenguaje, es inevitable que el escritor haga visibles sus fantasmas y su visión del mundo en todos los textos que acomete. Para mí ha sido muy importante interrogarme sobre las cosas que consideramos ‘normales’ en la sociedad en la que vivimos, indagar en ese concepto de normalidad. A esa idea va asociada una necesidad de subvertir los tabúes permanentemente, pienso que eso es algo que se mantiene en todas mis obras.
-En ocasiones anteriores has hablado de la literatura como un espacio de reflexión y resistencia crítica frente a la necesidad de validación externa constante de las redes y la velocidad de Internet. La literatura se convierte así en un espacio para una reivindicación construida de forma pausada, sosegada, racional.
-La literatura, como toda actividad comunicativa, es performativa, en el sentido de que produce un efecto en los lectores y lectoras. Aunque sea poquito a poco, las tesis con las que trabajamos en los textos literarios pueden servir para modificar los prejuicios de quienes nos leen. Yo, mientras escribo, cuestiono mis prejuicios y, del mismo modo, me encantaría que quienes me leen tuvieran la mente lo suficientemente abierta como para compartir esas preguntas. Y creo que en todo eso hay un proceso de transformación, un espacio de conversación y de esperanza.
En este mundo en el que vivimos es cierto que, por el tránsito de la sociedad analógica a la digital se fomentan formas de comunicación cada vez más vertiginosas y superficiales. Quizás la literatura sea un lugar desde el que podamos rescatar el silencio, la lentitud y la racionalidad. Por ello, creo que los textos literarios tienen el potencial de constituir una herramienta de resistencia muy interesante.
-Y, paradójicamente, el acto de acercarse a un libro suele caracterizarse por darse en momentos de intimidad, no durante actividades en colectivo. El tiempo que pasamos con una lectura es tiempo que pasamos a solas, con nosotros mismos…
-Sí, pero uno de los vínculos que se subrayan con la literatura es el que enlaza al individuo con su comunidad. Yo soy la persona que soy porque he nacido en el contexto en el que he nacido y, a la vez, intento desde mi voz en ese escenario, modificar los aspectos que no me gustan. Hay una interacción permanente entre aquello que somos por haber nacido donde hemos nacido y nuestra conciencia de cómo las palabras pueden modificar este lugar que todos habitamos.
Por ello, tenemos que ser receptivos a otras voces, a otras miradas que nos hacen salirnos de nuestra zona de confort. La cultura no es hacer turismo, no se basa simplemente en estar cómodo. Cuando te enfrentas a un buen libro o a una buena película no se trata simplemente de que te pasen la mano por el lomo y te hagan olivarte de tus penurias cotidianas. A veces, esos libros y películas te enfrentan con grandes interrogantes que lo que hacen es partirte el cráneo en dos.
-También hay muchas manifestaciones de la cultura de masas que no aspira a actuar como revulsivo o catalizador, sino simplemente a ejercer como puerta de evasión…
-Y no tendría nada en contra de la cultura del entretenimiento (de la que también soy consumidora) si no hubiera fagocitado todo lo demás. El problema es que estamos en una sociedad de mercado donde o caes en las garras de la repetición y las fórmulas del best seller o estás condenado a un espacio de invisibilidad. Frente a eso, hay determinados creadores que se revuelven para intentar volver a vincular las manifestaciones culturales con lo educativo, lo humano, lo político y no solamente con la necesidad de pasar el rato y evadirse ‘porque la vida es una mierda”.
-En la misma línea, destacas el poder transformador del lenguaje, que no es un agente inocuo, sino un constructor de realidades…
-El lenguaje es permeable a las cosas que surgen en la realidad y a las ideologías dominantes, pero también tiene la capacidad de intervenir con otras maneras de mirar, de nombrar y de sentir que nos hagan reparar en todas esas cuestiones que damos por supuesto.
-A pesar de confiar tanto en el potencial transformador de la literatura, no transmites una visión idealizada del oficio de escritora. Por ejemplo, en obras como Clavícula has denunciado la precariedad de los trabajos culturales, y los efectos que esta situación pueden llegar a tener en la salud.
-Las personas que nos dedicamos a profesiones creativas hemos tenido mala suerte, ya que estamos en un momento en el que hemos perdido ese aura sacramental, reverencial y divina de los creadores –y menos mal-, pero, al mismo tiempo, tampoco se considera nuestra actividad como un oficio. Por una parte, te dicen que eres un mindundi como otro cualquiera (lo cual es cierto) y a la vez se emplea el argumento romántico de que como tienes una vocación, has de conformarte con las condiciones que tengas ya que, al fin y al cabo, te dedicas a lo que te gusta. Son siempre excusas para no pagar, para mantenernos en precario y tener una sociedad más domesticada.
