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Michael Jackson, porno y caramelos

Lo realmente relevante de Leaving Neverland, el documental con la confesión de dos supuestas víctimas de abusos sexuales de Michael Jackson, es el papel de sus familias. Por un lado, la explotación infantil patente al poner a niños de 7 años a girar con músicos profesionales. Por otro, aceptar regalos del cantante en momentos tan delicados como cuando le están acusando de pederastia

16/03/2019 - 

VALÈNCIA. En la sociedad actual la gente no le dice la verdad al médico y al médico le da igual porque les receta homeopatía. Como le dijo Jesús a los fariseos, si un ciego guía a otro ciego, los dos se caen por el mismo agujero (Mateo, 15:14). Esa es la situación general político, social, económica y mediática y en ese contexto hay que entender el documental de HBO Leaving Neverland en el que dos amigos durante su niñez del fallecido Michael Jackson han decidido recordar y confesar de manera súbita los presuntos abusos sexuales que sufrieron.

Súbita porque antes los habían negado, y de forma reiterada, en los juicios a los que se enfrentó el cantante. De modo que lo único con lo que contamos es con sus nuevos testimonios. Parece que el sobrino de Jackson pronto hará lo mismo indignado por la película de HBO. Lo único que podremos realizar nosotros, como espectadores, será juicios paralelos. Iba a decir que sería un ejercicio de debate tan estéril como un Sálvame Deluxe, pero a estas alturas el programa de Jorge Javier Vázquez está a la par con muchas tertulias políticas, con la salvedad de que el de Telecinco es un programa sin más pretensión que divertirse y nada más.

Durante años, Michael Jackson ha sido un tentetieso al que le han dado con saña los ejemplares más mediocres del periodismo o la crítica o comentario cultural. Podrían invitar a mofa sus excentricidades de megamillonario sin infancia, por supuesto, pero la Michael Jackson S.A. fue un hito insuperable hasta el momento en la historia del pop. Un mérito compartido con otro genio como Quincy Jones, que tanto tuvo que ver en su explosión al producirle sus mejores discos.

En el documental sobre la vida del productor que rodó su propia hija, la actriz Rashida Jones, decía que cuando trabajó con Michael Jackson en la película The Wiz en 1978 pudo apreciar su disciplina. Llegaba a las cinco de la mañana y tenía cinco horas de maquillaje y se sabía del guión sus líneas y las de los demás. Cuando luego fue su productor, montó un equipo de estrellas para ponerlo a su servicio. Vio algo en él. Los millones de plásticos que vendieron facturando una música perfecta que sintetizaba múltiples géneros en auge durante los 70 hablan por sí mismos. Aquello fue, posiblemente, lo más que pudo dar de sí la industria del disco como el trabajo colectivo que era desde que se empezó a desarrollar en la posguerra.

Con respecto a los supuestos abusos sexuales que revela Leaving Neverland, ahora mismo hay bastante información circulando como para desacreditar a todas y cada una de las partes, que cada uno piense lo que estime oportuno. Pero no es eso lo que valoraremos de este documental en esta columna. Lo que menos se cuestiona es lo que más describe la sociedad de la época, que no es otra que el germen de la actual.

Hay hechos que no admiten duda, como que el padre de uno de los entrevistados se suicidó después de que toda su familia le abandonase. Según cuentan sus familiares, dejaron Australia para estar junto a Michael Jackson y el hombre se suicidó triste y solo. Los propios hijos acusan a su madre de querer huir de su matrimonio. El divorcio, por supuesto, es un derecho incuestionable, pero lo curioso es la forma que esta mujer empleó para separarse: entregarle su hijo a Michael Jackson para, a cambio, poder ir de gira con él, rodearse de algunos famosos en su órbita y, en definitiva, estar en la pomada. Esa fue su vía de escape del aburrimiento conyugal en una familia de clase media.

Puestos a hacer valoraciones morales, lo que te refleja el testimonio de esta familia que salió de Australia para vivir a la vera de Jackson, es la explotación infantil de los padres que quieren tener hijos artistas para mejorar su vida, la de ellos, la de los padres, no la de los hijos; críos a los que, en un círculo perfecto, puede quedarles una edad adulta tan maltrecha como le pasó justamente a Michael, obligado a trabajar en el mundo del espectáculo desde muy crío.

Desde luego, aunque todas las acusaciones que se vierten sobre el artista fueran falsas, tampoco se puede decir que sus relaciones con los demás fuesen muy saludables. Cambiaba a los niños como si fuesen novias. Parece que tenía a sus favoritos y lograba que tuviesen celos unos de otros hasta ocasionarles, estas desdichas, verdadero sufrimiento. Igual trabajando en una cantera a los 7 años su desarrollo psicológico se hubiera mermado menos.

Hay hechos que hablan por sí solos de la conducta de Michael Jackson, como su colección de pornografía sobre adolescentes. Pero, de nuevo, cuando el documental explica que una de las familias involucradas testificó a su favor casualmente cuando les perdonó el dinero que les había prestado para que se comprasen una casa, el cantante puede ser un pederasta, pero la posición de la familia es un papelón. Las transacciones económicas, la enorme cantidad de horas que Michael pasaba con los niños y los supuestos abusos sexuales a lo que le llevan a uno es a pensar que todo eso, si ocurrió, fue conscientemente por parte de los adultos involucrados.

En cuanto a la factura, estas cuatro horas profundizan en una de las grandes historias del siglo XX, la de su mayor artista y la de su decadencia, que fue también de las más notables del siglo. Quien viviera esos años de excentricidades administradas en píldoras, tiene aquí la traca final. Hay bastantes imágenes de Neverland, pero lo más extravagante que aparece son las bandejas y mostradores de golosinas que tenía para autoservicio. Salvo el cine personal, como han tenido tantos dictadores, lo demás son jacuzzis y piscinas como podría tener un Jesús Gil cualquiera. Uno esperaría que con tanto dinero al menos estuviera construyendo ahí dentro una nave espacial ¡peores cosas se han visto! pero al final era todo prosaico... demasiado prosaico.

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