-“Sufrir no nos hace más fuertes, normalmente nos debilita”, comentabas en una entrevista de hace unos años. Y a pesar de ello, persiste cierta épica del dolor y el sacrificio, en medios se habla mucho de “la batalla contra el cáncer”, por ejemplo.
-Vivimos en una sociedad muy paradójica. Por una parte, se hace apología permanente del sufrimiento, algo que enlaza directamente con la moral judeocristiana. Y, a la vez, se alude de manera constante al discurso del pensamiento positivo: hay que ser resilientes, saberse adaptar a las situaciones sin quejarse... Lo que están vendiendo ambos discursos es una responsabilización permanente del individuo frente a las formas de organización colectiva.
Si viviéramos en un mundo en el que verdaderamente se practica la igualdad de oportunidades, yo entendería el discurso del pensamiento positivo, pero no es así: hay gente que bracea muy duro contra la corriente y no tiene ninguna oportunidad de salir del lugar de miseria, soledad o precariedad en el que habita. Teniendo eso en cuenta, hablar de meritocracia o ‘cultura del esfuerzo’ me parece una opción completamente cínica para exculpar al sistema mientras fomentan en nosotros un espíritu de culpa repugnante. Así, se alimenta, por ejemplo, la idea de que los ricos son ricos por mérito propio, mientras que los pobres lo son por perezosos y poco brillantes.
-Durante un tiempo, parecía que hablar de literatura política era hablar de panfletos y significarse políticamente en el ámbito de la producción cultural se veía con algo de recelo. ¿Las secuelas de las crisis nos han hecho más comprometidos con nuestra realidad?
-Estamos muchísimos más sensibilizados ante la idea de que necesitamos relatos que nos ayuden a construir una visión del mundo, a sacar conclusiones sobre cómo hemos llegado a esta situación e incluso a imaginar nuevas formas de entender la política. Es cierto que, durante muchos años, y de una manera muy interesada, se confundía cualquier tipo de literatura política con literatura panfletaria, entendiendo, además, que los textos políticos eran siempre de izquierdas, pero no se metían dentro de ese saco los textos abiertamente conservadores.
Por otra parte, se tenía una visión muy reducida de estas creaciones: la literatura política lo es porque habla del precio de las patatas, de Inditex o de la vida de una mujer en su casa (pues lo personal es político). Pero, además, la literatura es política porque el lenguaje que utiliza, la experimentación con los géneros, los riesgos retóricos que asume remueven las tripas y la conciencia de los lectores. En literatura no se puede separar el fondo de la forma.
-Podemos decir entonces que el hecho de optar por una corriente estilística u otra ya implica un posicionamiento…
-Por supuesto. El estilo es el ‘qué’. En general, en el arte, las formas de representación son una toma de partido en el campo cultural, político y económico en el que nos movemos en cada periodo. El tipo de metáforas, colores o voces narrativas que yo elijo están diciéndote quién soy yo ideológicamente en el momento en el que estoy escribiendo. Y eso sucede más allá del tema que esté abordando.
-En Monstruas y centauras enarbolas una defensa de la duda, algo casi excéntrico en un tiempo en el que parece que las voces públicas deban tener una opinión firme y aplastante sobre cualquier asunto. ¿Qué estamos perdiendo al dejar de lado la duda?
-Fundamentalmente, la capacidad de conversar, de pensar de una manera racional y de empatizar con el otro. Creo que eso nos empobrece mucho como seres humanos. Ahora bien, en Monstruas y centauras también propongo que, aunque la duda nos ayuda a construir el pensamiento y desarrollar el sentido crítico, no podemos permitir que sea paralizante y que nos impida combatir injusticas obvias como la desigualdad laboral que sufren las mujeres y que acaba repercutiendo en el ámbito privado.
-Has manifestado el miedo a que el feminismo se convierta en algo así como un producto de marketing. ¿Cómo encontrar ese equilibrio entre lograr visibilidad, convertirlo en un movimiento masivo y que no acabe siendo algo superficial, en una moda?
-Pues vinculando el feminismo a otras luchas, como la desigualdad de clase, de raza, de edad… Precisamente el feminismo lo que puede es hacernos conscientes de esas otras injusticias y actuar como una palanca de transformación global. Este movimiento nos está ayudando también a repensar las palabras, a dotarlas de otros significados. Yo no soy feminista porque quiera ocupar un puesto de poder tal y como el poder ha sido entendido hasta ahora, sino que soy feminista porque me replanteo el propio concepto de poder.
-En ese sentido, ¿hasta qué punto ese feminismo blanco y de clase alta que representan figuras como Ana María Botín está opacando a esas otras posturas más transversales?
-Yo soy partidaria de un feminismo para el 99,9% de la población. No podemos olvidarnos de las mujeres que son menos privilegiadas que nosotras, no podemos olvidarnos de ningún grupo humano. La fórmula es verlo todo de una manera global, integral que nos permita paliar la brecha de desigualdad que prevalece en todos los ámbitos.
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